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De la pandemia al autoritarismo

Martes, 20 de julio de 2021 00:00

A partir del colapso de la ultima dictadura militar, los derechos humanos se incorporaron a la cultura política como un valor incuestionable, gracias a la decisión de Raúl Alfonsín, al aporte de intelectuales humanistas, al coraje de los miembros de la Conadep y al testimonio de los sobrevivientes.

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A partir del colapso de la ultima dictadura militar, los derechos humanos se incorporaron a la cultura política como un valor incuestionable, gracias a la decisión de Raúl Alfonsín, al aporte de intelectuales humanistas, al coraje de los miembros de la Conadep y al testimonio de los sobrevivientes.

Pero muchos no lo piensan de esa manera. Una vez incorporados a la política, abundaron quienes entienden que, fundamentalmente, los derechos humanos sirven para "asegurar fueros", o poder, o cargos.

La incorporación de Sergio Schoklender a las Madres de Plaza de Mayo habla por sí sola. No terminó en escándalo: fue un escándalo del comienzo al fin. Los ejemplos abundan. Un país que respeta los derechos humanos es habitado por una sociedad para la cual la vida es sagrada. Con más de cien mil muertos por la COVID-19 y un incremento insostenible de la pobreza, con toda su secuela de violencia social, los hombres públicos deberían mostrar sensibilidad y respeto. Además de inteligencia.

No debió hacer falta que los padres de niños discapacitados se movilizaran a Plaza de Mayo a pedir vacunas para que el gobernador bonaerense Axel Kicillof prometiera alguna medida al respecto. No debió esperarse a que la situación se agravara tanto para habilitar con casi diez meses de demora, la ampliación del espectro de vacunas, por un decreto, firmado entre otros por el mismo jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, que acusó a quienes se lo reclamaban de ser "visitadores médicos".

Las marchas y contramarchas de la campaña sanitaria son un dato histórico, documentado, de la inconsistencia de una gestión (o de varias, si se toman en cuenta las provinciales) que por una parte demostró impericia y por otra, compromisos políticos y económicos ajenos por completo al derecho de la ciudadanía. Por eso no alcanzan las vacunas y por eso de ha producido un descalabro educativo.

En medio de todo esto, el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla Corti, decidió arrojar más leña al fuego acusando a la oposición por el fracaso sanitario. Volvió a hablar de los cien mil muertos y en lugar de analizar la dimensión humana de esa tragedia, y de asumir las ineficiencias del Gabinete al que pertenece, acusó a la oposición diciendo que "no miraron a la vida, al humano, al habitante, ni al ciudadano argentino". Cuando una diputada del oficialismo logró colar una cláusula pensada, exclusivamente, para evitar el ingreso de las vacunas estadounidenses al país, ¿la Casa Rosada y las autoridades del Congreso estaban pensando en el habitante, el humano, el ciudadano argentino? ¿O en negocios?

Acusar a la oposición de obstruir la campaña sanitaria es una excusa. E indicio de intolerancia. Hubo protestas, es cierto, pero ninguna movilización cobró la dimensión que tuvo el velatorio de Diego Maradona en la Casa Rosada, que rompió masivamente con todas las reglas del aislamiento y el distanciamiento social y careció del menor control de parte de las autoridades. El ministro del Interior, Eduardo de Pedro, también acusó a la oposición.

Quizá por eso Pietragalla siempre actúa así. Cuando miles de formoseños denunciaban violaciones a las libertades más elementales, el funcionario viajó a Formosa para defender a Gildo Insfrán y revictimizar a los formoseños privados de ingresar al territorio durante meses, con un elevado costo de vidas y sufrimientos.

Sin democracia no hay Estado de Derecho, y viceversa. Un gobierno que no tolera críticas es un gobierno que no tiene respuestas. Por eso, para eliminar a la oposición, vira al autoritarismo.

Es la ley de la historia. Un secretario de Derechos Humanos debería saberlo.

 

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