Esta historia comenzó hace más de 35 años, cuando el padre de Marta quedó sin trabajo. En aquella época, el hombre, panadero de profesión, comenzó a vender sus productos en la parada de colectivos de la ruta de San Lorenzo, a una cuadra de la municipalidad. Él y su familia vivían por aquellas épocas, al final pasaje. Su esposa, que hoy ya camina los 81 se encargada de la venta, y él amasaba.
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Esta historia comenzó hace más de 35 años, cuando el padre de Marta quedó sin trabajo. En aquella época, el hombre, panadero de profesión, comenzó a vender sus productos en la parada de colectivos de la ruta de San Lorenzo, a una cuadra de la municipalidad. Él y su familia vivían por aquellas épocas, al final pasaje. Su esposa, que hoy ya camina los 81 se encargada de la venta, y él amasaba.
Hoy, 35 años después lo sigue haciendo. Aún en pandemia, nunca dejó de levantarse temprano para preparar la masa para sus bollos, los más famosos de Salta.
Marta, una de sus hijas, es quien atiende el negocio junto a sus hermanas. La venta de los bollos - con y sin chicharrón, las cara sucia, los pancitos de aní y las facturas comienza a las 17, en punto. A las 19, con mucha suerte, puede que el último cliente se lleve el último bollo del día.
"Algunas personas se enojan cuando llegan y no encuentran bollos, pero la verdad es que vendemos mucho, a la gente le gusta la receta de mi papá. Tenemos clientes que ya vienen con sus hijos a comprar acá los bollos y otros que se fueron a estudian afuera pero que piden que les manden la encomienda con bollos. Así que tenemos los encargues y lo que se vende todos los días", le contó Marta a El Tribuno, mientras su hermana no dejaba de atender los clientes que llegaban por los últimos bollos.