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Güemes, un sueño más allá de la frontera provinciana

Su ideal de Patria era mucho más grande que los límites que defendió con bravura. 
Viernes, 18 de junio de 2021 15:43
La Constitución que juró Güemes como gobernador en 1819.

Sebastián Aguirre Astigueta
Abogado constitucionalista

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Sebastián Aguirre Astigueta
Abogado constitucionalista

La Constitución que juró Güemes como gobernador en 1819.

A doscientos años del Bicentenario de la muerte del general Martín Miguel de Güemes, si algún elogio pudiera extenderse hasta nuestros días y cubrir de gloria su nombre, sería el de haber entregado su vida por un ideal de patria americana, ideal cuyo anhelo él señalara -como anticipando su destino- tempranamente en carta al general Olañeta, a mediados de 1816, y premonitoriamente en oficio al general O’Higgins, a fines de 1820: “He jurado sostener la independencia de América y sellarla con mi sangre; morir por la Patria es gloria”.

Esa idea de Patria en modo alguno se describe en los estrechos límites territoriales de la frontera de las Audiencias de Charcas y Buenos Aires -límite jurisdiccional impuesto por la reorganización del imperio español, en su debacle administrativa-, sino que se frustra o malogra, fruto de desgraciadas y persistentes circunstancias. 

Creo, junto a Tulio Halperín Donghi, que la limitación vino marcada por la contrarrevolución altoperuana, fijada luego de la derrota de Huaqui y los sucesivos fracasos de las campañas del Ejército del Norte en su incursión por esas tierras, que a pesar de ampliar las bases sociales de la revolución, fueron achicando la brecha y en definitiva empequeñeciendo el destino de estas crueles provincias, en su integración americana. 

A pesar de las sucesivas expediciones al Alto Perú del Ejército patriota -allí donde la revolución no prendía- y las también sucesivas contraoleadas antirrevolucionarias diseñadas por el virrey Abascal, la frontera norte provinciana terminó siendo el tamaño de las preocupaciones del caudillo, límite que defendió con una bravura digna de leyenda, repeliendo numerosas invasiones realistas y cinco sitios a la ciudad de Salta. Pero no fue el tamaño de su Patria.

No voy a hacer aquí el elogio de la guerra de recursos y el coraje de sus gauchos (esos “campeones abrasados con el sagrado fuego de la libertad de la Patria, altamente entusiasmados con el patriotismo más puro e incorruptible”, como expresara Güemes en carta al director Álvarez Thomas), sino destacar que ese ideal, que se concretó en su muerte, era mucho más grande que el impuesto límite norte de las Provincias Unidas del Sur. Güemes, el general de guerrillas, no fue un gendarme de fronteras. Su idea de patria americana claramente alcanzaba toda la región (superaba Tarija, Ayacucho, llegaba allende Lima) y se unía al de la Gran Colombia de Simón Bolívar (pueblos de Ecuador, Colombia, Venezuela). Con José de San Martín en Lima, declarando en julio de 1821 la Independencia del Perú, las milicias gauchas con Güemes a la cabeza, como general en jefe del Ejército de Observación, debieron de entrar triunfantes para continuar la campaña emancipadora -como advirtiera Atilio Cornejo-, para sumarse al Ejercito Libertador del Protector del Perú, pero lo emboscó la muerte a sus tempranos 36 años en junio de 1821. 

Razonable ejercicio de historia contrafáctica hace Liliana Bellone cuando se pregunta qué hubiese ocurrido si el general salteño no hubiera sido asesinado y hubiera podido auxiliar al Ejército Libertador, uniéndose a las huestes de Simón Bolívar y el mariscal Sucre. Postula que fuere posible que se unificara un gran territorio, una “patria grande” sudamericana. “Güemes era la pieza clave en ese escenario para articular estas vastas regiones. Era la carta necesaria. Su muerte vino a empañar el proyecto latinoamericano de un continente unido”. Adviértase el siguiente dato: hubiese sumado más de 4.000 gauchos (negros, criollos, indios y mestizos) a un Ejército Libertador (el sanmartiniano y el de Bolívar) que algunos cifran en 8.500 soldados.

El tamaño de la patria grande liberada en el ideario güemesiano no es entonces el del ex Virreinato del Río de la Plata, sino -como dice Luis Güemes- el de la América toda de raíz indígena e hispánica, que enfrentará luego los problemas del despedazamiento del imperio español y el nuevo papel, neocolonial, del Imperio Británico, aliado de Fernando VII en la restauración monárquica pero con intereses que se revelarían prontamente opuestos a aquellos y a los propios de los revolucionarios americanos. 

Si Güemes, como revolucionario criollo, emprendió una aventura en que las alternativas, como recuerda Halperín Dongui, parafraseando la retórica de la época, era “la victoria o la muerte”, puede decirse que esta última aconteció, tornando trunca la victoria sobre el sueño sudamericano. Un continente unido no habría incitado a potencias neocoloniales a recoger las ventajas que la disolución del imperio español proporcionara. Creo que de allí deriva, entre otras cosas, la descomposición y el aislamiento en que cada unidad sudamericana acomete, desde hace doscientos años, el desafío de su desarrollo humano.

Si a doscientos años de ese ideal patriota debiera reproducirse y llegar hasta nuestros días para reconstruir un pasado de grandeza cultural, comercial y político-administrativo (Salta y la región toda, nunca fue tan grande como su pasado vinculado a Potosí, hacia el centro-oeste del continente y hacia el Pacífico), claramente la idea de patria güemesiana, sin sobredimensionar el elogio pero tampoco empequeñecer la visión geopolítica del joven caudillo, es el ideal en que hoy debemos recrearnos, más allá de la frontera provinciana. La ecuación se resumiría así: sin dejar de atender y mirar hacia el puerto de Buenos Aires y con ello la rica y culta Europa, pero volviendo la mirada, con mayor decisión geoestratégica y mucha más fuerza, también hacia otras lides de la geografía sudamericana, con vocación de real integración y desarrollo podremos transformar su muerte prematura en una victoria permanente, de libertad e independencia, pero básicamente del desarrollo de su gente, aquellos pobres cuyo sacrificio reclamó para esta tierra y cuyo bienestar tanto prohijaba.
 

 

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