Entrados ya en el 2022, navegando incertidumbres, invito a mirar hacia el próximo mes, cuando los docentes regresemos a las aulas y comencemos a aceitar la maquinaria para un nuevo año escolar. Porque después de tanto movimiento y aprendizaje durante el 2020 y el 2021. ¿Hacia dónde dirigimos el barco? El modelo educativo de los últimos años, en constante revisión, análisis, debate y cuestionamiento se encuentra en el mismo punto. Esperando la bandera de largada, sin tener en claro el horizonte.
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Entrados ya en el 2022, navegando incertidumbres, invito a mirar hacia el próximo mes, cuando los docentes regresemos a las aulas y comencemos a aceitar la maquinaria para un nuevo año escolar. Porque después de tanto movimiento y aprendizaje durante el 2020 y el 2021. ¿Hacia dónde dirigimos el barco? El modelo educativo de los últimos años, en constante revisión, análisis, debate y cuestionamiento se encuentra en el mismo punto. Esperando la bandera de largada, sin tener en claro el horizonte.
Desde que comenzó la pandemia la escuela y la tarea docente han sido uno de los ejes de mayor debate público. Y en ese escenario de debate nos sobrevuelan palabras que nos conmueven: diversidad, grietas, equidad, igualdad, inclusión, competencias, haciéndose visible la precariedad que aún nos describe como sistema educativo, porque no alcanza con ponerlas sobre la mesa nada más sin hacer visibles, también, las decisiones al respecto.
El mundo está en estado de desmoronamiento. La educación invoca a plantearnos preguntas y buscar respuestas constantemente. El afuera aparece en las aulas bajo la forma de la pluralidad y la diversidad. Aprender a aprender sigue el siendo el desafío; ser ciudadanos participativos y competentes en la toma de decisiones, también. Los datos de la evaluación internacional de aprendizaje que se han tomado muestran enormes desigualdades. Reflejo de lo que nos contextualiza en este siglo, desigualdades sociales, económicas, de salud y en educación. Estos datos son un problema si adherimos a la construcción de una sociedad más justa, porque para acceder y desempeñarse en puestos de trabajo y en democracias reflexivas y participativas hay que estar educados. Si cada país debe ofrecer una educación de calidad sin discriminar las posibilidades, esta no debe ser solo un proyecto pedagógico sino un proyecto de construcción social desde los primeros años de vida. Este proyecto debe superar el déficit de alfabetización en lecto-escritura, en la capacidad de resolver problemas, priorizando contenidos que abarquen la formación científica, ciudadana, digital, el cuidado del medio ambiente, la participación del ciudadano, la educación emocional, la educación sexual integral y el manejo correcto de las TIC.
Las discusiones no deberían ser el patio, el techo y las paredes del aula, los baños. Las discusiones deberían estar centradas en cómo mejorar matemáticas, ciencias, lengua. Solo tendremos políticas educativas exitosas si las vemos y diseñamos en el tiempo, sin que estén sujetas a un gobierno de turno, sino siendo parte de un acuerdo social con metas a cumplir a largo plazo.
En definitiva, en febrero los docentes, siempre atentos y dispuestos, mareados entre tantas directivas y tantas exigencias, pondremos de nosotros más que vocación y con esa mochila cargada de experiencias, expectativas, propuestas y deseos volveremos a las aulas.
Hablábamos de conmover y si conmover es perturbar, inquietar, alterar, mover, la gran propuesta o el verdadero desafío, será salir del punto de partida. Interviniendo. Proponiendo. Ejecutando. En todos los ámbitos y con un modelo educativo acorde a nuestra realidad y ne cesidades.