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Una América Latina fragmentada y en medio del conflicto entre titanes

Alberto Fernández preside la CELAC, que es “cabecera de playa” comercial y tecnológica de Rusia y China. La confrontación, aún incruenta, es muy intensa, tiene dimensión planetaria y perfila un nuevo orden.
Lunes, 10 de enero de 2022 00:38

La "operación diplomática" para que Alberto Fernández ocupe la presidencia de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) muestra, otra vez, la fragilidad de la política exterior argentina.

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La "operación diplomática" para que Alberto Fernández ocupe la presidencia de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) muestra, otra vez, la fragilidad de la política exterior argentina.

Concretamente, para lograr el "voto decisivo" de Nicaragua, el canciller Santiago Cafiero debió asegurar al gobierno de Daniel Ortega que en adelante no se insinuarán críticas a la legitimidad de su gobierno, elegido con todos los opositores presos, en la mejor tradición de todas las dictaduras electorales (o democraduras", según el historiador francés Pierre Rosanvallon).

No solo Nicaragua, donde la revolución sandinista se convirtió en una regresión a los tiempos de Anastasio Somoza. La unanimidad la aseguraron Venezuela y Cuba, otras dos "revoluciones" que disfrazan el autoritarismo de la élite como dictadura y la represión a los opositores de "lucha antiimperialista".

Claro que América Latina y el Caribe representan un horizonte mucho más amplio. El apoyo de México, que concluyó su presidencia de la CELAC, a la postulación de Fernández, es fundamental. Junto con Brasil, representan las dos economías líderes de la región, y tienen diferencias específicas. Ambos se entienden con Washington en términos de negocios.

Brasil, históricamente, practicó cierto autonomismo frente a Estados Unidos y ya tendió fuertes lazos comerciales, industriales y tecnológicos con China, pero no está en la CELAC por decisión de Jair Bolsonaro.

México, en cambio, durante la larga hegemonía local del PRI, como en las presidencias conservadoras que se sucedieron en el siglo XXI, y ahora, con el autoproclamado progresista Andrés López Obrador, sigue siendo socio incondicional de Estados Unidos.

Justamente, ni Estados Unidos ni Canadá están en la CELAC.

Contra la OEA

Esta comunidad fue creada en 2010 con el objeto de "fortalecer o renovar acciones multidimensionales con el objetivo de dar gobernabilidad y seguridad a la región". Es decir, fue un intento más de dar peso político a la región frente a América del Norte.

La presidencia de Fernández se produce en un momento particularmente crítico: aunque lo disimulen, se observa una tendencia a enfrentar a la Organización de los Estados Americanos, particularmente al uruguayo Luis Almagro, a quien no le toleran las denuncias de violaciones a los derechos humanos y al sistema democrático en Venezuela y en Nicaragua. También lo vinculan con lo que fue presentado como "golpe de Estado" en Bolivia, cuando, en noviembre de 2019, la re re elección de Evo Morales (violentando un referéndum en contra y la Constitución del país) generó una revuelta popular, en la que los mismos manifestantes de uno y otro lado hablaban de "guerra civil"; lo único verificado es que el Ejército boliviano se negó a reprimir y le recomendó a Morales que renunciara. Y Morales renunció.

Pero ese cuestionamiento a la OEA se produce en simultáneo con el que el presidente ruso Vladimir Putin (con el aval de China) le hace a los Estados Unidos por sus políticas en la ONU, en la OTAN y en Europa oriental.

Este punto no debería ser desatendido. Un organismo insípido como la CELAC puede colocar a la Argentina en un lugar que no está en condiciones de sostener.

Putin, China y la OTAN

Antes de la llegada de Fernández, el gobierno de Pekín había acordado con la CELAC incrementar la cooperación en todas las áreas donde China y Estados Unidos disputan la hegemonía mundial: infraestructura digital, equipos de telecomunicaciones, 5G, "big data", computación en la nube, inteligencia artificial, Internet de las cosas y ciudades inteligentes, que se suman a los intercambios y la cooperación en el terreno aeroespacial, la aviación civil, las políticas públicas en la industria energética.

Rusia y China tienen muy en claro su estrategia geopolítica, más allá que se trate de un matrimonio de conveniencia entre vecinos gigantescos. Putin sigue considerando que la antigua URSS está viva, de otro modo, pero vigente al fin. Su enfrentamiento con Ucrania, que desencadena una disputa con olor a amenazas mutuas con Joe Biden, y su celoso control de los miembros de la Comunidad de Estados Independientes (ex soviéticos).

Putín y Yi Jinping son aliados circunstanciales, y bajo su égida aparecen Siria, Irán y Corea del Norte.

Y sus rivales son EE.UU., Europa y la OTAN.

También es cierto que la estrategia de China para América Latina y el Caribe es "no alterar y desafiar el orden regional establecido por el poder estadounidense".

Propone el libre comercio, la inversión y el financiamiento y una red de nuevas relaciones estratégicas para la resolución de conflictos multilaterales y bilaterales.

Al respecto, el académico Juan Gabriel Tokatlian advierte que China no promueve nuevos postulados emancipadores, pero resulta atractiva para algunos movimientos por la combinación de alto crecimiento económico y férreo autoritarismo.

El "realismo moral" y su apariencia pacifista contrasta con las relaciones de China con sus vecinos. Los violentos incidentes en Hong Kong, el prolongado bloqueo que trata de imponer a Taiwan, los conflictos fronterizos con India y Pakistan y la eterna enemistad con Japón son antecedentes que deben tenerse en cuenta.

El autoritarismo del actual capitalismo de Estado, con el rostro de Mao y la filosofía de Confucio, tuvo su más grave manifestación opositora, por parte de estudiantes maoístas, y culminó con miles de muertos el 4 de junio de 1989, en la plaza de Tianamen.

El discurso del presidente Fernández: "CELAC no nació para oponerse a alguien", es una expresión de deseos; tan ambigua como la ratificación del principio de "no intervención" que él mismo aplica en casos flagrantes de Cuba, Nicaragua y Venezuela, y que olvida cuando se entromete en los asuntos internos de Brasil, Chile, Bolivia o Perú.

América Latina es una región que, poco a poco, va quedando fuera de la agenda mundial. Salvo México y Brasil, el subcontinente va convirtiéndose en poco relevante. Y lo que menos le convendría es convertirse en un campo de batalla, un patio trasero en una guerra cuyas características son imprevisibles.

La región fragmentada

La lenta y prolongada agonía del MERCOSUR y el naufragio de la UNASUR, muestran que la integración latinoamericana está excesivamente sujeta a las ideologías o los liderazgos de turno. La confrontación entre populismo y neoliberalismo establece una grieta, que en realidad no es más que la muestra de que los intereses comunes, o no importan, o no se sabe cómo defenderlos.

Si se observan los procesos políticos de los últimos años en Chile, Bolivia, Perú, Bolivia y Venezuela, particularmente, desde la Argentina habría que mirar con atención cuál es el costo tanto de la falta de desarrollo tecnológico en serio (no conformarnos con un parque de diversiones como Tecnópolis) como del debilitamiento de las estructuras políticas.

Más allá del costo político, que demuele a los partidos tradicionales, se vislumbra el costo social. La pobreza, el atraso tecnológico, la "economía popular", la incapacidad para generar puestos de trabajo son producto de la inercia. Son el resultado de sociedades fracturadas y de sistemas políticos que no logran percibir, y mucho menos resolver los problemas locales.

La presidencia de Alberto Fernández no pudo, a nivel nacional, presentar aún un plan de gobierno y está enfrascada en negociaciones cruciales con el Fondo Monetario Internacional. Cabe preguntarse cómo va a conducir a buen puerto a la conducción de una CELAC que aparece entre dos fuegos en el escenario mundial.

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