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Silvia Katz: "Las definiciones de los chicos me llenan de asombro y esperanza"

La artista plástica, docente y escritora se refirió al vigésimo quinto libro del Taller Azul, denominado “La boca azul. Otras palabras para decir el mundo”. 
Domingo, 16 de enero de 2022 12:23

Recientemente se publicó el vigésimo quinto libro del Taller Azul, denominado “La boca azul. Otras palabras para decir el mundo”. 
En la contratapa el lector se topa con lo siguiente: “El maestro y escritor italiano de cuentos para niños Gianni Rodari escribió en un poema su encuentro con un señor maduro con una oreja verde. Al preguntarle cómo es que tenía esa oreja tan joven y fresca, el hombre le respondió: ‘Es una oreja de niño, que me sirve para oír cosas que los adultos nunca se paran a sentir: oigo lo que los árboles dicen, los pájaros que cantan las piedras, los ríos y las nubes que pasan, oigo también a los niños cuando cuentan cosas que a una oreja madura, parecerían misteriosas’”. 
Si después de esta invocación se está dispuesto a prestar una oreja verde, una vez dentro se hallan dos sendas: una de textos individuales y otra de textos colectivos. Entre los primeros, dos ejemplos bastan para recordarnos lo que ya sabemos: que la poesía es el primer lenguaje del hombre, que balbuceó rítmicamente antes de hablar en prosa. 
“Cuando nacés comienza la vida/ para hacer lo que quieras/ y que te reten/ tiene un fin porque la muerte es obvia/ tu reloj está acelerado cuando sos joven/ y cuando sos viejito anda bien lento./ Es una escalera/ cuando envejecés se va haciendo insegura” (“Vida”, Nassim Sauad, 8 años).
“Arteria que nace en el corazón/ y siente/ pasa por el cerebro/ y piensa/ baja por el brazo llega a la mano/ y dibuja” (“Arte”, Félix Lávaque, 9 años).
En “La boca azul...”, evidencias sobran, los niños poetas van a menudo al fondo mismo de los asuntos para recuperar la fuerza primitiva de la lengua. Sin embargo, llaman la atención los poemas colectivos, en los que intuimos más que aquel ejercicio que se propone crear un clima de cooperación e identificación en un grupo. 
“Un humano de edad media/ un bosque recién comenzado, el brote amoroso de una planta/ un corazón que se alimenta con mimos/ y crece. 
Un pequeño recreo/ en la vida de las personas.
Un niño es el dueño de los sueños/ el rey de todos/ el más amado/ el jefe de sus muñecos/ que les habla idioma gu gu ga gui gui/ es uno que le falta tiempo/ para ser grande/ y cuando cumple 11/ ya es hermano mayor. 
Un niño es un semidios molesto/ dos ojos que miran pantallas/ una criatura con hambre infinito/ un misterio educativo”. (“Niño”, de autores varios). Sus palabras se juntan a un ritmo seguro, incluso cuando haya una aparente oposición entre una idea y otra. Un desdoblamiento de temas, una conjunción de asuntos, una retracción de sonidos, una experimentación de versos que resulta en un sinnúmero de significados y posibilidades. Al lector solo le queda rendirse página tras página a la verdad de que el poema es una de las realidades más vivas y revolucionarias que tenemos. 

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Recientemente se publicó el vigésimo quinto libro del Taller Azul, denominado “La boca azul. Otras palabras para decir el mundo”. 
En la contratapa el lector se topa con lo siguiente: “El maestro y escritor italiano de cuentos para niños Gianni Rodari escribió en un poema su encuentro con un señor maduro con una oreja verde. Al preguntarle cómo es que tenía esa oreja tan joven y fresca, el hombre le respondió: ‘Es una oreja de niño, que me sirve para oír cosas que los adultos nunca se paran a sentir: oigo lo que los árboles dicen, los pájaros que cantan las piedras, los ríos y las nubes que pasan, oigo también a los niños cuando cuentan cosas que a una oreja madura, parecerían misteriosas’”. 
Si después de esta invocación se está dispuesto a prestar una oreja verde, una vez dentro se hallan dos sendas: una de textos individuales y otra de textos colectivos. Entre los primeros, dos ejemplos bastan para recordarnos lo que ya sabemos: que la poesía es el primer lenguaje del hombre, que balbuceó rítmicamente antes de hablar en prosa. 
“Cuando nacés comienza la vida/ para hacer lo que quieras/ y que te reten/ tiene un fin porque la muerte es obvia/ tu reloj está acelerado cuando sos joven/ y cuando sos viejito anda bien lento./ Es una escalera/ cuando envejecés se va haciendo insegura” (“Vida”, Nassim Sauad, 8 años).
“Arteria que nace en el corazón/ y siente/ pasa por el cerebro/ y piensa/ baja por el brazo llega a la mano/ y dibuja” (“Arte”, Félix Lávaque, 9 años).
En “La boca azul...”, evidencias sobran, los niños poetas van a menudo al fondo mismo de los asuntos para recuperar la fuerza primitiva de la lengua. Sin embargo, llaman la atención los poemas colectivos, en los que intuimos más que aquel ejercicio que se propone crear un clima de cooperación e identificación en un grupo. 
“Un humano de edad media/ un bosque recién comenzado, el brote amoroso de una planta/ un corazón que se alimenta con mimos/ y crece. 
Un pequeño recreo/ en la vida de las personas.
Un niño es el dueño de los sueños/ el rey de todos/ el más amado/ el jefe de sus muñecos/ que les habla idioma gu gu ga gui gui/ es uno que le falta tiempo/ para ser grande/ y cuando cumple 11/ ya es hermano mayor. 
Un niño es un semidios molesto/ dos ojos que miran pantallas/ una criatura con hambre infinito/ un misterio educativo”. (“Niño”, de autores varios). Sus palabras se juntan a un ritmo seguro, incluso cuando haya una aparente oposición entre una idea y otra. Un desdoblamiento de temas, una conjunción de asuntos, una retracción de sonidos, una experimentación de versos que resulta en un sinnúmero de significados y posibilidades. Al lector solo le queda rendirse página tras página a la verdad de que el poema es una de las realidades más vivas y revolucionarias que tenemos. 

La creadora del Taller Azul, la artista plástica, docente y escritora Silvia Katz, dialogó con El Tribuno sobre la trastienda de esta publicación, que supuso para ella un gran desafío de organización de los originales y de coordinación de los versos, al que adivinamos casi como el juego de componer figuras combinando pedazos y haciendo que en cada uno de ellos haya una parte del todo.

¿Cómo fueron cambiando las infancias en 25 años del Taller Azul? ¿Qué lecturas traen consigo los niños y adolescentes con los que estás trabajando hoy? 
No sé si cambiaron las infancias, o en todo caso todas las infancias. Nos cambió la forma de vida en un montón de cosas: las estructuras familiares, las relaciones, el uso de la tecnología -que tiene mucho que ver-. Es un tema con demasiadas aristas. A fines de los 90, cuando yo abrí el taller, de verdad vivíamos otra vida y hay un cambio bastante radical. La tecnología fue llegando para hacernos ver que aprendemos de otra forma y el sistema educativo parece que todavía no se ha dado cuenta. Los chicos aprenden de otra forma. Son mucho más independientes al poder procurarse la información; pero, a la vez, este es un mundo mucho más inseguro, mucho más peligroso.
A fines de los 80, los chicos del barrio jugaban en la vereda y ahora es rarísimo ver eso. Los chicos no se manejan solos, no conocen su ciudad, cosa que no pasaba antes. Los juegos del patio, que se jugaban en las veredas, las casas y las escuelas, ya casi no se conocen. Y un poco la idea del taller es recuperar eso. Dos de los juegos favoritos son el Pisa, Pisuela y el Huevo Podrido. A los chicos les encanta, aunque dicen que son “cosas de antes”. Cuando se los propongo, siempre quieren estar jugando. 

Hay cosas que tampoco pasan de moda, como la poesía y la buena música, que se escuchaba antes y ahora como María Elena Walsh. Que si no la conocían tanto como antes al presentársela se enamoran.

¿Hay temas que inevitablemente se cuelan desde el exterior y que quizá no elegirías para trabajar, pero que a veces resultan insoslayables?
Respecto de los temas que se cuelan del exterior, no sé si hay temas que no elegiría, sino que se van dando. Creo que el tema no es el tema, sino el cómo se lo toca, cómo lo trabajamos. Siempre hay que adaptarlo a las edades, a las necesidades, a los intereses, y no imponerlo. En muchos casos se va dando naturalmente, quizás ante la inquietud de un chico que pregunte algo. Trabajamos, charlamos, reflexionamos, filosofamos sobre el amor, la vida y la muerte.


La pandemia sigue estando presente en los poemas del actual libro, ¿para los niños y adolescentes es una presencia amenazante, es una normalidad? 
La pandemia está presente en varias definiciones. Incluso el año pasado sacamos el libro de las crónicas sobre la pandemia. Algunos de los chicos que no vinieron el año pasado han hecho más catarsis con la palabra. La pandemia de ninguna manera es una normalidad. Vivimos en una anormalidad. A mí me dan pena los niños más chiquitos, que con cinco años ya van viviendo dos en pandemia. Para ellos sí es una normalidad, pero para quienes añoramos volver a los tiempos de antes... ojalá todo esto pase y sea un mal recuerdo. 

Para el lector es como un barómetro de los “contagios intelectuales” dentro de este círculo de creadores. Hay poemas que son una sorpresa exquisita, los que tratan sobre la vida y la muerte. Sorprende la lucidez de los creadores. Somos los adultos los que tratamos de desactivarles los peligros a los niños y adolescentes, pero ellos en su expresión poética muestran sus visiones y certezas sobre temas tabú. ¿Te siguen sorprendiendo gratamente con “sus salidas” aún hoy?
Para mí siempre es una belleza y una alegría trabajar este tipo de propuestas con los chicos, de definir el mundo y decir de otra forma como la poesía. Hace algunos años una amiga mía dijo que la poesía son palabras que se quieren entre sí y a mí me pareció exquisita esa mirada. Entonces la propuesta era decirles a los chicos que podemos hablar de lo mismo, decir las mismas cosas de otra forma, buscar otras palabras para hablar del mundo con un montón de estrategias para incorporar al vocabulario usual, el cotidiano de los chicos, que no es el poético, y salen estas maravillas de definiciones que a mí me siguen asombrando. Que Luca Ceriani (7 años) diga que “la vida es un jabón insensato” me llena de asombro y de esperanza. 


¿Cómo surgieron los tópicos de los poemas? ¿Cómo fue ese trabajo de composición, en secuencia o de armado posterior?
En un principio yo no tenía demasiado clara la idea del libro. Iba a ser un libro de definiciones, de frases poéticas; pero, con el tiempo, después de trabajar un par de meses en la edición me di cuenta de que podía intervenir armando como un gran poema. Y fue un desafío pensar cómo presentarlo gráficamente. Entonces surgió la idea de poner las iniciales de los chicos, cosa que el nombre no interrumpa de manera muy fuerte e impregnante la página. Fuimos haciendo juegos, incorporando palabras, armando cajitas con palabras, con un muro donde los chicos escribían sus palabras favoritas o leyendo poemas y buscando palabras que nos sorprendieran, que no conocíamos, que nos gustaran por su variedad o por lo que nos decían, por su sentido. Fueron muchos los juegos que fui improvisando en su momento. 

¿Alguno “desconoce” su relato?
Antes de publicar siempre leo con los chicos lo que va a ser publicado. Me parece un trabajo imprescindible y de respeto hacia la voz de ellos, porque por ahí en su momento dijeron algunas cosas que más adelante preferirían que quedaran en la intimidad. Me pasa bastante que los chicos me pregunten: “¿Yo dije eso? ¿Pero estás segura, seño?”. Saco los apuntes -o si tengo las grabaciones- y se los muestro. O algún compañero les dice: “¡Sí! ¿Vos te acordás de que yo dije tal cosa y vos dijiste algo así o así?”. Claro, pasan muchos meses y en la vida de un chico, si dijo algo en marzo lo más probable es que en noviembre no se acuerde. Y bueno, uno no se acuerda, pero lo más importante es que leemos todo y acordamos qué es lo que va a ser publicado. 
 

 

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