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La genialidad de Macacha

Sabado, 05 de junio de 2021 02:20

Cuentan que cuando los españoles llegaron a Potosí para explotar el Cerro Rico, buscaron lugares cercanos o más bajos para albergar a sus familias. Por eso existen varias haciendas en los alrededores, cuyo clima es agradable y benigno, ya que están situadas en las cabeceras de los valles. Una de ellas es Mondragón, que fue construida en la primera mitad del siglo XVII. Situada a 25 kilómetros de la capital potosina, fue una de las más ricas y productivas de la zona, pero también cuna de la leyenda El Santo Cristo de Bronce. Tanto la vieja casona como la capilla, más el paisaje natural, son de una inusitada belleza. Ahora bien, cuando el general José Casimiro Rondeau se retiraba luego de la ominosa derrota que le infligieran los realistas en Sipe Sipe (conocida por la historiografía española como Viluma) masticaba rabia e impotencia.

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Cuentan que cuando los españoles llegaron a Potosí para explotar el Cerro Rico, buscaron lugares cercanos o más bajos para albergar a sus familias. Por eso existen varias haciendas en los alrededores, cuyo clima es agradable y benigno, ya que están situadas en las cabeceras de los valles. Una de ellas es Mondragón, que fue construida en la primera mitad del siglo XVII. Situada a 25 kilómetros de la capital potosina, fue una de las más ricas y productivas de la zona, pero también cuna de la leyenda El Santo Cristo de Bronce. Tanto la vieja casona como la capilla, más el paisaje natural, son de una inusitada belleza. Ahora bien, cuando el general José Casimiro Rondeau se retiraba luego de la ominosa derrota que le infligieran los realistas en Sipe Sipe (conocida por la historiografía española como Viluma) masticaba rabia e impotencia.

El Ejército Auxiliar del Perú había fracasado por tercera vez en el Alto Perú (actual Bolivia) y el militar porteño tenía una doble frustración: masticar el polvo de la derrota y a la vez perder sustento político, porque era además el director supremo de las Provincias Unidas. Con esta derrota, lo que sería el futuro Estado Plurinacional de Bolivia se escindiría definitivamente del territorio de las Provincias Unidas. Nunca más volvería a formar parte de él.

Al ánimo caldeado de Rondeau, que encima no era respetado como conductor por varios de sus oficiales, entre ellos Ignacio Warnes, se le había sumado otro contratiempo. Martín Miguel de Güemes, que se había separado del Ejército Auxiliar luego de su triunfo personal en el combate de Puesto Grande, había tomado las armas y municiones de la plaza militar de Jujuy y, como si esto fuese poco, lo habían elegido gobernador intendente de Salta.

Para consolidarse como líder político de la región, había creado, además, la División Infernal de Gauchos de Línea, lo cual no contaba con la aprobación del director interino Ignacio Álvarez Thomas. En la retirada altoperuana de Rondeau se estacionó con sus tropas desordenadas en la vieja hacienda de Mondragón, desde donde conminó a Güemes a que depusiera de todas sus actitudes, entregara las armas y se subordinara a su mando.

A ello le sumó una declaración que indignó el héroe gaucho y a todos sus seguidores, al calificarlo como "reo de lesa patria". De hecho, el manifiesto de Mondragón implicaba la declaración de guerra de Rondeau a Güemes, en momentos en que la situación geopolítica de las Provincias Unidas no podía ser peor.

Su ejército había sido totalmente derrotado; las tropas habían entrado en una suerte de desgobierno e insubordinación, algunas de las cuales se incorporaron voluntariamente a los gauchos de Güemes; era el director supremo vencido, y si bien nunca había asumido tal función por estar en el frente, ahora se aprestaba a librar una guerra civil contra un caudillo idolatrado por su pueblo, cuyo coraje y decisión eran temibles.

 

Una figura esencial apareció en el horizonte. Magdalena Güemes, la popular Macacha, hermana predilecta y confidente del jefe gaucho, no solo recibía su amor fraternal, sino que era la principal consejera política de su hermano. Macacha era una mujer de fuerte personalidad, de trato afable, de una fina inteligencia y una preclara visión política. En tiempos en que las mujeres estaban postergadas a los quehaceres domésticos o a las manualidades por todo haber, Magdalena Güemes tenía ascendiente sobre los gauchos y junto a José Ignacio Gorriti eran quienes formaban el círculo áulico en las decisiones claves del caudillo. Tanto es así que cuando Güemes recibió la amonestación que le propinó Rondeau, a diferencia de su hermano, ella consideraba que un enfrentamiento podía ser crucial para que finalmente los españoles recuperasen estas tierras. Más allá que también podía importar el ocaso del líder salteño, que aún no había cumplido un año en el mando gubernativo de la provincia. Y Güemes tenía solamente treinta años para entrar en el ocaso. No era fácil hacerlo cambiar de opinión, dado que por su proverbial astucia y decisión, la guerra de guerrillas y la guerra de recursos, ambas utilizadas como método sistemático de combate, no hubiesen sido posibles en un conductor dubitativo o pusilánime. Güemes tenía una inteligencia indócil y una aptitud como director de voluntades, que le fueron reconocidos hasta la fecha, por distintos historiadores españoles, como García Camba, o bolivianos, como José Luis Roca García.

De modo que no era fácil hacerlo cambiar de opinión. Como Macacha era intuitiva y sabía cómo y cuándo abordar al caudillo. Le hizo ver que un acuerdo con Rondeau lo dejaría como único comandante de la guerra, y aunque no contasen con recursos económicos ni con tropa suficiente, era preferible la soledad, a estar aliado a una tropa insurrecta, con vicios que ni San Martín ni Belgrano habían podido corregir. Y fue así que se ofreció a mediar en la infausta situación que se cernía sobre Salta. Mientras tanto Rondeau intimó otra vez a Güemes desde Jujuy y finalmente decidió sitiar Salta, como si fuera el jefe de un ejército invasor. El caudillo salteño, rápido de reflejos como era, una vez más hizo desocupar la ciudad y que se le cortasen todos los víveres, el agua y cualquier sustento, de modo que la estancia fuese corta y rápida la partida. Güemes no concebía que hubiese un enfrentamiento fratricida y fue entonces que aceptó que Macacha mediara en el conflicto.

Pronto, mediante correspondencia primero y personalmente después, Macacha le desplegó a Rondeau todos sus argumentos sobre las consecuencias que ese enfrentamiento podría aparejar y el jefe porteño accedió y la ponderó como una mujer de inteligencia admirable. Así se llegó a la firma del Pacto de San José de los Cerrillos el 22 de marzo de 1816. Entonces, los antiguos enemigos se abrazaron y celebraron el acuerdo. Apareció en escena Carmen Puch, de cuya belleza y hospitalidad Rondeau quedó admirado y así se lo hizo saber posteriormente a Güemes en la correspondencia entre ambos. Lo curioso del caso es que luego de haber estado a punto de que se derrame sangre entre hermanos, desde el Pacto hasta el fin de la vida de Güemes se forjó una sólida amistad entre los antiguos rivales. Y entonces el héroe salteño quedó solo y librado a su suerte para enfrentar todas las contingencias que sobrevendrían en adelante. Pero esa ya es otra historia.

 

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