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Los enemigos de Martín Güemes

Miércoles, 22 de septiembre de 2021 02:31

A lo largo de la historia, ninguna de las grandes mujeres ni los grandes hombres, en sus gestas y en su tiempo, han podido evitar conspiraciones y debieron enfrentar enemigos irreconciliables. Incluso han existido enemistades que ni los propios destinatarios de los enconos llegaron a conocerlas en vida.

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A lo largo de la historia, ninguna de las grandes mujeres ni los grandes hombres, en sus gestas y en su tiempo, han podido evitar conspiraciones y debieron enfrentar enemigos irreconciliables. Incluso han existido enemistades que ni los propios destinatarios de los enconos llegaron a conocerlas en vida.

Este sino fue invariable.

Como dijo Joaquín Castellanos: todo apóstol de una gran idea fue el mártir de su propia causa. Martín Miguel de Güemes, por distintas facetas de su personalidad, fue un hombre que despertó lealtades y adhesiones incondicionales, y también traiciones y odios

Desde que decidió apartarse del Ejército Auxiliar del Perú, tras su triunfo en Puesto del Marqués, y tomar las armas de Jujuy para luego ser electo gobernador de Salta, varios se espantaron. Comenzando por algún sector de Jujuy, que en los siguientes seis años no cejaría en esmerilar el poder y prestigio del caudillo. En ese afán estaban, por ejemplo, Mariano de Gordaliza y Jose Manuel Portal, en Jujuy. En menor medida se opuso a Güemes el canónigo Juan Ignacio Gorriti, cuyos dos hermanos fueron incondicionales al héroe gaucho.

 

En Salta, el grito libertario de la Revolución de Mayo estuvo a punto de ahogarse, en virtud de la fuerte personalidad del último gobernador español, Severo de Isasmendi, que trató de sofocar lo que él consideraba una insurrección. Incluso llegó a apresar a los cabildantes, que a la postre ayudaron a huir a Calixto Gauna para que recorriera el trayecto de Salta a Buenos Aires en ocho días y así llevar la adhesión a la Revolución. Pero entonces se formó el partido español, cuyos representantes más conspicuos eran Liberata Costas de Gasteaburu y Tomás de Archondo. A la par de ellos, cuando Güemes comenzó a gobernar, al no tener apoyo ninguno que no fuesen los recursos que él mismo debía procurarse, un sector perteneciente a cierta elite intelectual formó una facción que se denominó la Patria Nueva, representada en su mayoría por prósperos comerciantes y hacendados. Allí ejercían una suerte de colegiatura en el mando Marcos Salomé Zorrilla, Dámaso Uriburu, Facundo de Zuviría, quien más tarde se arrepentirá. En antagonismo, los partidarios de Güemes formaron la Patria Vieja.

La Patria Nueva aborrecía las requisiciones económicas de Güemes, tanto como el amor devocional que despertaba en su pueblo, lo que llevó a José María Paz a escribir en sus "Memorias póstumas" que era tal el ascendiente popular que se había convertido en un "tribuno de la plebe".

La Patria Nueva, cuyos representantes tenían una sólida formación intelectual, poco a poco fueron carcomiendo y disociando los logros del héroe gaucho y en correspondencia con los detractores de Güemes en Buenos Aires, que lo llamaban el Artigas del Norte, pusieron en duda la legitimidad de la moneda que el gobernador había mandado acuñar; ocurría que la que se emitía en la Ceca de Potosí ya no podía llegar, debido que el Alto Perú estaba sitiado. Las conspiraciones de la Patria Nueva se hicieron más peligrosas en los tres últimos años de mandato de Güemes, es decir desde 1818 a 1821. Allí hubo tres intentos por deponerlo del mando, lo cual lograron en mayo de 1821, para que asumiese temporalmente Saturnino Saravia.

Paralelamente, los miembros de la Patria Nueva intercambiaban correspondencia en forma fluida con el entonces presidente de la República del Tucumán, Bernabé Aráoz, enemigo declarado de Güemes, y el jefe de las avanzadas realistas en la Quebrada de Humahuaca, Pedro Antonio Olañeta. Para tumbar a Güemes no importaba quiénes fuesen los aliados; la conspiración incluyó dos intentos de asesinato, pagados y pergeñados también por este grupo conspirador local.

Para el primero sobornaron a Vicente Panana, un gaucho de la máxima confianza de Güemes, quien debía ultimarlo mientras el héroe gaucho se estuviese bañando. Así fue que en cierta ocasión Güemes escuchó un sonido extraño, se incorporó de la bañera y vio a Panana con un afilado puñal en la mano, espetándole: ¿Qué hay Panana?, para luego reducirlo y finalmente perdonarlo. Esto ocurrió durante una calurosa noche de fines de diciembre de 1819. La segunda ocasión se produjo luego de volver derrotado en las batallas de Rincón de Marlopa y Acequiones, en la llamada Guerra del Tucumán, que se desató por las intrigas de Aráoz. Pese a que Güemes había mandado dos veces emisarios a su legislatura en son de paz, a la vez que pretendía aislarlo de su aliado santigueño, el gobernador Felipe Ibarra, se produjo la traición y defección de Alejandro Heredia, ante lo cual sus enemigos se envalentonaron y cuando el caudillo volvía a Salta a retomar el sitial para el que había sido elegido legítimamente el 6 de mayo de 1815, salió a su encuentro Bonifacio Huergo, con un trabuco cargado bajo su capa y le disparó a menos de un metro, en lo que actualmente es en la ciudad de Salta el Campo de la Cruz. Al errar el disparo, Güemes lo persiguió en soledad al galope a campo traviesa hasta que Huergo pudo introducirse en una casona, donde varias damas de alta alcurnia salieron en su protección. Esto mereció que Güemes, sonriente porque le había desgajado la capa a sablazos hasta dejarla en hilachas, les dijera: "­Qué curioso que quien pretende asesinarme tenga por fortaleza los faldones de las damas!"

La emboscada final, sobre la cual la historiografía tiene una asignatura pendiente, es la conjura que se realizó para matar al general Güemes. La maniobra fue orquestada desde Salta por Mariano Benítez, con la anuencia de la mayoría de la Patria Nueva, Aráoz y el brigadier Olañeta. Es decir que para ultimarlo hubo una colusión entre los detractores locales, el gobernador de Tucumán, los disidentes de Jujuy más el jefe realista de la Quebrada. La felonía de Benítez es aún más grave: días antes de marcharse raudamente para encontrarse con Olañeta, Güemes le había perdonado la vida, pues estaba planeando otro complot para asesinarlo. Todo lo narrado explica por qué el héroe gaucho estuvo silenciado y su nombre prohibido tantos años después de su muerte.

 

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