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La épica batalla de Los Sauces

Martes, 31 de agosto de 2021 01:30

Era un 4 de mayo de 1817 cuando el ánimo quebrado del mariscal José De la Serna trató de recomponerse y tener presencia para un último combate. Martín Miguel de Güemes había logrado expulsar a los españoles del Tercer Sitio a la ciudad de Salta, con particular denuedo. Después de una serie de combates contra las guerrillas gauchas, más otros tantos que previamente se habían librado desde Humahuaca hasta Jujuy, además de Orán y Ledesma, las altivas fuerzas realistas que habían vencido a Napoleón no concebían la idea de retirarse sin dar un último intento de batalla, esencialmente para salvar su dignidad. Güemes había adivinado todos los movimientos godos, incluyendo el pretendido cambio de rumbos por los Valles Calchaquíes. Todo había sido infructuoso. La decisión de retirarse de Salta fue intempestiva. El mariscal De la Serna no era alguien que estuviese acostumbrado a consultar ni a pedir opiniones. Sentía una particular frustración porque el círculo de mujeres patriotas que informaban a Güemes habían descubierto su plan: en vez de seguir a Tucumán por el Camino Real, había decidido emprender hacia los Valles Calchaquíes. Contaba para ello con la adhesión de Fernando de Aramburú, quien había formado un pequeño regimiento denominado Real San Carlos, debido a que él era un ferviente defensor de la causa realista y un acaudalado productor de la zona.

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Era un 4 de mayo de 1817 cuando el ánimo quebrado del mariscal José De la Serna trató de recomponerse y tener presencia para un último combate. Martín Miguel de Güemes había logrado expulsar a los españoles del Tercer Sitio a la ciudad de Salta, con particular denuedo. Después de una serie de combates contra las guerrillas gauchas, más otros tantos que previamente se habían librado desde Humahuaca hasta Jujuy, además de Orán y Ledesma, las altivas fuerzas realistas que habían vencido a Napoleón no concebían la idea de retirarse sin dar un último intento de batalla, esencialmente para salvar su dignidad. Güemes había adivinado todos los movimientos godos, incluyendo el pretendido cambio de rumbos por los Valles Calchaquíes. Todo había sido infructuoso. La decisión de retirarse de Salta fue intempestiva. El mariscal De la Serna no era alguien que estuviese acostumbrado a consultar ni a pedir opiniones. Sentía una particular frustración porque el círculo de mujeres patriotas que informaban a Güemes habían descubierto su plan: en vez de seguir a Tucumán por el Camino Real, había decidido emprender hacia los Valles Calchaquíes. Contaba para ello con la adhesión de Fernando de Aramburú, quien había formado un pequeño regimiento denominado Real San Carlos, debido a que él era un ferviente defensor de la causa realista y un acaudalado productor de la zona.

Descubierta la treta, y ante el asedio gaucho, De la Serna salió raudamente de la ciudad. El Ejército Real salió en dos tandas entre el 4 y 5 de mayo durante la noche. También acordaron que se dividirían para reencontrarse en la localidad jujeña de El Carmen. Cuando una de las divisiones llegó al paraje Los Sauces, al fin de un día agitado, los jefes ordenaron acampar y luego de tantas jornadas en las que no habían tenido paz ni sosiego, en un santiamén los venció el sueño. La noche estaba serena; probablemente pensaban que las legiones gauchas por el momento no los asolarían. Estaban cerca de una suerte de cañón natural que se llama Angostura por cuyas estrecheces corre de norte a sur el río La Caldera. De repente se despertaron sobresaltados por una especie de trueno lejano, pero el cielo de mayo estaba poblado de estrellas, hacía frío y en Salta comenzaba la estación seca. Vieron entonces una vislumbre anaranjada; un resplandor que se aproximaba a velocidad inusitada y el pavor se apoderó de ellos porque, luego de un ensordecedor estruendo, alcanzaron a ver una recua de yeguas sin jinetes que se les abalanzaban galopando embravecidas con grandes llamaradas de fuego atadas del rabo. Alguno que recién se habían despertado por el sobresalto pensó que estaba viviendo una escena del Apocalipsis, pero en realidad había sido una picardía del Pachi Gorriti, quien había envuelto la cola de los animales redomones con pasto seco, con el cuidado de que no se les chamuscara el pelo y les prendió fuego, lo que dio origen a una estampida y al zafarrancho que culminó con una huida desordenada y caótica en medio de la noche. Al ansiado combate final de venganza no podría darse. Todo lo contrario.

Toda la caballada del Ejército Real salió disparada y entonces emprendieron una larga marcha a pie hacia Jujuy, hasta donde llegaron hostigados por la guerrilla que comandaba Bartolomé de la Corte. El 11 de mayo Güemes, que había llegado con los subitaneidad del rayo a Jujuy, retomó la ciudad y partió en busca de Olañeta. Pese a todas estas acciones no había recibido apoyo alguno. Los españoles debieron soportar reiteradas cargas de caballería del comandante gaucho Manuel Eduardo Arias en Tilcara. Ante la gravedad de la situación y la zozobra, las dos divisiones españolas que se habían escindido en La Caldera debieron reunificarse en Jujuy. Recién pudieron hacerlo el 19 de mayo en Tilcara ante la cantidad de ataques guerrilleros de los gauchos. Entre el 18 el 19 de mayo los gauchos de Apolinario Saravia y Juan Antonio Rojas los emboscaron en el Abra de Volcán, desde la mañana a la noche. En Chorrillos, La Serna había ordenado quemar todo lo que pudiese servir al gauchaje y comenzó a estar preso de una indisimulable desesperación, ante la imposibilidad de continuar la retirada en forma veloz y más organizada, pues se multiplicaron las embestidas gauchas.

En uno de los escarceos que hubo los españoles quedaron rodeados por el fuego de los pastizales que Apolinario Saravia había ordenado encender aprovechando que corría el característico viento seco de la Quebrada. El agotamiento de la caballería y la falta de municiones impidió que las tropas de Güemes derrotasen por completo a los españoles y capturasen a su jefe, lo cual pudo haber cambiado el curso de la historia. Máxime si se tiene en cuenta que De la Serna posteriormente derrocará a Pezuela y asumirá como virrey del Perú. El pánico se fue apoderando del ánimo de los soldados reales porque la diferencia numérica a favor de ellos seguía siendo abismal, pero cuando llegaron a Tumbaya la oficialidad le pidió a De la Serna que tratara de lograr un armisticio, pero el jefe español se negó sabiendo que su adversario no lo aceptaría. Es que a Güemes se le presentaba un dilema insoluble. Por una parte, nada quería más que batir totalmente a los españoles, lo cual posibilitaba que fuese el flanco derecho del Ejército de los Andes en el Plan Sanmartiniano. Por otro, la realidad lo derrumbaba: no tenía caballos, le faltaban municiones, los gauchos vestían prácticamente harapos, no contaba con circulante para pagarles y también la fatiga había empezado a surtir efecto. Era imposible mantener desde su posición el ritmo vertiginoso de la lucha de guerrillas, sin ninguno de esos recursos. Muy a su pesar debió concluir la campaña y dejar que los españoles, aunque maltrechos y humillados pese a sus pergaminos y condecoraciones en la guerra por la independencia española, se fuesen derrotados por humildes gauchas y gauchos, cuyo fervor y entrega los había hecho ingresar por la puerta grande de la historia. Habían finalizado cinco meses de lucha brutal.

* Miembro de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas

 

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