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La unidad que nos estamos debiendo

Viernes, 30 de julio de 2021 01:30

Para los fanáticos de la política nacional, los últimos días de cierre de listas para legisladores nacionales fueron tan parecidos como un superclásico, o una final inédita de cualquier deporte. Para el resto de los mortales, fue apenas enterarse de que hay que ir a votar dos -o tres veces en Salta- durante este año no menos difícil que el anterior.

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Para los fanáticos de la política nacional, los últimos días de cierre de listas para legisladores nacionales fueron tan parecidos como un superclásico, o una final inédita de cualquier deporte. Para el resto de los mortales, fue apenas enterarse de que hay que ir a votar dos -o tres veces en Salta- durante este año no menos difícil que el anterior.

La euforia de las redes sociales, las fotos y videos de gente mayoritariamente desconocida firmando papeles, y la inercia del análisis y los medios contrastan de manera cruda con las cifras elevadas de muertos diarios por COVID, y la angustia de millones de personas que viven con múltiples incertidumbres.

Surge un debate clave en la desconexión entre personas altamente compenetradas con el tablero político y aquellos a quienes les resulta ajeno: la falta de unidad en prioridades comunes.

En el proceso analítico de describir y catalogar la democracia argentina siempre nos remontamos a comparaciones internas, regionales y la experiencia mundial. Viendo esquemas en democracias avanzadas (tanto por su longitud como su calidad) como los países nórdicos, queda en claro que el mayor déficit que tenemos es puramente innato a la grave dificultad de consolidar prioridades comunes.

El rol de los partidos políticos parece funcionar como una franquicia legal que provee de una infraestructura burocrática para satisfacer cuestiones operativas, pero sin programas de fondo. Un programa de fondo define los lineamientos generales de representatividad, de propuestas sólidas, de planes de gestión, de querer llegar al Congreso de la Nación para resolver problemas con respuestas reales y certeras.

Esto, sumado a la terciarización de las gestiones políticas al sector privado o personas sin un rol interno en el desarrollo de propuesta aducen a un diagnóstico reservado: el mejor indicador de la política es el funcionamiento íntegro de sus partidos políticos.

En otras palabras, lo que hoy parece como unidad en los partidos políticos de nuestro país, y de Salta, es más bien el conjunto de aspiraciones personales sin correlato en lo más grande y más importante: la representatividad del votante y sus intereses.

Aquí volvemos al problema central de la falta de unidad en prioridades comunes. Por un lado, la gestión y el frente oficialista nacional muestra la foto clara de consensos y de manera críptica lanza una campaña que será la de refrendar los resultados obtenidos. Esa foto no cuenta la película. El análisis más detallado que traza en el tiempo los hitos (y no hitos) de gestión demuestran que lo que forzosamente se dio en 2019 tuvo serias dificultades para plasmar una ideología en el cambio real de las condiciones de vida de nuestro país.

Por supuesto que hay victorias que son aciertos, pero lo que termina por volar por el aire esas victorias son los continuos momentos de tensión entre los integrantes de la coalición. Momentos de tensión que han sido errores graves de gestión, y que como dijimos en otra oportunidad, sin la síntesis única de lo que realmente se quiere hacer, solo reina la confusión interna y pública. El problema mayor para la etapa que inicia el país es que sin la consolidación de un esquema interno y público de síntesis hacia dentro de los partidos políticos, pero más importante, entre ellos, tendremos que lamentar una pica entre intereses encontrados, y no prioridades comunes construidas.

El mismo problema genera el mismo efecto en el sector de oposición. Con cada vez más marcadas autocríticas sobre los años de gestión pasados, parece que el cisma entre lo antisistema y lo provecinal también es contrario a la síntesis de lo que realmente representan y de qué manera. A tal punto que el hito más importante del cierre de listas nacionales por este sector, es la aparición de un outsider del sistema. No termina de quedar claro si estas apariciones son tan benignas como suelen acercar las encuestas. Si bien generan una emoción positiva hacia personas con trayectoria y vocación, en la política lo que valida son los resultados de gestión - ya sean legislativos o ejecutivos. Lo mismo pasa en Salta donde de repente el universo político tiene una gran representatividad de outsiders que de a poco se convierten en parte del mobiliario.

Por eso, volver a la misma pregunta: ¿qué prioridades une a toda la clase política?

Creo que es una pregunta justa y válida. Partiendo del principio - y sin irnos tanto a la teoría que abunda - al fin y al cabo el rol del representante político no es unitario pero se entiende en función de lo que hace por el votante. Claro que los candidatos deben tener convicciones claras que, en teoría, deberían partir de un esquema político partidario a uno personal alineado con esos principios. Pero, en definitiva, las diferencias políticas en un Congreso deberían hacer lo totalmente opuesto a lo que ocurre hoy: revitalizar, alimentar y dar herramientas al debate en torno a la mejor solución.

En definiciones más cercanas a la praxis política, se busca que los dirigentes políticos electos solo busquen consensos firmes. Justamente es eso lo que une de verdad: la construcción de prioridades comunes. Hoy en la Argentina sobran los temas donde la construcción de prioridades comunes debería ser la primera política de Estado. Pero la imposibilidad de la unión en la función pública-política determina más la suerte de nuestro futuro que las ideas y propuestas de fondo.

En la mirada pequeña del rol político de quienes elegimos entra el juego de egos personales o de intereses privados a costa del bien común. Creo que ejemplos de esto nos sobran. Lo que falta es justamente el entorno que produzca candidatos y candidatas con preparación, vocación y coherencia. Al no tener partidos políticos modernos, al no tener síntesis en las coaliciones políticas, y al contar con hiperpersonalismos agigantados por las redes sociales, lo único que queda es el buen saber y la sabiduría del votante. El mensaje que más se escucha es el de la urna. Por eso es clave la participación activa del electorado - sobre todo de los más jóvenes. Al segmento etario entre los 16 y los 25 estas elecciones son primordiales para entender qué país pospandemia y sufriendo la crisis climática les va a tocar gestionar en 10 o 15 años. Preguntas que hoy no figuran en el debate -como la transición ecológica, el futuro del trabajo y la educación- pueden solo estar en escena si el votante lo demanda.

En definitiva, lo que demandan todos los votantes es que el poder político piense en ellos a la hora de gestionar. Creo que no es un pedido sin fundamento, y que la gran parte de los gestores políticos tienen en cuenta. Pero en las elecciones de este año tan crítico en medio de una pandemia, necesitamos que las actitudes, las aptitudes y las formas de unión sean más concretas, y den soluciones reales.

(Ezequiel Jiménez - Mg. en Políticas Públicas - Co-Director Droit Consultores)

 

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