¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

23°
19 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

La gran epopeya jujeña

Viernes, 27 de agosto de 2021 02:24

Pocos sucesos de la historia argentina tienen la singularidad del Éxodo Jujeño, proeza que tuvo su epicentro del 23 de agosto de 1812. La primera particularidad que debe señalarse es que, a veces, en la guerra como en la política, la demora puede deparar acedía y sinsabores.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Pocos sucesos de la historia argentina tienen la singularidad del Éxodo Jujeño, proeza que tuvo su epicentro del 23 de agosto de 1812. La primera particularidad que debe señalarse es que, a veces, en la guerra como en la política, la demora puede deparar acedía y sinsabores.

Al desastre de Huaqui, ocurrido el 20 de junio de 1811, le siguió la pérdida del Alto Perú (hoy Bolivia en forma definitiva).

Es que desde el triunfo de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810, hasta ese infausto traspié militar habían transcurrido nada menos que seis meses. Junto con ello, la embriaguez de la victoria no le permitió cavilar al Representante de la Junta Provisional Gubernativa, tal el título conferido a Juan José Castelli, que el tristemente célebre Campamento de Laja, donde las tropas fueron estacionadas de manera incomprensible, se volvieron disolutas e indisciplinadas.

Todo esto lo supo aprovechar José Manuel Goyeneche para arrollar a los patriotas y desde entonces hasta el final de la Guerra de la Independencia el antiguo límite virreinal del río Desaguadero se tornase inalcanzable en los hechos.

El libro de Alejandro M. Rabinovich "Anatomía del pánico. La batalla de Huaqui, o la derrota de la Revolución (1811)" resulta sumamente ilustrativo al respecto.

Desde esa fatídica derrota, la primera de las armas nacionales, se inició una retirada apresurada y desordenada, casi caótica, conducida por Juan Martín de Pueyrredón, que contó con el apoyo de las huestes gauchas de Martín Miguel de Güemes. La sublevación de Cochabamba fue heroica y de algún modo detuvo el adelantamiento realista sobre las Provincias Unidas, como así también el desbande de las tropas de lo que ya se consideraban las reliquias del Ejército Auxiliar del Perú. Pueyrredón decidió designar jefe de la vanguardia patriota al ya veterano de guerra Eustoquio Díaz Vélez, de destacadísima actuación posterior en las batallas de Tucumán y Salta.

Fue entonces que el primer Triunvirato decidió el cambio de mando y sustituyó a Pueyrredón por Manuel Belgrano, traspaso que se produjo en Yatasto, el 26 de marzo de 1812.

La desolación

Belgrano quedó consternado por el estado en que recibió las tropas y el 27 las arengó, exhortándolas a la subordinación, la constancia y el respeto a los pueblos. Enseguida fue anoticiado del ánimo desmoralizado de los oficiales jefes, a quienes también les advirtió que tenían la opción de pedir licencia si no podían continuar la guerra.

El creador de la Bandera, rápidamente, se percató de que no tenía tiempo que perder y debía adoptar decisiones urgentes para frenar la rauda marcha realista. Conformó entonces su estado mayor con Manuel Dorrego, de quien luego se distanciaría; José María Paz, Rudecindo Alvarado, Gregorio Aráoz de Lamadrid y Cornelio Zelaya.

Ciertamente, de los jefes anteriores, Belgrano optó por confirmar a Díaz Vélez y apartar a Juan Ramón Balcarce.

Otra destacada figura que se incorporó a las filas patrias fue el barón de Holmberg, formado en la escuela alemana de artillería.

Dos caudillos altoperuanos en la más absoluta soledad se lucieron por su coraje ante el irrefrenable avance español: Esteban Arce y Mariano Antezana, quienes combatiendo con denuedo y por su cuenta y riesgo les hicieron frente en abrumadora inferioridad de tropas y armamento.

Belgrano decidió establecer su cuartel general de avanzada en Jujuy, donde el 25 de mayo de 1812 hizo bendecir la bandera nacional por el canónigo Juan Ignacio Gorriti, en una ceremonia pletórica de significación. Por entonces, el mariscal Goyeneche había tomado una decisión que le costó su relación con el entonces virrey del Perú, Fernando de Abascal, el marqués de la Concordia, cual fue enviar a Pío Tristán, a quien Belgrano había conocido en España, como jefe de las fuerzas invasoras. La capacidad fuego del contingente invasor era temeraria y la posición de Belgrano y el Ejército Auxiliar del Perú a su mando sumamente riesgosa.

La decisión histórica

Tomó entonces una decisión absolutamente sorprendente, pese a que era un brillante abogado, pero no un estratega militar. Todas las disyuntivas que se le presentaban no eran demasiado alentadoras.

Algo tenía en claro: desde ese lugar no podía batirse con los realistas, por cuanto un fracaso en el campo de batalla les dejaba expedito el camino a Buenos Aires y apagar las soflamas de la Revolución de Mayo. De tal suerte, no podía arriesgarse. Su responsabilidad era enorme y recibía presiones del Triunvirato, integrado entonces por Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso, para que retrocediese hasta Córdoba. Belgrano consideró que esta orden, a la luz de lo sucedido en Huaqui, implicaba dejar no solamente librado a su suerte al Alto Perú, sino a todo el actual norte argentino, lo cual le parecía un dislate.

Como si fuese un episodio bíblico, tomó una determinación que pasaría a la historia, acaso porque estos años fueron los más gloriosos de su existencia. Fue cuando ordenó dejarle tierra arrasada al enemigo, lo cual implicaba desde quemar cultivos, hasta cortar todo suministro de agua, transportar todos los víveres y circulante posible y abandonar íntegramente la ciudad de Jujuy.

Esta epopeya inusual contó con el abnegado apoyo del pueblo jujeño, que se encolumnó tras su jefe y decidió marcharse con destino a Tucumán, con la íntima convicción de que volverían a recuperar su tierra. El 23 de agosto de 1812, a las cinco de la tarde, mientras las campanas tocaban a rebato, en un abrumador silencio, el pueblo jujeño abandonó su ciudad. Belgrano fue el último en salir, luego de comprobar con asombro inusitado que no había quedado prácticamente nadie. Partió pasada la medianoche, en las primeras horas del 24 de agosto.

Afligido por la rapidez de las avanzadas realistas, que pocas horas después de ese 24 entrarían a una Jujuy desolada, Belgrano dispuso reforzar su retaguardia, con dos piezas de artillería y numerosa fusilería, por cuanto sería hostigado desde allí hasta que llegara a Tucumán.

Hubo episodios heroicos, hasta el presente poco difundidos. Como el enfrentamiento en que el capitán Cornelio Zelaya, en medio de una lluvia de balas se apostó a la salida de la ciudad y contuvo la arremetida realista. Se combatía día y noche, sin un instante de descanso y el 26 de agosto las fuerzas patriotas recibieron dos ataques más; uno en Cobos, heroicamente resistido por Díaz Vélez y otro más cruento aún el 3 de septiembre en Río Piedras, de una crucial importancia estratégica, porque el triunfo de la causa nacional permitió que Belgrano se fortaleciese en Tucumán. Pero esa ya es otra historia.

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD