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¿Un nuevo eje Roma-Washington?

Miércoles, 18 de agosto de 2021 02:51

En una medida que revela su intención de promover un acercamiento internacional con la comunidad islámica, Joe Biden designó a Rashad Hussain embajador general de Estados Unidos para la Libertad Religiosa Internacional (IRF). Simbólicamente, el nombramiento coincide con la conmemoración del vigésimo aniversario de los atentados terroristas de septiembre de 2001, que desencadenaron la "guerra global contra el terrorismo" y agudizaron las tensiones entre Estados Unidos y el mundo musulmán.

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En una medida que revela su intención de promover un acercamiento internacional con la comunidad islámica, Joe Biden designó a Rashad Hussain embajador general de Estados Unidos para la Libertad Religiosa Internacional (IRF). Simbólicamente, el nombramiento coincide con la conmemoración del vigésimo aniversario de los atentados terroristas de septiembre de 2001, que desencadenaron la "guerra global contra el terrorismo" y agudizaron las tensiones entre Estados Unidos y el mundo musulmán.

La designación de Hussain está asociada a la decisión de la Casa Blanca de asumir la defensa de la minoría uigur, una etnia musulmana ferozmente perseguida en China, acusada de promover el separatismo en la provincia de Xinjiang.

Con una trayectoria que pareciera dibujada a medida de sus flamantes funciones, Hussain se desempeñó hasta ahora como director de Alianzas y Compromiso Global en el Consejo de Seguridad Nacional. A los 31 años ya era asesor legal de la Casa Blanca durante la presidencia de Barack Obama, quien lo nombró enviado especial ante la Organización de Cooperación Islámica (OCI), donde estableció estrechos vínculos con los jefes de Estado de los países musulmanes, y representante estadounidense en el Centro de Comunicaciones Estratégicas de Contraterrorismo.

Es coautor de "Reformulación de la batalla de las ideas: comprensión del papel del Islam en la lucha antiterrorista", un texto clave para la definición de la estrategia estadounidense en esa materia.

Pero la nominación de Hussain es parte de un conjunto de nombramientos inscriptos en la misma dirección de colocar a la cuestión de la libertad religiosa en uno de los ejes de la política exterior estadounidense.

Deborah Lipstadt, autora del ensayo "Antisemitism: Here and Now", será la nueva encargada para monitorear y combatir el antisemitismo. Khizr Khan y la rabina Sharon Kleinbaum, serán dos nuevos miembros de la Comisión de Estados Unidos sobre Libertad Religiosa.

Khan, un inmigrante musulmán educado en Harvard, se hizo famoso en la convención nacional del Partido Demócrata de 2016 cuando cuestionó la iniciativa del entonces candidato republicano Donald Trump de prohibir a los residentes de los países de mayoría musulmana el ingreso al territorio estadounidense. Kleinbaum integra el Consejo Asesor Basado en la Fe del alcalde neoyorquino Bill de Blasio y la Comisión de Derechos Humanos de esa ciudad.

El factor Francisco

Biden, el segundo presidente católico en la historia de Estadios Unidos y el primero en citar a San Agustín en su discurso de asunción, sintoniza en este punto con el papa Francisco, cuya foto ocupa un lugar privilegiado en un estante ubicado detrás del sillón presidencial en la Casa Blanca.

Nancy Pelosi, titular de la Cámara de Representantes y figura estelar del Partido Demócrata, es mencionada como futura embajadora norteamericana ante la Santa Sede.

El Papa se movió para frenar a los obispos católicos conservadores que pretendían negar la comunión a Biden por su postura a favor de la legalización del aborto.

Francisco fue protagonista de un salto cualitativo en el diálogo entre la Iglesia Católica y el Islam. En su viaje a Egipto de 2019 suscribió una declaración conjunta con Ahmed el Tayeb, el Gran Imán de la Universidad de El Cairo, el centro de estudios más prestigioso de los musulmanes sunitas. En 2020, su visita a Irak completó ese círculo con otra declaración, firmada esta vez con el Ayatollah al - Sistani, la personalidad más relevante de la comunidad chiita en la que subraya que "entre las causas más importantes de la crisis del mundo moderno están una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos".

Un trabajo realizado por Pew Research Center, un prestigioso centro de estudios de Washington, titulado "El futuro de las religiones del mundo: proyecciones del crecimiento poblacional 2010-2050", vaticina que a mediados de este siglo la comunidad musulmana, que hoy representa el 23% de la población mundial, en 2050 alcanzará el 30%. Con esas cifras, el Islam casi equipararía al cristianismo como primera minoría religiosa mundial y lo superaría a fin de siglo. Según esas proyecciones demográficas, en 2050 seis de cada diez personas serán cristianas o musulmanas. Para entonces, uno de cada seis habitantes del planeta será chino y China será la primera potencia económica mundial. Con ese escenario, Francisco y Biden entienden que el vínculo con el Islam y la relación con China son las dos prioridades estratégicas más relevantes tanto para la Iglesia Católica como para Estados Unidos. En 2014, el presidente israelí Shimon Peres le planteó a Francisco la necesidad de constituir las "Naciones Unidas de las religiones" para afrontar una guerra contra terroristas que "dicen matar en nombre de Dios". Para Peres, Francisco tendría que liderar esa construcción porque "el Santo Padre es un líder respetado como tal por las diferentes religiones y sus exponentes".

El tercero en discordia

Francisco está transitando ese camino, aunque con una particularidad que también signa su pontificado: la convicción de que la Iglesia Católica sólo será plenamente "católica" en el sentido etimológico del término, es decir universal, cuando tenga una presencia efectiva en China.

China, un país oficialmente ateo con una población 1.450 millones de habitantes, es el mayor “mercado de almas” del planeta. 
Los estudios indican que la progresiva pérdida de la mística comunista, registrada a partir del giro capitalista impulsado desde 1978 por Deng Xiaoping, generó una “crisis de sentido” en una amplia franja de la sociedad. Ese vacío espiritual alentó una paulatina reaparición de las prácticas religiosas. Las creencias ancestrales del pueblo chino, como el budismo y el taoísmo, y las religiones “importadas”, como el cristianismo y el Islam, encuentran allí un fértil campo de desarrollo.
El fenómeno inquieta a las autoridades, decididas a mantener a rajatabla un rígido control de la vida social. 
En 2019, una directiva de la Administración Nacional de Asuntos Religiosos estipuló que “las organizaciones religiosas educarán a los clérigos y ciudadanos religiosos para que apoyen el liderazgo del Partido Comunista de China”. 
Este endurecimiento gubernamental tensó las relaciones con la Santa Sede, que habían experimentado una mejoría con la firma en 2018 de un acuerdo que estableció un engorroso mecanismo para destrabar la designación de obispos católicos. 
Simultáneamente, el régimen de Beijing incrementó las medidas persecutorias contra la minoría musulmana de Xinjiang.
En la década del 80, Juan Pablo II, que asumió el pontificado en 1979, y Ronald Reagan, que ingresó a la Casa Blanca 1981, establecieron una alianza estratégica, reflejada en el respaldo al surgimiento de Lech Walesa y el Sindicato Solidaridad en su enfrentamiento con el régimen comunista en Polonia y ayudó a generar las condiciones para la caída del muro de Berlín y la posterior disolución de la Unión Soviética. 
El centro de esa confluencia fue la reivindicación de las libertades públicas, incluida por supuesto la libertad religiosa. Cuarenta años después, en condiciones diferentes y con dos personalidades también distintas, el Vaticano y Washington insinúan una nueva convergencia de esfuerzos para ampliar la esfera de la libertad religiosa en China.
 * Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico
 

 

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