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Piden salir de la "grieta que nos desangra"

En la segunda jornada del Triduo, el obispo de Concepción, Monseñor José Antonio Díaz, pidió por la unidad y fraternidad del pueblo argentino.
Martes, 14 de septiembre de 2021 11:31

 

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La misa estacional por la fiesta de la segunda jornada del Triduo dedicada a la Exaltación de la Cruz estuvo a cargo de monseñor José Antonio Díaz, obispo de Concepción. Comenzó a las 10 en medio de una tenue garúa fría que desafió a los fieles y peregrinos que llegaron hasta el frente de la Catedral para visitar a los Santos Patronos de Salta.

"Damos gracias a Dios que podemos compartir nuestra fe en Jesucristo Crucificado, celebrando hoy la Exaltación de la Santa Cruz queremos contemplar como la Cruz del Señor es luz para el mundo que disipa las tinieblas del error, que nos aproxima a la verdad y nos enseña qué es lo definitivo, qué es lo que no tiene contenido, a una cultura que le gusta vivir de lo relativo y un relativismo que va sacando del medio los contenidos fundamentales de la existencia humana, incluso atropellando los derechos humanos", dijo Díaz en su homilía.

"La Cruz es para nosotros vida, no es el signo de la muerte con el que crucificaron a Jesús. La Cruz es el signo de la vida en el que Jesús da su vida por nosotros y, de su costado derrama sangre y agua, entregándonos lo más precioso que nosotros tenemos que es su vida divina, que se comunican a través de los sacramentos", dijo en claro lineamiento con el Papa Francisco que habló hoy en Eslovaquia.

 

"No reduzcamos la cruz a un objeto de devoción, mucho menos a un símbolo político, a un signo de importancia religiosa y social", pidió hoy el Sumo Pontífice al celebrar en Presov, en el este de Eslovaquia, la Divina Liturgia con el rito bizantino, una celebración típica de una de las ramas del catolicismo más presentes a nivel local.

 

Toda la homilía estuvo centrada en palabras que destacaron el ejemplo de Jesús en la Cruz como un sacrificio que no debemos olvidar, mantener como horizonte en la vida, en hermandad e incluso llamó a desarmar "la grieta" que nos "desangra".

 

"La Iglesia necesita ser un vivo testimonio de comunión para un país que se desangra, para una sociedad que le gusta el enfrentamiento, la grieta más que la comunión, más que el encuentro fraterno".

 

"La Cruz es escuela, es escuela del amor, para aprender a amar a Dios y a los hermanos. Por eso esta doble dimensión de la Cruz está firmemente entroncada en nuestra tierra, mira hacia al cielo pero abraza a toda la humanidad. Esta Cruz nos enseña a ser síntesis de toda la vida cristiana que implica a aprender a amar como Él nos amó. Es escuela de renuncia de nuestras comodidades para salir al encuentro de aquellos que nos necesitan. Es escuela que nos enseña a morir a todo aquellos que no es propio de Dios y que no nos conduce a Dios, por eso la ascesis, el esfuerzo, el trabajo, la lucha cotidiana que tantos hermanos tienen, pero identificándose con la Cruz. En esta escuela de amor la Iglesia aprende a ser sinodal como lo pide el Papa Francisco y a ser misionera, que forman parte de la esencia misma de la Iglesia. La Iglesia está llamada a aprender de esta sinodalidad, que es este abrazo fraterno que Él nos da, que nosotros en comunión podemos darnos para no pensar la misión de la Iglesia desde perspectivas individualistas, aisladas, separadas, disparadas en sentidos diversos sino sobre todo buscando la conjunción, el encuentro, un trabajo hecho desde la solidaridad, desde gesto amoroso de Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Ese trabajo que Dios nos ha indicado solamente se puede hacer abrazando la Cruz de Jesús, abrazando a Jesús en la Cruz, siendo obedientes como Él a la voluntad del Padre. Porque si hay algo que quedo claro en ese discernimiento doloroso de Jesús es que no lo fue fácil asumir la voluntad del Padre, incluso llegó a distinguir claramente su voluntad y la del Padre cuando dijo: “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.  Y de las cosas que más nos cuesta como Iglesia, como discípulos del Señor es a obedecer a Dios y obedecerlo en esas cosas que tal vez son más dolorosas de aceptar, de asumir, pero quizás lo que más nos cuesta está el perdón. El amor tiene como corona la capacidad de perdonar. Quien perdona es porque ama mucho y solamente en el perdón podremos volver a encontrarnos entre nosotros como hermanos, por eso la Iglesia necesita ser un vivo testimonio de comunión para un país que se desangra, para una sociedad que le gusta el enfrentamiento, la grieta más que la comunión, más que el encuentro fraterno. Disfrutamos más de ver la derrota del otro que de haber alcanzado el logro, el triunfo del amor que reina de la comunión entre nosotros. Por eso necesitamos aprender  de la Cruz, que es la escuela del amor, es la escuela de la fraternidad, de la solidaridad, de la misión, del dar la vida, del morir a nosotros mismos para poder comunicar la vida de Dios a los hermanos. En estas Fiestas resuena el llamado que el Papa nos hace a ser discípulos y misioneros, los obispos latinoamericanos en Aparecida dieron ese nuevo dinamismo, esa nueva formulación de la identidad cristiana que es su condición discipular y es su condición  misionera que van íntimamente ligados, no porque la Iglesia tenga que renunciar a enseñar y ser maestra. Pero sobre todo tiene que recuperar su actitud de aprendizaje en un tiempo tan difícil en donde se nos han cambiado por parámetros y tendremos que volver a pensar con qué términos, con que actitud tendremos que salir al encuentro de un mundo que ha cambiado mucho y está cambiando aceleradamente. Eso también es un gesto de caridad, un gesto de solidaridad con una sociedad confundida que no tiene parámetros objetivos, sino que está ligado a subjetivismo que genera cada vez mayor confusión.  Como un acto de amor tendremos que enseñar desde la proximidad y desde el diálogo".

 

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