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Después de Afganistán

La retirada militar dispuesta por Joe Biden desdibuja su imagen internacional, con un fracaso que pone en evidencia los flancos débiles de “la alianza mundial de democracias”.
Sabado, 21 de agosto de 2021 20:54

Es probable que nunca en la historia de Estados Unidos un presidente haya protagonizado un papelón internacional más resonante que el traspié experimentado por Joe Biden con la caída de Kabul en manos de los talibanes. En una fatídica conferencia de prensa realizada el 8 de julio, 38 días antes del ingreso triunfal de los guerrilleros islámicos en la capital afgana, Biden había señalado que ese desenlace “no es inevitable porque el Ejército afgano cuenta con 300.000 efectivos bien equipados como cualquier ejército del mundo y también tienen una Fuerza Aérea y se enfrentan a 75.000 talibanes”.

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Es probable que nunca en la historia de Estados Unidos un presidente haya protagonizado un papelón internacional más resonante que el traspié experimentado por Joe Biden con la caída de Kabul en manos de los talibanes. En una fatídica conferencia de prensa realizada el 8 de julio, 38 días antes del ingreso triunfal de los guerrilleros islámicos en la capital afgana, Biden había señalado que ese desenlace “no es inevitable porque el Ejército afgano cuenta con 300.000 efectivos bien equipados como cualquier ejército del mundo y también tienen una Fuerza Aérea y se enfrentan a 75.000 talibanes”.

Ya en el mes abril, en otra rueda de prensa, había prometido que “no protagonizaremos una carrera suicida de salida. Lo haremos de una forma responsable, deliberada y segura”. 

En esa oportunidad, ante la pregunta sobre si en Afganistán podían registrarse episodios semejantes a los sucedidos con la caída de Saigón en 1975, Biden había afirmado que “no va a haber ninguna circunstancia en la que vean gente siendo rescatada del techo de una embajada de Estados Unidos en Afganistán”. 

Solo cuatro meses más tarde, las aterrorizadoras imágenes de civiles afganos colgados de las alas de un avión de la Fuerza Aérea que levantaba vuelo en el aeropuerto de Kabul inundaban la televisión mundial.

Cuando veinticuatro horas antes de la entrada de los talibanes en Kabul Biden ratificó la decisión de retirar las tropas estadounidenses, The Wall Street Journal”, en un editorial lapidario, consignó que “La declaración del presidente Biden en la que se lavaba las manos sobre lo que estaba pasando en Afganistán es una de las más vergonzosas hechas por un comandante en jefe en el momento de la retirada. Cuando los talibanes cercaban Kabul, Biden envió una confirmación del abandono de Estados Unidos, echaba la culpa a sus predecesores y más o menos invitaba a los talibanes a asumir el control del país”. 

Martin Lewis, un afamado columnista de “The Daily Beast”, escribió un artículo titulado ”La rendición de Biden, tan fea como innecesaria”.

En ese clima, mientras Donald Trump proclamó que el hecho constituía “la mayor vergüenza en la historia de nuestro país” y se atrevía a pedir públicamente la renuncia del primer mandatario, las encuestas indicaban un abrupto descenso de la imagen presidencial y el mundillo político de Washington se interrogaba sobre si el resultado de la guerra de Afganistán no podía ocasionar la derrota de los demócratas en las cruciales elecciones legislativas del año próximo y sepultar las expectativas de reelección de Biden en 2024. 

Semejanzas y diferencias 

Biden cuenta con una ventaja sobre Gerald Ford, el presidente en ejercicio en 1975 en momentos de la traumática caída de Saigón en manos del Vietcong. 

El actual primer mandatario lleva apenas siete meses en la Casa Blanca y tiene tres años por delante. Ford, en cambio, estaba a solo un año de una elección presidencial en la que decidió no postularse para un nuevo mandato. 

El triunfador en aquella elección de 1976, el demócrata James Carter, perdió precisamente su reelección contra Ronald Reagan en 1980 cuando en plena campaña electoral se tuvo que hacer cargo de otro papelón internacional: el estruendoso fracaso de un aparatoso operativo militar en Teherán para rescatar a diplomáticos estadounidenses prisioneros del régimen iraní. 

A favor de Biden, los analistas puntualizan también que el electorado estadounidense suele privilegiar en su voto las razones domésticas antes que los éxitos o fracasos de política exterior. En noviembre de 1992, un año después de la disolución de la Unión Soviética, que marcó la victoria de Estados Unidos en la guerra fría, George H. Bush padre perdió su reelección frente a Bill Clinton por la disconformidad colectiva generada por una breve recesión económica que ya empezaba a revertirse. 

Todo indica que la economía norteamericana se encuentra en franca recuperación tras la estrepitosa caída provocada por la pandemia que constituyó un factor decisivo para impedir la reelección de Trump.

Lo que sí representa un golpe incontrastable derivado de la abrupta retirada de Afganistán es el descenso de la credibilidad internacional de Estados Unidos. Armin Laschet, dirigente de la democracia cristiana alemana postulado para la sucesión de Angela Merkel, reconoció que la caída de Kabul constituye ”la mayor debacle de la OTAN desde su fundación”. 

En Londres, el gobierno conservador de Boris Johnson también tomó distancia de la decisión de Biden. Entre los aliados de Washington en Medio Oriente y América Latina cunden dudas sobre si en circunstancias adversas la Casa Blanca no puede dejarlos correr la misma triste suerte que el gobierno de Ashraf Ghani.

Para fundamentar la retirada, Biden formuló una apreciación de singular importancia: “nuestros verdaderos competidores chinos y rusos amarían que Estados Unidos siga invirtiendo miles de millones de dólares en recursos y atención para estabilizar a Afganistán indefinidamente”. 

Estamos en vísperas del vigésimo aniversario de los atentados terroristas contra las Torres Gemelas en Nueva York y la sede del Pentágono, que llevaron a George W. Bush a declarar la “guerra global contra el terrorismo”.

La intervención en Afganistán se propuso aniquilar a los santuarios de Al Qaeda; para Biden, la prioridad estratégica es ahora la competencia por la supremacía global con China.

¿Dos mundos en uno? 

En esa competencia por el liderazgo global, que se dirime en el campo tecnológico y en particular en el dominio de la inteligencia artificial, epicentro de la Cuarta Revolución Industrial, Biden plantea crear una “alianza mundial de las democracias”, una estrategia de multilateralismo que deja atrás el unilateralismo de la era Trump, sintetizado en la consigna “America first”, busca cerrar filas con los aliados europeos de la OTAN y pretende erigir a Estados Unidos en el portavoz de la defensa de la libertad y los derechos humanos, una bandera que inscribe la lucha contra el terrorismo en el contexto más amplio de la afirmación de los valores culturales de Occidente.

Pero esa noción de una “alianza mundial de las democracias” supone el reconocimiento implícito del fracaso de la idea de “exportación de la democracia” con la que Estados Unidos fundamentó ideológicamente su respaldo a la “primavera árabe” y también muchas de sus intervenciones militares en el extranjero. La derrota de Afganistán fue una inequívoca ratificación de ese fracaso. Cuando Biden culpa al anterior gobierno afgano y a sus militares de su falta de voluntad de combate, ignora que esa falencia obedece a un factor cultural mucho más profundo: su escasa convicción en la causa que decían defender. 

En su libro “Diplomacy”, publicado en 1994, una vez terminada la guerra fría, Henry Kissinger señaló que Estados Unidos no podía retirarse de la escena global pero tampoco estaba en condiciones de dominarla. Una vez más los hechos le dieron la razón. La “alianza mundial de las democracias” es una condición para la estabilidad global pero no una condición suficiente. Hay “otro mundo” donde los valores tradicionales de Occidente son ajenos a su idiosincrasia. A ese mundo pertenece Afganistán. De ese mundo, guste o no, tiende a ocuparse China. En ese delicado equilibrio habrá de jugarse la política mundial en las próximas décadas.

* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

 

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