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¡Arremetan contra el periodismo!

Lunes, 07 de junio de 2021 02:24

Arremeter contra el periodismo es un vicio universal que utilizan todo el tiempo la izquierda, la derecha o el centro. 
Los ejemplos sobran, redunda enumerarlos y sería solo parte del juego si sus detractores fueran ciudadanos comunes, jaqueados entre un principio que dicen defender y su apoyo a hechos que lo contradicen: nadie duda en matar al mensajero cuando conviene o hace falta.
Pero el ataque se vuelve mortal cuando quien embiste, embiste desde una investidura (que a menudo deshonra) y el blanco es el periodista crítico que lo interpela o denuncia. La relación de fuerzas se vuelve abusiva, asimétrica y letal hasta para la democracia misma: el periodismo informa, difunde, desde la opinión advierte contra los atropellos, abusos e irregularidades a los que el poder es tan adicto en tanto que éste puede silenciar, amordazar, avasallar y hasta matar.
Lo sabía ese artífice del poder que fue Julio César que “rigió el Oriente y el Poniente” (decía Borges). ¿Es paradójico que haya sido César quien inventara la gaceta? Líder nato que se sometía a los mismos rigores que sus hombres (y por eso sus hombres lo idolatraban) estratega sin par, consumado psicólogo en la Guerra de las Galias, provoca admiración por visionario (sabiendo lo que hacía sin un ápice de ingenuo): en el 59 AC ordena la publicación de los asuntos del senado en el “acta diurna” que se exhibía en el foro.
Primera rendición pública, primera hoja periodística con la que obvio- nació el disenso que con Guttenberg se proyectaría exponencialmente a gran escala. Y por eso, y desde siempre, el disenso es sofocado porque revela como perjudicial algo que el poder presenta como beneficioso, como un retroceso lo que es disfrazado de avance, como inútil algo que miente ser útil y como una injusticia lo que es una injusticia.

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Arremeter contra el periodismo es un vicio universal que utilizan todo el tiempo la izquierda, la derecha o el centro. 
Los ejemplos sobran, redunda enumerarlos y sería solo parte del juego si sus detractores fueran ciudadanos comunes, jaqueados entre un principio que dicen defender y su apoyo a hechos que lo contradicen: nadie duda en matar al mensajero cuando conviene o hace falta.
Pero el ataque se vuelve mortal cuando quien embiste, embiste desde una investidura (que a menudo deshonra) y el blanco es el periodista crítico que lo interpela o denuncia. La relación de fuerzas se vuelve abusiva, asimétrica y letal hasta para la democracia misma: el periodismo informa, difunde, desde la opinión advierte contra los atropellos, abusos e irregularidades a los que el poder es tan adicto en tanto que éste puede silenciar, amordazar, avasallar y hasta matar.
Lo sabía ese artífice del poder que fue Julio César que “rigió el Oriente y el Poniente” (decía Borges). ¿Es paradójico que haya sido César quien inventara la gaceta? Líder nato que se sometía a los mismos rigores que sus hombres (y por eso sus hombres lo idolatraban) estratega sin par, consumado psicólogo en la Guerra de las Galias, provoca admiración por visionario (sabiendo lo que hacía sin un ápice de ingenuo): en el 59 AC ordena la publicación de los asuntos del senado en el “acta diurna” que se exhibía en el foro.
Primera rendición pública, primera hoja periodística con la que obvio- nació el disenso que con Guttenberg se proyectaría exponencialmente a gran escala. Y por eso, y desde siempre, el disenso es sofocado porque revela como perjudicial algo que el poder presenta como beneficioso, como un retroceso lo que es disfrazado de avance, como inútil algo que miente ser útil y como una injusticia lo que es una injusticia.


A esta eterna lucha por la libertad no sólo de prensa- que libra el periodismo, la época ha sumado otras aristas, nuevos desafíos, grandes incertidumbres. Por nombrar algunas: las redes sociales que, a veces sin rigor, interpelan al periodismo a diario desde su abrumadora cifra de 2 mil millones de usuarios. Las noticias falsas que desinforman y confunden duplicando la tarea del periodista que se agota en el necesario proceso de verificación pero ahora urgido por las redes, esforzándose en que el titulo refleje el contenido, sin adulterar las legítimas fuentes ni manipular la información o las imágenes... cosas que han sucedido siempre pero no con el vértigo, los alcances, las “posverdades”, los “gurúes mediáticos”, los “periodistas militantes” y “el relato” actuales. Con formatos de pantalla mínimos que eluden el análisis.
Esta complejidad de variables que conjuga el periodismo obliga al autor a un rigor espartano para que su opinión sea lo más precisa posible. Cada lector tendrá una visión personal, enriquecida o empobrecida por sus propias capacidades, y a Dios gracias porque sin lector -se sabe- todo escrito es fútil. La libre interpretación acecha al texto (y al autor) a cada paso, tal como lo demuestra ese eterno enamorado del periodismo que fue Gabriel García Márquez.
En su imprescindible “El escándalo del siglo”, brinda un claro ejemplo de libre interpretación (e impredecibles consecuencias) al relatar una vivencia de 1955, cuando compartía exilio en París con otros escritores latinoamericanos: “La situación del continente (americano) en aquel momento quedaba perfectamente expresada en el retrato oficial de la conferencia de Jefes de Estado que se había reunido en Panamá. Apenas si se vislumbraba un civil escuálido en medio de un estruendo de uniformes y medallas de guerra. Incluso el Gral. Dwight Eisenhower que en la presidencia de los EEUU solía disimular el olor a pólvora de su corazón con los trajes más caros de Bond Street- se había puesto para aquella histórica fotografía sus estoperoles de guerrero en reposo. De modo que cuando esa mañana en París Nicolás Guillén abrió su ventana y gritó “¡Se cayó el hombre!” produjo una conmoción en la calle dormida porque cada uno de nosotros pensó que el hombre caído era el suyo: los argentinos pensaron que era Perón; los paraguayos, que Alfredo Stroessner: los peruanos, que Manuel Ordía; los colombianos, que Gustavo Rojas Pinilla; los nicaragüenses, que Anastasio Somoza; los venelozanos, que Marcos Pérez Jiménez; los guatemaltecos, que Carlos Castillo Armas; los dominicanos, que Rafael Leónidas Trujillo y los cubanos que Fulgencio Batista”. 

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