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“La nave del Estado baila sobre un volcán” 

Lunes, 03 de enero de 2022 20:51

La Economía es una ciencia que mantiene algunas relaciones de congruencia e incongruencia con la Política Económica. 

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La Economía es una ciencia que mantiene algunas relaciones de congruencia e incongruencia con la Política Económica. 

Mientras que la Economía es cosa de académicas y académicos, la Política Económica es un conjunto de decisiones -más o menos hilvanadas- que se adoptan bajo la inspiración de los líderes políticos, que actúan sujetos a los vaivenes que son propios de la política a secas, y que se dictan las más de las veces atendiendo a los cambiantes climas de opinión de cada país o provincia.

Centraré esta nota en el terreno de la Política Económica. Lo haré a partir del primer instructivo que todo presidente que se precie dirige a su ministro de economía: “Haga usted lo necesario para que yo gane las elecciones”, y de la pregunta que tarde o temprano (sobre todo en la Argentina) ese mismo presidente formula a su primera espada económica: “¿Cuándo piensa que todo esto puede estallar?”. Por aquello de que nunca nos bañamos en el mismo río (Heráclito), las alusiones y las reconstrucciones de históricos estallidos, sirve de poco. No obstante, permítanme reseñar nuestros dos y más recientes Grandes Estallidos. 

El de 1975 ocurrió cuando el entonces ministro Celestino Rodrigo convenció a la presidenta Isabel Perón acerca de la necesidad de un ajuste ortodoxo para hacer frente a la crisis mundial del petróleo y a la recurrente “restricción externa” (la Argentina se queda de tanto en tanto sin divisas para honrar su deuda y pagar sus importaciones).

Don Celestino sobrevaloró el poder de la presidenta y evaluó mal la capacidad de respuesta de los sindicatos peronistas a la “competencia” que le venían formulando las organizaciones armadas.

El rodrigazo fue, a mi entender, el penoso resultado de la confluencia entre “restricción externa”, debilidad política del gobierno y poderío sindical. Un típico caso de explosión del sistema por puja distributiva.

El segundo Gran Estallido (el de la convertibilidad en 2001) ocurrió cuando a la creciente debilidad política del presidente De la Rúa se sumaron la consabida “restricción externa”, la emergencia de una fuerte y decida “coalición bonaerense” y la incapacidad del gobierno para tejer una red de protección al masivo empobrecimiento. 

Muchos portavoces de la ortodoxia en materia de Política Económica advierten, de tanto en tanto, que la Argentina se aproxima al tercer Gran Estallido. Algunos de estos pronósticos se sostienen en preferencias ideológicas antes que en evidencias empíricas o en un riguroso repaso de la historia. 

Si bien es cierto sufrimos una intensa “restricción externa” que, pese a los cepos y demás intervenciones del Estado, amenaza con interrumpir el flujo de importaciones esenciales y el pago de la deuda con el exterior, es igualmente cierto que este no es, a la fecha, un Gobierno débil.

Por encima de querellas internas y de cambiantes resultados electorales, el gobierno que preside Alberto Fernández mantiene -afortunadamente- su capacidad de gobernar. A diferencia de lo que sucedía en tiempos del rodrigazo, los sindicatos peronistas conservan intacto su poder de disciplinar y dosificar la conflictividad laboral seguida de huelgas. 

Hay, además, indicios abrumadores en el sentido de que al gobierno Fernández no se le pasa por la cabeza pisar simultáneamente el freno y el acelerador del bólido que es nuestra economía. Por el contrario, parece decidido a conservar la lógica interna del actual modelo: Alta inflación; ajuste suave y a la baja de las rentas de asalariados, jubilados y subsidiados; brecha cambiaria y administración de las reservas del Tesoro; intentos de sincronizar las tasas de interés que paga el tesoro con el resto de las variables macroeconómicas.

La vitalidad del actual Modelo económico se basa en tres factores: a) Emisión monetaria, tanta cuanto haga falta; b) Cobertura a la masa de pobres, indigentes y excluidos; c) Desdén por las consecuencias de la probable ruptura con el exterior. 

La ilimitada expansión monetaria esteriliza los efectos de la puja distributiva (habrá billetes para pagar los salarios que se pacten en las paritarias), atenuada, como es notorio, por los vínculos políticos del sindicalismo mayoritario. Y aleja del horizonte las movilizaciones masivas que otrora protagonizó el movimiento piquetero. El impuesto inflacionario provee los recursos que demandan los tenedores de bonos locales, los proveedores del Estado y los crecientes gastos de las administraciones públicas.

La enorme factura de los gastos turísticos y de otros consumos de las clases medias está por los suelos por mor de la pandemia y del festival de cepos.

Cuando el presidente Alberto Fernández formula a su ministro de economía la pregunta de rigor (“¿Cuándo piensas Martín que todo esto puede estallar?”), imagino una respuesta como esta: “Cuando no tengamos las divisas para importar gas, medicinas e insumos industriales básicos. Tranquilo, presi, todo lo demás está bajo control y lo malo, si llega, ocurrirá en 2023”. Lo que equivale a decir que, de existir, el Tercer Gran Estallido se deberá al frío sin calefacción y al alto desempleo industrial y de servicios ocasionado por la falta de insumos importados. Podría añadir una causa más: El hastío ciudadano.

* El título de este artículo corresponde a la frase que el conde de Salvandy dirige a Luis Felipe, Rey de Nápoles después de la revolución de 1830.

 

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