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El goce y el placer en el psicoanálisis

Miércoles, 21 de julio de 2021 01:46

¿Por qué una persona hace algo aún a sabiendas de que eso le hace mal? ¿Por qué hace lo contrario a lo que quisiera hacer? ¿Por qué hacer lo peor, conociendo lo mejor?

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¿Por qué una persona hace algo aún a sabiendas de que eso le hace mal? ¿Por qué hace lo contrario a lo que quisiera hacer? ¿Por qué hacer lo peor, conociendo lo mejor?

Esta distancia entre los actos y el deseo constituye una paradoja en el ser humano, y supone un círculo que se repite y por el que se pena demasiado. Y lo que advertimos es que el saber no basta para cambiar, sé, reconozco que me hace mal, pero no puedo dejar de hacerlo.

Observamos aquí una disyunción entre la voluntad y las pasiones, entre el saber y el dejar de repetir eso que nos hace sufrir.
Sigmund Freud se percató a partir de la experiencia del psicoanálisis de que existe una inercia que hace obstáculo a la resolución del síntoma, paradoja que encuentra su lógica al develar que éste provee al sujeto una satisfacción de la cual no está dispuesto a desprenderse fácilmente.

Y es en su texto “Más allá del principio del placer”, donde Freud ubica este concepto enigmático y paradójico, que nombra pulsión de muerte y que asocia a la compulsión a la repetición.
Jacques Lacan concuerda con esta idea de Freud, respecto a la existencia de una satisfacción por vía del displacer y a la misma le dio el nombre de goce.

En “El malestar en la cultura”, Freud se pregunta cuál sería la meta de la vida humana, qué persigue el ser humano en su vida, y responde que persigue la felicidad, en dos sentidos: la ausencia de sufrimiento y la experiencia de sentimientos de placer.

Sin embargo, lo que constata, es que existe una discordia entre el programa del placer y el de la cultura, al punto de encontrarse en oposición, y en tal sentido afirma que: “el precio del progreso cultural debe pagarse con un déficit de felicidad”.

Es decir, que la cultura exige al sujeto la renuncia a ciertas satisfacciones y un límite a la agresión dirigida a otros, para hacer posible la vida en sociedad. 

El modo en que el programa de la cultura logra esto es mediante la introyección o internalización de la agresión, que se dirige entonces contra el propio yo, asumiendo la función de conciencia moral; en términos psicoanalíticos es el superyó, el cual, en tensión con el yo, produce un sentimiento de culpabilidad.

Para Lacan el superyó es un imperativo, que no es otro que el imperativo categórico kantiano; Immanuel Kant, filósofo alemán, formula una ley que valga para toda la comunidad: cada uno debe respetar al otro como a sí mismo, no aprovechar ninguna ocasión para agredirlo y supone, además, que cada vez que uno hace algo, todo el mundo ha de poder hacer lo mismo. Se trata de una regla universal.

Como la contracara de Kant podemos ubicar al marqués de Sade, escritor francés, quien expresa: “tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me venga en gana saciar en él”.

Vemos que la exigencia sadeana de goce es lo que reaparece como exigencia kantiana ética y, en este sentido, Kant es lo mismo que Sade. 

¿Por qué? 

Porque el goce responde a la noción de una exigencia absoluta, se impone por sí misma y supone la medida perdida, el exceso; en tanto que el placer se define por la medida. Cuando esta medida se pierde aparece el sufrimiento, por eso el goce tiene afinidad con el sufrimiento.

Lacan utiliza un ejemplo para diferenciar placer de goce que da Kant, quien afirma: “si a un hombre le atrae una mujer y sabe que por acostarse con ella irá a la horca, es capaz de resistir esa atracción”. Lacan dice que no; que hay perversos que se dirigen a una mujer para gozar de ella y matarla, sabiendo que ponen en peligro su propia vida, pero para ellos no se trata de un placer. A un placer puede renunciarse cuando satisfacerlo implica un displacer mayor. 

Pero si ya no se trata de placer sino de un goce irresistible, se hace a riesgo de muerte.

El estado actual de la cultura nos presenta un empuje al goce y en un abanico de síntomas contemporáneos se evidencia la relación del sujeto con un goce ilimitado: anorexia, bulimia, toxicomanía.

Así, cuando una persona puede advertir que hace lo contrario a lo que desea, constata para si esa repetición que lo perjudica, que le acarrea sufrimiento y de la cual no entiende su causa, puede advenir la posibilidad de que se formule una pregunta que lo conduzca a iniciar un análisis.

Al respecto, la experiencia de un análisis puede pensarse como una travesía, que supone pasar por el sentido de los síntomas hasta llegar al goce opaco y singular que anida en ellos, el cual, no pudiendo suprimirse, es pasible de mutar. 

De este modo, un análisis es el camino que transita la mutación del sufrimiento; desde la satisfacción paradojal mortificante a otro régimen de satisfacción, una satisfacción no paradojal, con efecto vivificante.

 

 * Practicante del psicoanálisis, docente del CID Salta y responsable de la Comisión de Docencia del CID
 

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