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La epopeya del PC chino

Miércoles, 30 de junio de 2021 02:31

China celebra el primer centenario de la fundación de su Partido Comunista.

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China celebra el primer centenario de la fundación de su Partido Comunista.

No es para menos: en un siglo los comunistas chinos convirtieron a un pequeño partido fundado en la clandestinidad por trece militantes provenientes de siete regiones de su inmenso territorio, entre ellos un joven de 28 años llamado Mao Tse Tung, disfrazados de turistas en un barquito que navegaba junto a Jiaxing, una localidad cercana a Shangai, en medio de un país económicamente atrasado y desgarrado por la guerra civil, en la maquinaria política más poderosa de la historia universal, que cuenta hoy con 92 millones de afiliados y fue capaz de guiar la construcción de una superpotencia que compite con Estados Unidos por el liderazgo global.

En toda China se preparan gigantescas festividades para conmemorar el acontecimiento. Tanto en Shangai como en Jiaxing se inauguraron museos en los que se ensalzan los éxitos del Partido, como la primera bomba atómica probada en 1964; se dejan de lado, por cierto, los episodios oscuros o los grandes fracasos de Mao como el Gran Salto Adelante, un ensayo económico que desembocó en una gigantesca hambruna, y la Revolución Cultural, que colocó al país al borde de la anarquía.

Aunque la embarcación original, conocida históricamente como el Barco Rojo, no se conserva, existe desde 1959 una réplica que se ha convertido en una de las mayores atracciones de Jiaxing, unida ahora por un tren bala a Shangai, que recibe decenas de millones de visitantes por año, en lo que se llama el "turismo rojo".

El poder del Partido Comunista

Este pintoresquismo tiene su razón de ser. La discusión sobre la naturaleza del régimen chino, que tanto desvela a los politólogos occidentales, las características singulares de su sistema político y el debate sobre su carácter capitalista o socialista exigen el reconocimiento previo de un hecho primordial: en China manda el Partido Comunista.

Todo lo demás es secundario y susceptible de reformulación.

El principal punto de contacto entre la experiencia china y las enseñanzas de Lenin es la reivindicación a rajatabla de la supremacía del Partido sobre el Estado, un principio inmutable que tiene rango constitucional.

En ese marco institucional, la condición de secretario general del Partido Comunista es más relevante que la de jefe de Estado.

Más aún, ese primer cargo precede al segundo: Xi Jinping, al igual que sus antecesores, fue elegido presidente recién después de haber asumido como secretario general del partido. Cuando el primer mandatario viaja al exterior, el rígido protocolo chino, derivado de una milenaria tradición imperial, suele hacer una excepción para identificarlo como presidente y no como jefe partidario, pero cuando visita a los escasos regímenes comunistas supervivientes (Vietnam, Corea del Norte y Cuba) es presentado, tal cual ocurre dentro de China, como secretario general del PC.

El secretario general del partido es el vértice de una pirámide de mando. La cima está ocupada por el Comité Permanente del Politburó, un organismo de nueve miembros nominado por los veinticinco integrantes del Plenario de Politburó, que a su vez es renovado periódicamente por el Comité Central, de 370 miembros, que sesiona una vez al año y son elegidos por el Congreso Nacional partidario, formado por representantes de los comités regionales de las provincias chinas.

La Asamblea Nacional, que en teoría expresa al conjunto del pueblo chino, en la práctica es una extensión del poder partidario.

 

El mandarinato del siglo XXI

Una característica especial del Partido es que no es un lugar de libre admisión. El ingreso es producto de una rigurosa selección en la que el aspirante tiene que atravesar airosamente varias pruebas antes de ser aceptado.

Una vez incorporado, el flamante miembro asume derechos pero contrae también pesadas obligaciones. No cabe tampoco el arrepentimiento. El nuevo afiliado se compromete bajo juramento a mantener la lealtad a las directivas partidarias y a guardar secreto sobre los aspectos de la vida interna de la organización.

El Departamento de Organización Central del Partido es el órgano clave para el acceso a los cargos públicos de cierta categoría.

A partir de determinados niveles de responsabilidad, todas las designaciones de funcionarios tienen que pasar por el filtro de su aprobación, sea a nivel nacional o local.

Funciona como la gerencia de recursos humanos de una gran corporación empresaria. Los funcionarios públicos son adiestrados en los 2.800 colegios que el Partido tiene a lo largo del territorio. Para ser ascendidos, rinden un examen de idoneidad. En caso de incumplimiento de sus deberes o cargos de corrupción, son sometidos a un sumario interno, cuyas conclusiones solo en muy contadas veces son remitidas a los tribunales ordinarios.

Una famosa anécdota relata una conversación con un alto funcionario de la diplomacia vaticana, realizada en ocasión de la presencia en la Santa Sede de un conspicuo dirigente del Partido Comunista chino, en la que el visitante sorprendió a su interlocutor con una prolija analogía entre las estructuras del Partido Comunista y de la Iglesia Católica.

 En esa comparación, los feligreses constituían el pueblo, el clero cumplía funciones semejantes a los militantes del partido y más hacia arriba los demás estamentos jerárquicos de ambas organizaciones desempeñaban también funciones equivalentes. 
A la pregunta sobre dónde estribaba la diferencia, la respuesta fue una humorada que todavía se recuerda: “Ustedes representan a Dios y nosotros al Diablo”. Un dato estadístico avala la comparación: China tiene 1.450 millones de habitantes, una cantidad similar a la de fieles católicos diseminados por el mundo. 
Pero, más allá de las analogías, el rol del Partido entronca con una institución milenaria de la cultura china, forjada bajo los mandatos de Confucio, un pensador considerado el “Aristóteles de Oriente”. 
Sus enseñanzas inspiraron el mandarinato, esa burocracia altamente eficiente, cuyos miembros eran seleccionados por un riguroso examen de competencia, que secundaba al monarca en la administración de todos los rincones del inmenso imperio. No en vano algunos historiadores consideran al régimen chino como una nueva dinastía imperial, al Partido Comunista como “el mandarinato del siglo XXI” y a la ideología del régimen como el “confucio-leninismo”.

Liberalización ilusoria 

Los reclamos internacionales por la represión desatada contra las protestas callejeras en Hong Kong y contra la minoría uigur, una etnia musulmana de la provincia de Sinkiang, disipan las ilusiones que en Occidente había despertado la posibilidad de que la apertura internacional iniciada en 1979 por Deng Xiaoping, que promovió el boom económico y la aparición de una nueva y pujante clase media, pudiera ser el paso previo a una progresiva liberalización de un régimen político que, a pesar de todo, parecería contar con el consenso mayoritario de una población satisfecha con la drástica reducción de la pobreza y la espectacular elevación de su nivel de vida. Como dijo George Kennan, en “Asia todo es distinto, incluso el comunismo”. Habría que agregar que también el capitalismo e, incluso, la democracia.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

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