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FMI: ¿Anticrisis o Anticristo?

Sabado, 05 de junio de 2021 02:20

El mundo antes del FMI. Como es ampliamente conocido, hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918) el enfoque dominante sobre el funcionamiento de las economías era el "laissez-faire", o sea, el "dejar hacer", que significaba que el gobierno no debía inmiscuirse en los asuntos privados, porque así las cosas discurrían de la mejor manera posible.

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El mundo antes del FMI. Como es ampliamente conocido, hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918) el enfoque dominante sobre el funcionamiento de las economías era el "laissez-faire", o sea, el "dejar hacer", que significaba que el gobierno no debía inmiscuirse en los asuntos privados, porque así las cosas discurrían de la mejor manera posible.

El problema, no obstante, era que las economías de mercado son intrínsecamente inestables, al estar sometidas a ciclos de expansión y posterior contracción del PBI y el empleo, con el agravante de que, en ausencia de medidas de compensación o atenuación de esas crisis, ya que el gobierno no debía intervenir, las crisis, además de repetirse, ganaban en muchos casos en intensidad, con el explicable rechazo de la sociedad y especialmente de los trabajadores, que perdían sus empleos en las etapas de contracción de la economía.

Peor aún, algunas economías, como la ahora ex Unión Soviética primero y luego Alemania, Italia y otros países de Europa continental, abandonaron la economía de mercado intentando otros experimentos, que en el caso de Alemania e Italia significaron el rearme y la ocupación de otros territorios en forma violenta, camino que también llevó adelante Japón en el extremo oriental de Asia, al ocupar parte de China.

La conducta agresiva de estos países provocó la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), guerra que enfrentó a las "nuevas economías" (Alemania, Italia y Japón), con las "viejas", que mantenían la adhesión a la economía de mercado (Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña), con la extraña adhesión de la Unión Soviética, obligada a combatir a Alemania por la invasión de esta última a su territorio.

Surge el Fondo Monetario

La Segunda Guerra Mundial mostró, especialmente a Keynes y sus colegas del otro lado del Atlántico en Estados Unidos, que el esquema dominante hasta el estallido de esa guerra basado en el comercio exterior "más" las colonias con las que las potencias metropolitanas comerciaban (asegurándose así mercados cautivos y aprovisionamiento de materias primas) estaba agotado del lado justamente de la posesión de colonias, porque al ser disputadas provocaban las guerras.

En su lugar, recomendaron la descolonización y un ordenamiento basado exclusivamente en el comercio internacional.

Al mismo tiempo, establecieron un nuevo esquema económico, que tomó al dólar de Estados Unidos como moneda mundial de intercambio en reemplazo de la libra esterlina, recomendando una paridad fija de las monedas de las economías con relación al dólar, organizando además algunos institutos de alcance global para colaborar con el reacomodamiento de las economías y prestar apoyo a las de menor desarrollo. El organismo encargado de monitorear el comercio exterior y la estabilidad de las economías en sus relaciones internacionales era el Fondo Monetario Internacional (FMI), en tanto las economías se hacían socias de ese fondo aportando justamente recursos en proporción al tamaño de sus economías, El otro organismo, el Banco Mundial, otorgaría préstamos a economías más rezagadas para colaborar en su desarrollo.

La escena de terror...

Como las economías mantenían un tipo de cambio fijo en relación al dólar, cuando surgían problemas de comercio exterior porque se presentaba una tendencia a importar más de lo que se exportaba, entonces el FMI prestaba ayuda económicas a esas economías; esto es, les giraba fondos para que equilibraran sus cuentas.

El "problema" era que, a cambio, el FMI les pedía que generaran una devaluación de su moneda, en la idea de que, con un dólar más caro, las importaciones se encarecerían, al mismo tiempo que las exportaciones se verían favorecidas al recibir los exportadores más moneda local por cada dólar de ventas al exterior. Al mismo tiempo, el FMI exigía que se redujera el gasto público, el cual era considerado un factor de expansión monetaria que se consideraba que alentaba la suba de los precios en las economías que, en casi todos los casos, acompañaban sus problemas de balanza de pagos con una elevada inflación.

La Argentina (­vaya casualidad!) compartía este escenario de inflación con desequilibrios externos, pero en cambio, al haber cerrado por completo su economía desde mediados de los cuarenta del siglo pasado, vale decir, tener casi prohibidas sus importaciones de bienes de consumo, no modificaba prácticamente en nada sus compras al exterior solo por tener ahora un dólar más caro, a la vez que el gobierno de entonces consideraba que si ya no se importaban bienes de consumo, tampoco eran necesarias las ventas al exterior. Parafraseando a Guillermo Moreno, el ex secretario de Comercio: "No exportamos porque tenemos que darle de comer a los peronistas".

Consecuentemente, al no haber ventas importantes al exterior y no experimentar cambios en las importaciones de bienes de consumo, el sector externo no mejoraba con la devaluación; peor aún: como ahora, se fabricaban en el país los bienes de consumo, pero no los componentes importados necesarios, la devaluación tornaba más caras esas importaciones, las que, con un dólar más caro, se trasladaban a los precios, al mismo tiempo que los trabajadores exigían subas de salarios para no perder poder de compra.

El resultado final era que el programa del FMI representaba mayor inflación y retracción económica, pero sin resolver el problema externo de manera estructural, logrando que el FMI, que había surgido como “el anticrisis”, vale decir el mecanismo para ayudar a las naciones a no incurrir, o bien, a superar crisis, se había transformado en “el anticristo” que sumergía a las naciones en mayores conflictos.
 
 ¿De quién es la “culpa”?

Obviamente, era inevitable que se culpara al FMI, atribuyéndole la responsabilidad de los problemas que generaban sus “soluciones”. Por cierto, el organismo se nutrió del enfoque ortodoxo que atribuye la inflación excluyentemente a la creación de moneda, olvidándose que la formación de los precios también incluye a los salarios, el tipo de cambio, las tarifas y los márgenes de ganancia de las empresas, todo lo cual cuenta a la hora de formar los precios y su variación. Por otra parte, el FMI mide a todas las economías con la misma vara, que evidentemente no se aplica a las economías, como la Argentina, que son exageradamente cerradas y en las que las devaluaciones no provocan que se reorienten las importaciones de bienes de consumo hacia la producción doméstica, porque nunca hubo ese tipo de importaciones.
 Sin perjuicio de lo anterior, no es menos cierto que el FMI no le exige a las economías que fomenten un gasto público infinito, que cierren sus economías, que se abstengan de exportar o que desaten una inflación insostenible: claramente, todos estos equívocos son de estricta “producción nacional”. Aceptado esto, no es menos evidente que una economía no tiene cómo cambiar la metodología del FMI, organismo que, equivocado o acertado pretende (¡nada menos!) que se le devuelvan los fondos que presta, más allá de los “relatos” de uno y otro lado (sobre todo, de uno de ellos...). En cambio, es mucho más fácil para una economía acomodar las cargas por sí misma, ya que nadie le impide, ni el FMI, el “imperio” u otros monstruos, abrir su economía, moderar su gasto público y fomentar las exportaciones, de modo que “todos” sus habitantes puedan comer y vivir en paz, ¿verdad?

 

 

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