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íAgüita, Dios! La rogativa a la naturaleza

Viernes, 02 de diciembre de 2022 02:32

Sin duda la sequía nos tiene mal sin lluvias primaverales, con temperaturas elevadas, vientos cálidos y el fuego como corolario inevitable. Así vivimos año tras año en el noroeste argentino, una muestra de lo que pasa por todo el Norte Grande del país, e incluso de muchas otras partes del mismo, afectando la producción agropecuaria y el acceso al agua potable de numerosas poblaciones.

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Sin duda la sequía nos tiene mal sin lluvias primaverales, con temperaturas elevadas, vientos cálidos y el fuego como corolario inevitable. Así vivimos año tras año en el noroeste argentino, una muestra de lo que pasa por todo el Norte Grande del país, e incluso de muchas otras partes del mismo, afectando la producción agropecuaria y el acceso al agua potable de numerosas poblaciones.

Hoy atribuimos estas circunstancias al cambio climático, y seguramente algo hay, pero también debemos asumir que el clima es justamente una variable que, valga la redundancia, varía a lo largo del año y entre años. Incluso ecosistemas de gran superficie como el Gran Chaco, han sido definidos como de "alta variabilidad climática" como su característica principal.

Si analizamos la recurrencia de períodos secos en el noroeste argentino a partir de reconstrucciones climáticas de anillos de crecimiento de árboles (dendrocronología), podemos visualizar que en los últimos cientos de años ha habido una recurrencia de períodos secos, algunos de mayor intensidad y longitud temporal de los que vivimos actualmente. Algo similar concluyeron quienes estudiaron la variación climática en Santiago del Estero a partir de registros históricos en el Cabildo de la ciudad homónima (la ciudad más antigua del norte argentino).

En tiempos más modernos, el registro de caudales en la época seca de ríos cuyas aguas son destinadas a riego, muestran un permanente declive de los volúmenes disponibles en cuencas hídricas bien conservadas, donde se mantiene o se ha mejorado la cobertura forestal natural. Del mismo modo la producción agropecuaria en la llanura pampásica se ve afectada por estas recurrentes sequías, al punto que este año, por ejemplo, se estima una merma de más del 5% de la producción de trigo (la producción más baja en 7 años) lo que afectará el ingreso de divisas al país y la disponibilidad en el mercado interno de este producto básico.

Pero no todo depende de condiciones climáticas generalmente inmanejables para los humanos, también hay acciones que dependen de nuestras decisiones y que podrán sino solucionar, al menos mitigar los efectos de estas sequías recurrentes. Los sistemas de distribución de agua corriente en nuestras ciudades en general están obsoletos, con esfuerzos de mantenimiento muy por debajo de lo necesario, para encima satisfacer las demandas de una población urbana creciente (en Argentina cerca del 90% de su población vive en ciudades). También el uso ciudadano de agua donde los argentinos somos grandes derrochadores. Utilizamos en promedio en Argentina unos 200 litros/día por habitante (por supuesto con enormes diferencias regionales), ello implica el doble de lo recomendado o sugerido por la OMS a nivel mundial. Algo similar ocurre en muchas áreas con cultivos tradicionales como la caña de azúcar que aún se realiza el riego "en manto", es decir por inundación con una eficiencia muy baja, inferior al 20%. Por otra parte, hay mucha tecnología disponible para mejorar el riego en un país donde grandes superficies aún dependen de las lluvias estacionales para una buena producción (cultivos de secano).

Mejorar la eficiencia en la captación, transporte y uso del agua tanto para riego como para consumo humano e industrial es vital como parte de nuestra estrategia de mitigación de los efectos del clima sobre nuestra vida cotidiana. También el conservar las fuentes de agua y reservorios hídricos naturales (vertientes, ríos, lagunas, embalses artificiales), cómo Argentina lo ha venido haciendo históricamente, es una medida clave de adaptación al cambio climático.

Estos temas fueron debatidos en noviembre en la COP de Egipto, como se ha venido realizando en los distintos eventos internacionales donde se discute el futuro del clima, de la humanidad y del planeta. Mientras tanto, en esta parte del mundo, seguiremos esperando que llueva, ¿o debiéramos salir como nuestros paisanos del norte yungueño de nuestro país, a reclamarle al Cielo su acuosa bendición, al grito comunitario de íAgüita Dios!, cómo única alternativa para salvar nuestras cosechas y la vida misma?. Rogatoria, no obstante, que más temprano que tarde será correspondida con copiosas lluvias estivales en las selváticas montañas de nuestro noroeste. Sin duda es preferible confiar en nuestra potencial capacidad de organización, de generar la infraestructura necesaria basada en conocimientos técnicos, que tener que depender de una ilusoria e impredecible ayuda celestial, aunque por ahora pareciera que es de lo único que disponemos.

Mientras esto escribo se escucha a lo lejos los bocinazos y repiquetear de los tambores de los vecinos tucumanos que no le piden a los dioses la esperada lluvia, sino a las terrenales autoridades provinciales y municipales que abran el grifo para disponer en lo inmediato del preciado y escaso líquido, las cuales a diferencia de los dioses no siempre cumplen...

 

 

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