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Un país en estado de esquizofrenia

Lunes, 09 de agosto de 2021 01:55

La endemia de la COVID aceleró el fin de un ciclo de bonanza artificial para la mayoría de los mercados emergentes, caracterizado por altos precios de las materias primas y el ensanchamiento de la demanda mundial, especialmente china. Y el rey quedó desnudo. Afloraron todas las debilidades, todas; particularmente el nudo gordiano, la más profunda y difícil de resolver: la institucional.
Hablando sin rodeos, su horizonte está ahora signado por la pobreza. Y cuando uno se pregunta el porqué, la respuesta no pasa tanto por planes económicos, recetas más o menos ortodoxas. Se trata de algo más sutil y a la vez denso, que Foucault bautizó gubernamentalidad: un conjunto constituido por instituciones, técnicas y saberes, que desde el Estado deben tener por fin mejorar la vida de la sociedad. Ni más ni menos que seguridad jurídica y estado de derecho.

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La endemia de la COVID aceleró el fin de un ciclo de bonanza artificial para la mayoría de los mercados emergentes, caracterizado por altos precios de las materias primas y el ensanchamiento de la demanda mundial, especialmente china. Y el rey quedó desnudo. Afloraron todas las debilidades, todas; particularmente el nudo gordiano, la más profunda y difícil de resolver: la institucional.
Hablando sin rodeos, su horizonte está ahora signado por la pobreza. Y cuando uno se pregunta el porqué, la respuesta no pasa tanto por planes económicos, recetas más o menos ortodoxas. Se trata de algo más sutil y a la vez denso, que Foucault bautizó gubernamentalidad: un conjunto constituido por instituciones, técnicas y saberes, que desde el Estado deben tener por fin mejorar la vida de la sociedad. Ni más ni menos que seguridad jurídica y estado de derecho.

 Desde esa mirada, se podría sostener que la invariante que une estos países en el mundo pos-COVID es el “autoritarismo regulatorio”. Un orden jurídico marcado por el cambio constante de regulaciones que imponen un modo de vida esquizofrénico. Nadie sabe que está bien y qué está mal, porque lo que un día está permitido, al otro día está prohibido; el peor virus para un sistema: la anomia. Estamos ante una visión retardataria, fundada en el viejo concepto de soberanía atada a un territorio geográfico en contraposición a la circulación, a los flujos, que es lo que verdaderamente importa en un mundo globalizado y vertiginoso.
 En ese marco, el propósito de las leyes debe ser modular la realidad. No se trata de asfixiarla ni suprimirla, sino de modularla, de modo que la adaptación sea posible, especialmente en un contexto adverso y cambiante como el que vivimos. Cuando se impone la prohibición sin salida ni tangente, la consecuencia es la perdida de vigencia de la ley, su desuetudo. Deja de ser obedecida e inmediatamente se crea una realidad paralela, que la deja en el peor de los ridículos: que se conozca su existencia, pero que nadie la cumpla.
Esta dualidad, esta mentira para simular un vestigio de orden en el caos, queda patente en nuestras fronteras, con puestos de gendarmería vacíos y pasos alternativos (a metros de los puestos) por donde ocurre la circulación. Con mercados monetarios vacíos, y otros paralelos donde se mueven los flujos, a otro precio. Y el exasperante sinsentido de toda una población encerrada durante más de un año (sin virus), y una circulación privilegiada y festiva en la quinta icónica del gobierno nacional.
Y he aquí el mayor daño de este modo de gobierno: el debilitamiento de la autoridad del Estado; de su legitimidad, que es la que le permite actuar, hacer y transformar, y que hoy tristemente casi no existe. 
Solo restan palabras y más palabras, que pocos creen y nadie obedece.
 
 
 

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