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La hoguera de las vanidades

Miércoles, 12 de enero de 2022 00:00

Como si la ausencia de tanta gente amada y las aflicciones de la pandemia no fueran suficientes para agradecer, aunque fuere, la vida por una Navidad o un Año Nuevo más, las prioridades de los políticos y su total desconexión con la realidad truncan ese agradecimiento en una ira irrefrenable que, como Cicerón y al borde de la exasperación, lleva a vociferar: "¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia, Catilina? ¿Cuánto más seguirá tu locura burlándose de nosotros? ¿Adónde nos arrojará tu irrefrenable insolencia? No duermo para salvaguardar la República, tú para devastarla".

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Como si la ausencia de tanta gente amada y las aflicciones de la pandemia no fueran suficientes para agradecer, aunque fuere, la vida por una Navidad o un Año Nuevo más, las prioridades de los políticos y su total desconexión con la realidad truncan ese agradecimiento en una ira irrefrenable que, como Cicerón y al borde de la exasperación, lleva a vociferar: "¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia, Catilina? ¿Cuánto más seguirá tu locura burlándose de nosotros? ¿Adónde nos arrojará tu irrefrenable insolencia? No duermo para salvaguardar la República, tú para devastarla".

Ni los más de veinte siglos transcurridos desde esa advertencia ni el descrédito de la figura de Catilina que derivaron de los escritos de Cicerón sirvieron como antídoto: "La noria de la historia siguió del fondo del pozo hasta el brocal".

Como entonces, no es solo una cuestión de paciencia ni de tanto Catilina de sucesivos y cambiantes nombres y cargos, sino de sus egos infinitos y su mediocridad supina, lo que los hace aún más peligrosos: son responsables de los descalabros económicos que empobrecen a todos cada vez más, de las maniobras burdas y egocéntricas para salvaguardar sus carguitos, sus miserias y privilegios, de los riesgos evitables que se precipitan y se traducen en falta de servicios esenciales de los que son víctimas los ciudadanos, llámese salud, educación, seguridad, luz o agua potable.

Es angustia ante tanto desatino y tanta estupidez de los supuestos representantes que, una y otra vez, se desviven por demostrar que no tienen ni talento ni vocación para estar donde están, por lo que no merecen ni el voto ni sus dietas sino el repudio generalizado por acción, omisión, complicidad o ineptitud.

¿Quién recoge el guante para que "Dios y la Patria se lo demanden"?

Prueba de ello es la pirotecnia con que los representantes de sí mismos han incendiado los últimos días del año.

El incendiario

Empezando por el inefable Máximo Carlos Kirchner que, ninguneando primero un acuerdo que les hubiera permitido elaborar un Presupuesto verosímil, ignorando los infinitos afanes de Massa para lograrlo en la curva final -después de no haberlo aprobado a propósito cuando tenían mayoría suficiente pues postergándolo dejarían a la oposición pegada- insulta, avergenza e incendia la sesión.

De ese modo, hizo caer el acuerdo sin que a la fecha quede claro si fue por canibalismo partidario, temor reverencial a su progenitora, a propósito para no hubiera presupuesto y culpar a la oposición de un fracaso con el FMI o por sus propias limitaciones; no hay que olvidar que no se le conoce ni trabajos ni antecedentes anteriores que permitan sopesarlo (Borges decía que aplicar "inefable" a cualquier sustantivo era una confesión de impotencia).

El circo clientelista

Tampoco queda claro ni se entiende demasiado el circo alrededor de la ahora famosa Ley 14.836; según unos, era la única que impedía las reelecciones indefinidas y aseguraba la alternancia en el poder al menos en la provincia de Buenos Aires; según otros, había que derogarla porque auspiciaba lo primero e impedía lo segundo: el disparate raya lo absurdo, si se considera que gran parte del sector que responde a María Eugenia Vidal votó igual que los que responden a Sergio Massa, varios de "Juntos" con los de "Todos" y el Frente Renovador quiso cortarse solo y quedó fuera de su frente y cerca del cambio. Y hubo abstenciones.

Sí quedan claros hechos y fechas pertinentes: la ley en cuestión fue presentada por el Frente Renovador en 2016, aprobada por la legislatura bonaerense y promulgada por la gobernadora Ma. Eugenia Vidal en septiembre del mismo año. Establecía que tanto intendentes como concejales durarían 4 años en sus funciones y podrían ser reelectos por otro período y, en el caso de haber ya sido reelectos, deberían abstenerse por un período y, después, postularse (no aclare que obscurece).

El 10 de abril de 2019 aparece el decreto de reglamentación que, en opinión de varios, daba por tierra con los logros y consagraba la trampa: si el funcionario en ejercicio pedía licencia, se cortaba la continuidad y se conseguía una nueva reelección. Y comenzó así el círculo vicioso de renuncias previas y hasta la fecha fueron 24 intendentes peronistas del conurbano que durante 2021 utilizaron ese mecanismo para buscar reelecciones, ya que encontraron un atajo para atornillarse al poder y perpetuarse en el cargo. Los de Juntos que votaron a favor del nuevo proyecto consideran que esta vez sí se puso un cerrojo a las reelecciones indefinidas.

Unos y otros se adjudican ser guardianes de la institucionalidad en contra de los que votaron -valga la redundancia- en contra, fuese el voto de unos y otros el que haya terminado siendo, sea por una reglamentación inicial tal vez demasiado tardía, sea por la trampa que bajo forma de reglamentación destruyó la norma. 

Como fuere, los políticos discuten la duración de sus quioscos y se agotan anticipadamente por los espacios que se verán obligados a caminar y ganar, pues a su pesar han acotado el clientelismo (si no perduran, deben remar); al mismo tiempo, los comerciantes duermen en las veredas para impedir que les roben los grupos electrógenos que los cortes de luz los obligaron a comprar para no perder sus mercaderías. Los médicos y enfermeros, de heroico desempeño y escaso reconocimiento, temen que los contagios los dejen sin el personal necesario. La inseguridad campea por doquier y en cada pueblo y ciudad hay una marcha pidiendo justicia por un asesinato.

Los vecinos, laburantes pacíficos, devienen en piqueteros y cortan rutas porque no tienen una gota de agua hace días y un funcionario de la empresa se escandaliza porque “hay gente que quiere agua las 24 horas”. ¡Qué desmesurada pretensión!

Y a modo de escarmiento y aun corriendo el riesgo de que alguien lo considere un ejemplo, conviene recordar lo sucedido en la Florencia del siglo XV, donde el Renacimiento alardeaba con sus maravillas arquitectónicas, de mármoles vivientes y estatuas sin par y jardines imponentes. Esa misma Florencia dio cobijo y se sometió al fraile Savonarola, quien restringió todas las libertades e inventó la así llamada “hoguera de las vanidades”, en las que los florentinos debían arrojar todo objeto de lujo o pecado, libros licenciosos y cosméticos que procuraban belleza y cuentan que hasta Boticelli en persona arrojó varios de sus cuadros. Dura lex, sed lex: en esa hoguera de su invención ardió el propio Savonarola, excomulgado por la Inquisición años después. 

Siglos más tarde, el Nobel alemán Thomas Mann interpelaría a Savonarola en uno de sus libros y al exhortarlo a abandonar el poder y comportarse como un hombre de Dios, Mann le hace decir una síntesis de lo que mueve a los poderosos: “Amo el fuego”.

Una alegoría de los resortes del poder, espiritual o terrenal... y si el fuego se apaga con agua y a propósito, ¿qué esperan para obligar a Aguas del Norte a invertir en excavaciones e infraes tructura, necesarias para la demanda en vez de sentarse a mal administrar la lluvia que cae?

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