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Adivinando

Miércoles, 01 de septiembre de 2021 00:00

Desde que el hombre es hombre, el tiempo lo interpela. Controlamos el espacio relativamente pero el tiempo sigue siendo un arcano. Ante la impotencia de la ciencia, históricamente se recurrió a los adivinos.

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Desde que el hombre es hombre, el tiempo lo interpela. Controlamos el espacio relativamente pero el tiempo sigue siendo un arcano. Ante la impotencia de la ciencia, históricamente se recurrió a los adivinos.

Sea bajo el nombre de sacerdotes, arúspices, magos, siempre ocuparon un extraño rol protagónico en la toma de decisiones del poder: mirando los astros o escudriñando en la sangre de víctimas sacrificiales, prometían el talismán de pre-ver o anticipar. No ha cambiado mucho desde entonces, salvo el nombre: encuestadores. Lo que sí ha cambiado, y mucho, es el sistema en el que se insertan y las consecuencias institucionales que tiene su accionar. A pesar de los yerros constantes en sus predicciones, al punto que se suele destacar como si fuera un gran logro a los pocos, cuando no único, que acierta el prode después de una elección. Claro, luego de haber tenido una influencia no me nor en la "intención de voto", en las expectativas, moldeando mayorías y minorías, resaltando candidatos y dejando otros en el olvido, a golpe de intención de voto y cuadros estadísticos. La Jefatura de Gabinete contrató unas "consultoras" para la "realización de estudios de opinión pública", que incluye a varias "renombradas" entre un largo listado de más de 13. Amén del dispendio de recursos y el favoritismo inexplicable, inmediata mente surge un interrogante básico respecto de la independencia de la opinión ante la fuente del financiamiento; conflicto de intereses, se llama. Y le sigue otro aún mayor, que tiene que ver con la veracidad del trabajo de campo: en plena pandemia, con líneas de teléfono fijas en picada y preeminencia de teléfonos celulares, no se logra explicar cómo obtienen respuestas. Trazando una analogía apropiada, a las empresas se les exige respetar a los consumidores declarando información de toda índole para que puedan tomar una decisión informada. Para uno de los momentos más importantes de la vida pública, definitorios, a quien da información no se le exige mucho y menos se establecen responsabilidades, abriendo la puerta de par en par para la manipulación informativa, tan dañina en una democracia. Puestos a pensar, al menos se podría considerar hacer un ranking de aciertos, que sea debidamente publicado con un track record histórico que, además de reputación, al menos defina el acceso al financiamiento público. Puestos a pensar lo más, se podría reglar la actividad obligando a informar métodos utilizados y las fuentes de financiamiento, cómo mínimo. "Gobernar es hacer creer" decía el Cardenal Richelieu, inventor de los manipuladores de opinión publica, los "publicistas" (bautizó la actividad, de hecho). Tan claro lo tenía, que fue el primero en hacer campañas de opinión con líbelos y panfletos para producir una verdad, un relato. Llamativamente, esa actividad tan capital sigue sin reglarse. Será que conviene a todos, salvo a los votantes.

 

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