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La política exterior se vuelca al autoritarismo

Domingo, 27 de junio de 2021 01:02

La política exterior del gobierno de Alberto Fernández y Cristina de Kirchner muestra permanentes ambigüedades en sus vínculos con los organismos financieros internacionales, pero brinda señales muy claras de apoyo a dictaduras retrógradas, como las de Venezuela, Cuba y Nicaragua y a la teocracia de Irán, acusada formalmente por nuestro país por los dos atentados antisemitas de los años 90. Además, y esto quedó en evidencia en la pandemia, trata de alinearse con gobiernos autoritarios y antidemocráticos, como el capitalismo de Estado conducido por el Partido Comunista chino y el del presidente Vladimir Putin, de Rusia.

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La política exterior del gobierno de Alberto Fernández y Cristina de Kirchner muestra permanentes ambigüedades en sus vínculos con los organismos financieros internacionales, pero brinda señales muy claras de apoyo a dictaduras retrógradas, como las de Venezuela, Cuba y Nicaragua y a la teocracia de Irán, acusada formalmente por nuestro país por los dos atentados antisemitas de los años 90. Además, y esto quedó en evidencia en la pandemia, trata de alinearse con gobiernos autoritarios y antidemocráticos, como el capitalismo de Estado conducido por el Partido Comunista chino y el del presidente Vladimir Putin, de Rusia.

Significativamente, además de amparar las violaciones a los derechos humanos en todos esos países, en nombre del “principio de no intervención”, participó de un fuerte pronunciamiento de condena a Israel por haber repelido violentamente el ataque misilístico por parte de la organización palestina Hamas, acompañando justamente a Venezuela, Cuba, Nicaragua, Guatemala, Honduras y México. 

La política exterior del país debe ser consistente con los valores que sostiene, como los derechos humanos, los derechos de género, la libertad y la democracia, en nuestro caso. Debe honrar todos los tratados internacionales suscriptos por el Estado y que tienen para nosotros jerarquía constitucional. Y debe también subordinarse a las necesidades y los intereses comerciales y productivos del pueblo de la Nación.

En 2021, Venezuela, que en 1998 prometía liderar una “segunda independencia latinoamericana” carga con la condición de “único Estado petrolero fallido”, sumergido en una crisis evidente, que convirtió a la democracia en una dictadura de base militar, con miles de denuncias de asesinatos políticos.

Con casi seis millones de emigrados, el 96% de los hogares sumergidos en la pobreza y cifras catastróficas de homicidios, la crisis humanitaria es el contraste más obsceno con la soberbia de una ideología que se inauguró estatizando y destruyendo progresivamente la única fuente de ingresos del país, que eran los hidrocarburos. Pdevsa está fundida y ninguna otra actividad económica legal ha florecido en estos 23 años. 

El caso nicaragüense es distinto: Daniel Ortega, que fue el jefe revolucionario del sandinismo, hoy encarna con su mujer, Rosario Murillo, una dictadura familiar tan sombría o peor, de la que lideraba Anastasio Somoza, a quien el sandinismo logró derrotar en 1979.

La Argentina, que en los años 80 emergió como un modelo de restauración de los Derechos Humanos aparece ahora cómplice de ambas dictaduras, que no tienen el menor pudor para encarcelar a los candidatos opositores, asesinar a los manifestantes y clausurar a la prensa

En el reordenamiento mundial, es evidente que el vínculo comercial con China representa un interés muy importante por el crecimiento del poder adquisitivo de ese mercado, que necesita de nuestros commodities, y que también tiene fuertes pretensiones geopolíticas de hegemonía para los próximos 30 años. Nuestro interés se preserva con relaciones estables, pero sin dejar de asumir que ninguna potencia hace beneficencia y que la fortaleza de China, que lo convierte en un gran comprador de alimentos, radica en su conversión al capitalismo autoritario, el desarrollo tecnológico, la educación pública y la progresiva inclusión de decenas de millones de personas al consumo. Esto es todo lo contrario de lo que está sucediendo en la Argentina, por lo menos, desde 2001.

Por su parte, con mucho menos recursos, el gobierno de Vladimir Putin exhibe una estrategia de expansión internacional que lo enfrenta, en primer lugar, con Europa. Esa es la razón por la cual el viejo continente no autorizó la vacuna Sputnik, que encandiló al Gobierno argentino con el pésimo resultado que se evidencia en estos días, cuando Moscú informa que no está en condiciones de proveernos la segunda dosis.

Todo país debe saber cómo elegir a sus socios y como instalarse con dignidad frente al mundo. El nuestro, inmerso en una gravísima situación económica y social interna, no está en condiciones mostrarse al mundo disfrazado de un falso progresismo que solo nos puede conducir al autoritarismo y al fracaso como Nación independiente. 

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