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Claves para pensar a Güemes

Protagonizó una revolución propia de su tiempo.
Jueves, 17 de junio de 2021 00:00

Armando Caro Figueroa, abogado

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Armando Caro Figueroa, abogado

El común de los mortales, entre los que me cuento, solemos pensar la historia -sobre todo la que se refiere a hechos y personajes más próximos al terruño- con categorías del presente. Existen, además, observadores tentados a utilizar la historia en beneficio propio; gente que prefiere imaginar y vender analogías entre los hechos heroicos y las pequeñas batallas del presente gris.

En el extremo de la vulgaridad se sitúan frases como ésta: "Si Güemes viviera sería...", "Nuestro gobernador está haciendo lo que soñó Güemes", y otras fruslerías por el estilo.

Pienso que entre la Salta de hace doscientos años y la Salta de hoy no hay casi nada -salvo, obviamente, el territorio y la tonada- que permita trazar líneas centenarias de continuidad.

Hacia 1821 la Salta urbana tendría no más de 5.000 habitantes. Las instituciones, ciertamente precarias y teñidas de las normas españolas, estaban conformadas por y al servicio de las élites económicas integradas -casi invariablemente- por las familias autollamadas principales. La vida política estaba circunscripta a un puñado de "notables", como ocurría en los principales núcleos urbanos de la emergente Argentina (En las elecciones de 1876 para elegir diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires votaron menos de 2.000 ciudadanos).

Cuando nuestros antepasados se sintieron asfixiados por las políticas dictadas desde la metrópoli hispana, nació una coalición de ideas e intereses que impulsó la independencia y, como no, la necesidad de defenderla frente a las amenazas de restauración de aquel orden que los condenaba a la pobreza y a la insignificancia.

Aquella coalición alineó a buena parte de los principales y, seguramente, concitó el entusiasmo más o menos distante de las clases suburbanas y empobrecidas.

La sentida necesidad de un nuevo orden económico, político y social movió apoyos (no unánimes) a la causa de la independencia, que era una causa nacional o, si se prefiere, subcontinental.

La llamada "guerra gaucha" fue, a mi modo de ver que es propio del de un mero aficionado al tema, una guerra por construir una patria, antes que una guerra federalista de las que más adelante fueron ensangrentando a nuestro naciente país. Si esto fue así, Güemes no fue un caudillo provinciano al uso, sino un militar comprometido con la construcción de una Nación, tarea que incluía la aprobación de una Constitución.

En este empeño, Güemes no solo postergó las reivindicaciones localistas sino que empeñó buena parte de los escasos recursos del territorio a su cargo para financiar el esfuerzo de la guerra.

Como es sabido, la presión impositiva (por nombrarla usando la nomenclatura actual) definida por nuestro entonces gobernador quebró la coalición que lo había aupado a las grandes responsabilidades estratégicas.

Esta vocación por anteponer los intereses y las banderas de la Nación a las necesidades más inmediatas de nuestra región, se repitió en algunas ocasiones posteriores.

Así sucedió, por ejemplo, en 1945, cuando el peronismo salteño abrazó el nacionalismo centralista y los conservadores se enrolaron en el federalismo de intereses.

Fueron momentos en los que Salta actuó como un actor de considerable magnitud en la escena política nacional. Esta relevancia provinciana surgió siempre de la mano de talentos locales (Indalecio Gómez, entre otros muchos) que advirtieron la necesidad de pensar y actuar en términos nacionales para desde allí abordar los problemas de la provincianía.

Pasado y presente

De aquella audaz e imprescindible decisión de las provincias unidas en 1810 de construir una patria independiente en lo político y económico, pueden sacarse al menos dos conclusiones: la primera enseña que las naciones o las organizaciones subnacionales reaccionan en términos revolucionarios cuando el orden actual asfixia a sus ciudadanos, a sus trabajadores, a sus productores, a sus intelectuales.

La segunda, muestra que esa eclosión triunfa e instaura un orden más justo y apetecible para las sociedades convulsionadas, cuando se dan circunstancias excepcionales: el surgimiento de consensos mayoritarios no excluyentes; la existencia de una élite cosmopolita de extraordinaria lucidez; la movilización de dirigentes que anteponen los intereses generales y los valores democráticos a sus apetencias personales. La Argentina de 1916 liderada por Roque Sáenz Peña y la España moderna (1977) de los "Pactos de la Moncloa", ejemplifican este feliz alineamiento de planetas.

A su vez y en relación con la "guerra gaucha" caben otras consideraciones en clave contemporánea. Los graves problemas de Salta no se resuelven con inaceptables violencias ni con la potenciación de odios. Tampoco con la vuelta de tuerca hacia nuevos sectarismos. En este sentido, las montoneras guemesianas son irrepetibles, afortunadamente.

La movilización -enérgica, pero pacífica- de los salteños en pos de sus viejas y nuevas reivindicaciones tiene dos escenarios convergentes: el Norte Grande y el Centro Oeste Sudamericano. Y un marco común de referencia: Los Tratados Internacionales sobre Derechos Humanos, la Constitución Nacional y la defensa de nuestros recursos naturales (el ambiente, entre ellos).

Si Güemes protagonizó una gran empresa nacional que, en más de una ocasión, le obligó a postergar los intereses provinciales, nuestras reivindicaciones de futuro (que es hoy) han de ser prioritariamente federalistas. Sobre todo, ahora que el pertinaz "nacionalismo portuario" intenta apropiarse del litio de salteños, jujeños y catamarqueños. Hoy, la impronta debe ser reivindicar los intereses regionales.

Afortunadamente parece haber pasado -en el terreno de la política- el tiempo de los héroes. Seguramente pasó también el tiempo de los hombres providenciales. Nuestras sociedades (la salteña entre ellas) necesitan dirigentes ilustrados, incorruptibles, democráticos y sobrios.

 

 

 

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