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Lo que no se perdona

Lunes, 06 de septiembre de 2021 02:06

Ni siete diputados más facilitan el ingreso a Venezuela o a Afganistán ni tres senadores menos convocan a ningún cisne negro.

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Ni siete diputados más facilitan el ingreso a Venezuela o a Afganistán ni tres senadores menos convocan a ningún cisne negro.

La próxima elección legislativa es lo menos importante en el país mediático, donde nada de lo que pasa es real. Ni un diputado ni otro senador hacen -como las golondrinas- verano.

Desde 2007, dos figuras fuertes reflejan la débil monotonía. La Doctora, vicepresidenta que gobierna (mal) a través del presidente Alberto Fernández, Otálora, el Poeta Impo pular.

Y Mauricio Macri, el Ángel Exterminador, quien después del fracaso inapelable mantiene la audacia de preparar el operativo clamor.

Con la patología de su tropa, la Doctora instala a Mauricio en el primer plano. Retribuye el error oportunamente cometido por el Ángel. Cuando le hacía caso al imbatible Marcos Peña, el Pibe de Oro, y obedecía lineamientos de don Jaime Durán Barba, el Equeco.

El caso Alberto Fernández atormenta a la Doctora. Un drama que ya no es para discutir ni para analizar. Es un problema institucional para resolver. El extinto Fernando De la Rúa, el Radical Traicionable, remite a la imagen de la torpeza y el despiste. Lo masacraron por no recordar el nombre de la señora esposa de Marcelo Tinelli. Y por no acertar en la salida del piso.

Comparado con las chambonadas contemporáneas del Poeta Impopular, es un lugar común confirmar que el Radical Traicionable es Sir Winston Churchill. Al menos Konrad Adenauer, o Mandela.

El desempeño de Alberto induce a evocar también la gastada figura de Amado Boudou, el Descuidista. Ambos -Alberto y Amado- unifican sus historias a través del fallido mecanismo de selección que limita a la Doctora. Ocurre que la Doctora conserva la predilección selectiva por los guitarristas vocacionales.

Aquel Amado solía inclinarse por los alaridos del "caos en la ciudad" que traficaba pesadamente La Mancha de Rolando.

Pero Alberto prefiere cautivar manicuras marginales y maquilladores sensibles con la dulzura melancólica de las baladas. A su proverbial locuacidad anexa el lirismo intrínseco que lo inspiró para redactar el clásico "Si me pierdo, me encuentro".

Fue recitado, por primera vez, en un acto público. Delante de la Doctora, que suele ponerse el país de sombrero con los guitarristas.

Pero también delante de Máximo, En el Nombre del Hijo; de Axel Kicillof, el Gótico; el doctor Eduardo De Pedro, el Wado, y Sergio Massa, el Conductor. Cuatro muchachos dignamente cuarentones que sostienen el funcionamiento frágil del gobierno malo y cultor del federalismo trucho. Son, los cuatro, demasiado jóvenes para clavarse un fracaso político por cuestiones estructuralmente tontas. Son quienes deben encontrar la solución institucionalmente imaginativa para los frecuentes desvaríos del señor presidente.

Carece de sentido enumerarlos, discutirlos, analizarlos. No basta con estudiar los vericuetos de la Ley de Acefalía. Tampoco corresponde salir heroicamente del paso con el planteo alucinante de la reelección. "Otálora 2023". Menos se trata de soltarle la mano y dejarlo "caerse encima".

El licenciado puede reponer su osamenta entre las sierras de Ascochinga, o en Traslasierra.

El peronismo es la superstición fundamentada que legitima el revuelto de Gramajo del Frente de Todos. Un movimiento culturalmente transformador que le permite al dirigente la jactancia de ser cruel, demagogo, sádico, populista, cretino, traidor o incluso recaudador personal. Lo que nunca se perdona, en el peronismo, es la estupidez.

 

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