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Entre la ficción y la locura

Sabado, 03 de diciembre de 2022 02:35

Cuando, empujados más por hambre que por vocación, los grandes escritores del futuro boom latinoamericano se volcaron al periodismo, un alud de tesoros inundó ambas trincheras. Las fronteras entre ellos empezaron a desplazarse y, para solaz de los lectores, se empezó a contar de otra manera, apremiantemente amena, ágil, atrapante, enriquecedora.

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Cuando, empujados más por hambre que por vocación, los grandes escritores del futuro boom latinoamericano se volcaron al periodismo, un alud de tesoros inundó ambas trincheras. Las fronteras entre ellos empezaron a desplazarse y, para solaz de los lectores, se empezó a contar de otra manera, apremiantemente amena, ágil, atrapante, enriquecedora.

El realismo mágico burlaba el confín de la literatura mientras el periodismo imponía precisión y sobriedad. Esta sobriedad brillaría, por ejemplo, en la concisión de los diálogos de Hemmingway y sus reticencias emocionales jamás explicitadas que, tal vez, sin su impronta periodística nunca hubiera podido expresar. Contrario sensu, la convivencia de lo prodigioso con lo corriente y la desmesura que fulmina el tiempo eclosionaría en esa glorificación de antinomias con que Borges, Vargas Llosa, Fuentes o García Márquez enlazarían lo natural y sobrenatural al mismo tiempo, en idéntico lugar e igual párrafo, con mayor o menor lujuria idiomática o audacia, dotando al incipiente periodismo de interpretación de contextos reales o ficticios de ayer u hoy para enriquecer y potenciar el análisis de hechos puntuales, abjurando del ¿ex? dogma de toda Facultad que rezaba: “Esto es Periodismo, no Literatura”.

El propio Gabo recuerda que, antes de ser García Márquez y al término de un día agotador para ganar su mendrugo en París, llegó a su pensión menesterosa, se derrumbó en el catre y manoteó un librito recomendado por un compañero de desventuras. Leyó. Quedó petrificado. Kafka le acababa de entregar lo presentido sin esperanza, lo intuido a tientas: “Después de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa despertó y se encontró convertido en un repugnante insecto”.

¿Germen o comienzo del realismo mágico? No para Jorge Edwards, escritor y Premio Cervantes, que lo retrotrae a siglos antes: “el realismo mágico es una invención de Cervantes, cuya modernidad reside en incluir situaciones irreales perfectamente creíbles”: ¿o qué otra cosa es, acaso, ese descenso en soga de Don Quijote a la Cueva de Montesinos, donde ve las maravillas que oculta el alcázar transparente en el que es recibido por Montesinos en persona?

Este “deicidio” con que el realismo mágico recreaba la realidad floreció en Latinoamérica en los 60 y 70, cuando la corrupción política, guerrillas y resentimientos agudizaron endemias como el vaivén institucional, mesianismo o delincuencia que desembocaron en la desazón generalizada que aconsejaba (más que por alarde de creatividad) velar con metáforas y analogías la realidad censurada por populismos, demagogos y tiranías que la asolaban. Un mismo párrafo tendría tantos “mensajes” como lectores.

La interacción entre periodismo y literatura que fuera pletórica (y catapulta de odiseas estelares) devino en devastadora cuando se la trasladó a la política, condenando a la gente a vivir en una zozobra constante que supera toda ficción y donde ciudadanos desesperados huyen del país, si pueden, y, si no, de la institucionalización cuando se ven condenados a quedarse en republiquetas que porfían en ser bananeras y donde la democracia es vilipendiada por quienes la utilizan para llegar al poder y allí no hacen más que degradarla profanando las instituciones y reemplazándola con autoritarismos mesiánicos y arbitrariedades anacrónicas que sólo buscan el caos que permita su despotismo. Como en “Pedro Páramo”, la ausencia de ley permitiría autoritarismos y descalabros.

¿O qué otra cosa es el conflicto de poderes entre la Corte y el Senado creado ex profeso para que no actúe el Consejo de la Magistratura conforme a derecho, sarcoma que se ha extendido a Diputados y amenaza con paralizarlo ad aeternum o hasta asegurar la impunidad de la vicepresidente? ¿O qué otra cosa es el homenaje a un ex ministro cuya gestión teñida de escándalos demoró vacunas y adelantó muertes, compró otras no reconocidas, vacunó a los suyos y allegados mientras el mismo presidente que lo despidió le reconoce “la labor” que dejó más de 130 mil muertos, presidente cuyas marchas y contramarchas causaron dolor imperdonable a deudos y sobrevivientes, canalladas espeluznantes como fiestas de cumpleaños mientras padres no podían velar sus hijos o la politización de las víctimas etiquetándolas “de derecha” ¡como si serlo justificara su muerte!? En medio de un caos económico que día a día vuelve más pobres a los pobres, condena a la marginalidad de la desnutrición a miles de niños a los que deja sin futuro, alimenta la bomba inflacionaria  multiplicando escandalosamente los tipos de cambio y las Leliq, restringiendo derechos y asfixiando a empresas y productores mientras, con total impudicia, ocultan a la ciudadanía los contratos de compra de vacunas por más de mil setecientos millones de dólares con la excusa de la “confidencialidad” que, como cualquiera sabe, sólo debe resguardar fórmulas patentadas.

Pero las elecciones exigen reconciliaciones que ya se buscan y que serán anunciadas como acuerdos o como componendas (según quien hable) mientras Massa parodia a Samoré pese a que la inflación se desboca y fraterniza cada vez más con los que prometió mandar a la cárcel, atornillado al riñón de quién lo detesta, allí mismo, pese a la desconfianza de propios y ajenos que recuerdan, con el refrán, que “el que traiciona una vez, traiciona siempre”.

Al parecer, ésa la razón por la que Cristina ha dejado de atacar a Alberto (su propio Frankestein) después del ataque apoteósico que le dirigió en el “Día de la Lealtad” en La Plata, festejo que muchos peronistas no entienden porque recuerdan que ella se negó a contribuir -ni con su firma- al monumento a Perón que intentaba Antonio Cafiero, negativa dada en el lenguaje soez que suele usar. Obviamente, no lo mencionó en su exposición pero ¿desde la  esquizofrenia o la psicosis? elaboró un discurso donde el pasado convivía con el futuro abjurando del presente, evocando una edad dorada kirchnerista (que sólo ella y su núcleo duro recuerdan) a la que volverían si la volvieran a votar los que ya la votaron, votos por los que es hoy vicepresidente y, ahí, presidente en ejercicio porque es su fórmula la que gobierna y ella quien preside el siniestro presente que quiere erradicar.

En esta construcción polifónica del mejor realismo mágico, Cristina es al mismo tiempo protagonista-antagonista y los conflictos recíprocos que se infieren estos personajes dan movimiento al argumento y encarnan los opuestos de un enfrentamiento irracional en el que la víctima es el asesino, el perdedor es el vencedor que termina consigo mismo. Como un Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

Como las cien mulas cargadas de oro que salieron de Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a destino, el país sigue esperando una prometida felicidad que nunca viene mientras políticos, sindicalistas y empresarios triplican fortunas a expensas del hambre del pueblo y hasta de su vida, como en la pandemia. No hay freno a su codicia, límite que los detenga ni impedimento legal que no burlen para protegerse entre cómplices, por lo que Cervantes diría: “Nunca defendí reyes, pero peores que los reyes son aquellos que engañan al pueblo con trucos y mentiras, prometiendo lo que –saben- jamás le darán. País éste, amado Sancho, que destrona reyes y corona piratas pensando que el oro del rey se repartirá entre el pueblo sin saber que los piratas sólo reparten entre piratas”. Aunque, desechado el bergantín, ahora prefieran aviones de veinticinco millones de dólares.

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