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El polémico origen de la gruta de San José

Fue construida por Mariano Alemán porque no quería que se lo sepultara en el nuevo cementerio del pueblo.  
Domingo, 09 de octubre de 2022 01:30

Quizás muchos encuentren en estas líneas respuestas a los interrogantes que plantea la caprichosa construcción erigida en una de las lomadas de Cerrillos. Y aunque no es una cavidad natural ni artificial, los lugareños le llaman gruta desde el 15 abril de 1951.

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Quizás muchos encuentren en estas líneas respuestas a los interrogantes que plantea la caprichosa construcción erigida en una de las lomadas de Cerrillos. Y aunque no es una cavidad natural ni artificial, los lugareños le llaman gruta desde el 15 abril de 1951.

Es una obra de planta cuadrada, de material cocido y levantado sobre la roca viva del cerro. Tiene una superficie de unos nueve metros cuadrados y casi cuatro de altura, desde la cima de la cúpula hasta el suelo que originalmente era de tierra.

A la fecha, tendría 129 años, según reza la placa de mármol que había sobre el dintel: "Monumento de Mariano Alemán y Familia. Marzo 15 de 1893". La piedra estuvo en ese lugar hasta 1950, cuando el mausoleo en estado ruinoso, comenzó a ser refaccionado para consagrarlo luego como oratorio y santuario de San José. En la oportunidad, el mármol fue retirado y entregado por las autoridades municipales a la familia Rada Alemán para su guarda.

Los datos sobre la construcción del mausoleo fueron aportados por la docente cerrillana María Ester Baisac de Acosta, en su libro "Al Pasar", editado por los talleres gráficos del Colegio Salesiano de Salta en 1965. Según Baisac, don Mariano Alemán "era un próspero comerciante de Cerrillos cuyo negocio, hacia fines del siglo XIX, estaba en la esquina de las calles Gral. Güemes y Ameghino, frente a la plaza". A él lo describe como "un hombre alto, tez blanca, cabello negro y de bigote a la moda de la época. Poseía una personalidad cordial, amigo de todos, del cura párroco, del director de la escuela de varones y de los vecinos en general. Era el cabecilla para los asados, las excursiones de pesca o de las cacerías de los domingos. Apegado a los festejos y querido por todos".

Cuando en 1886 llegó a Salta la epidemia del cólera, el párroco e intendente de Cerrillos, Serapio Gallegos, dispuso mudar el cementerio que estaba atrás de la iglesia hacia la falda del cerro. A esa medida se opuso Mariano Alemán y no hubo quien pudiera convencerlo que había razones de salubridad púbica que justificaban el traslado y la construcción de otro cementerio alejado del poblado. Y como el cura Gallegos era tan testarudo como Alemán se llevó nomás el cementerio a la falda del cerro. Pero la réplica de Alemán no se hizo esperar, pues no solo se opuso a la mudanza sino que tampoco estaba dispuesto a que cuando le llegue la hora lo sepulten en el campo santo de su contrincante, el cura. Y como para no quedarse en los aprontes nomás, Mariano pergeñó un proyecto: edificaría su propia tumba lejos de la jurisdicción del campo santo del cura intendente Gallegos. Y para plasmar su idea, eligió la cima de un morro pegadito al nuevo cementerio. De esta forma, al morir, su tumba siempre estaría por encima del campo santo del presbítero. Pero aun más, su sepultura no sería una del montón, sino un "monumento", como que así reza la placa que le colocó.

Manos a la obra

"Y así fue -dice Baisac-, que Mariano inició la obra pagando 10 centavos por ladrillo transportado hasta el cerrito. Hubo vecinos que ganaban un peso por viaje ya que usaban bolsos de cuero para subir los ladrillos. Mucha plata por entonces… De este modo y con mucho dinero, Alemán no solo logró trasladar el material sino también construir el "monumento" para dos tumbas, pagando muy bien el trabajo de albañilería".

"Concluida la obra -prosigue Baisac-, Mariano haría que toda fiesta, pesca o caza terminara en su monumento. Comenzó así para este buen hombre una época de jolgorio y diversión, olvidando por completo la marcha de su negocio cuya economía comenzó a resentirse. Pasó el tiempo y la situación económica hizo que no pudiera afrontar las deudas hasta que un día le embargaron bueyes, carros y negocio. Sus acreedores habían presentado una demanda ante el juez".

Alemán resolvió organizar una gran comilona en su mausoleo del cerro y a los postres suicidarse. Al menos eso dijo. En persona se ocupó de invitar a sus amigos del pueblo y también a quienes pretendían ejecutarlo. Cuando estos supieron que la idea de Alemán era despedirse de este mundo, intentaron convencerlo de que no se suicidara. Pero no hubo caso, él estaba dispuesto a meterse un tiro.

Y organizó la fiesta donde él se ocupó que subieran al cerro carne, empanadas, vino, chicha y las velas, mientras lucía en su cintura un reluciente revólver.

Antes de la comilona -cuenta Baisac- Alemán dijo estas palabras: "Hemos subido al cerro. Pero cuando ya la noche todo lo envuelva con sus sombras entraremos al monumento, prenderemos las velas, me acomodaré en mi covacha y ¡Adiós al mundo y a los amigos!". Hubo quienes intentaron arrebatarle el arma diciéndole que debía usar esas balas para ahuyentar ladrones. "¿Ahuyentar ladrones?" rugió Alemán. "Todos mis acreedores que ahora quieren dejarme en la calle, después de una vida de generosidad con el prójimo, se han aprovechado de mi obsequiosidad y me deben muchos servicios". Y al tiempo que empuñaba su revólver se dirigió a los acreedores: "¡Yo no me suicido! ¡Ustedes me asesinan aunque use mi propia mano!". Y concluyó amenazante: "¡Ya verán con el finadito!"

Concluida la perorata, Alemán invitó a iniciar la comilona pero el grupo de acreedores se apartó y comenzó a cuchichiar. Al rato regresaron al lugar y uno de ellos a voz de cuello indicó que habían resuelto retirar la demanda contra Mariano. El anuncio fue recibido por los presentes con gran algarabía.

"Desde entonces -dice Baisac-, la cordialidad ganó a todos y las cargas del revólver solo sirvieron para hacer tiros al aire por la resurrección de Mariano".

Pasó el tiempo, las "fiestas velorios" como se llamaron desde entonces, se sucedieron hasta principios del siglo XX, cuando Mariano Alemán un día se murió en serio y nadie pudo hacer respetar su última voluntad: que se lo sepulte en su monumento del cerro. Es que Serapio Gallegos había dejado una Ordenanza que prohibía las sepulturas fuera del cementerio municipal. Y así fue que los restos del testarudo Alemán, fueron a parar al campo santo de Serapio Gallegos.

Un nuevo morador

A poco de morir Alemán, un personaje del pueblo se adueñó del mausoleo. Era el "Opa Vinagre" o "Coto Vinagre". Era muy estimado y según contaban, el hombre portaba dos cosas distintivas: un coto monumental y una inseparable mueca agria. Y así fue que "Coto Vinagre" vivió años en aquella "casita" del cerro de donde a diario bajaba en busca de su sustento. Nunca nadie pidió su desalojo, ni siquiera la viuda Mercedes S. de Alemán. Y así pasó el tiempo hasta que a "Coto Vinagre" también le llegó la hora del campo santo. Entonces el mausoleo quedó solo y abandonado, habitado solo por avispas, abejorros o por algún leñatero de paso.

Por casi cincuenta años el mausoleo del "Loco Alemán" estuvo abandonado y cada vez más ruinoso. Así hasta que en el otoño de 1950, tres personas llegaron hasta el mausoleo para evaluar su estado. Eran mi padre, intendente de Cerrillos, el secretario municipal Jorge Rauch y el párroco Luis Zangrilli. La idea era transformarlo en un santuario en honor a San José, patrono del pueblo. Y como la iniciativa contaba con el apoyo generalizado de los vecinos y de Laura Velarde Mors, dueña del predio, pronto una cuadrilla de albañiles transformó la ruina en una capilla, bajo la dirección del P. Zangrilli.

El 15 de abril de 1951 y con la presencia del gobernador de la provincia Carlos Xamena y del arzobispo Roberto J. Tavella, se inauguró la "Gruta de San José de los Cerrillos". Sus padrinos fueron: Ilda Nélida Castañeira y el intendente José Luis Borelli.

Casi en un año se había refaccionado el edificio y construido el camino de acceso de más de un kilómetro de extensión. En su interior se hizo un altar, una cúpula y se colocó piso de mosaico. Afuera se construyó una vereda perimetral de laja, escalinatas de acceso y a la diestra se implantó una cruz. Y por cerramiento, el viejo portoncito de hierro forjado traído desde el cementerio construido por Serapio Gallegos.

El Mirador

A poco de la inauguración, la Gruta de San José fue incluida en la Guía de la Dirección Provincial de Turismo como "Mirador Natural del Valle de Lerma". Además, el organismo instaló sobre RN68 (ex 9) un cartel indicador que sirvió para que el sitio fuese visitado por los turistas que pasaban al Valle Calchaquí.

Años después, el intendente Eduardo Sayús construyó en las inmediaciones asadores, quincho, mesadas y bancos. En los 70, la intendenta Elba Medina de Abdo construyó en el lugar un anfiteatro donde se hicieron exitosas presentaciones navideñas.

Por último, en los 80, el predio fue abandonado, vandalizado y usurpado. Hoy, de aquel bello mirador natural queda poco o casi nada. La imagen de San José se retiró por "razones de moralidad" y hoy el acceso está prohibido.

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