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La moneda de Güemes

Martes, 22 de marzo de 2022 02:17

Hacia finales del año 1817, a Martín Miguel de Güemes se le planteó una situación paradójica. Por un lado, fue el momento en el que alcanzó el cenit de su gloria militar, fue ascendido, reconocido expresamente por el Directorio como gobernador intendente, después de dos años y aclamado por su imponente victoria ante el ejército real conducido por el mariscal José de la Serna. Pero, por otra parte, la provincia tenía sus arcas exhaustas. Güemes había recurrido a los empréstitos forzosos lo cual empezó a depararle feroces enemigos que se coaligaron en una facción opositora llamada la Patria Nueva. Se había prohibido el comercio con el Alto Perú y por consiguiente floreció el contrabando, fomentado desde el bando español por el brigadier Pedro Antonio Olañeta, quien a propósito de ello amasó una ingente fortuna.
Esta situación, ciertamente, generó estragos económicos en el sector del comercio de Salta, Jujuy, Orán y Tarija, y el ministro de Hacienda del caudillo salteño, Pedro Antonio Ceballos lo impuso de la crítica situación, implorándole una salida pronta y concreta. Debe recordarse que la porción territorial llamada Provincias Unidas del Río de la Plata no había tenido reconocimiento internacional como país soberano, de tal suerte que resultaba imposible solicitar crédito alguno. Tanto las potencias europeas como los Estados Unidos, aún nos consideraban territorio español. Fue así que a instancias del ministro Ceballos, a fines de 1817, Güemes ordenó una nueva contribución y comenzó a circular una moneda de plata de baja denominación, porque uno de los mayores problemas de las Provincias Unidas era que no podían emitir dinero ni acuñar metálico. 
La legendaria Ceca de Potosí era la encargada de suministrarle dinero al Virreinato del Río de la Plata. Lo siguió haciendo después de la Revolución de Mayo, hasta que quedó entre medio del fuego entre patriotas y realistas. A tal punto, que cuando el general Manuel Belgrano estuvo en el Alto Perú pretendió dinamitarla, decisión de la que finalmente fue persuadido a retirarla, por el desastre que hubiera aparejado. Lo cierto es que, si bien esa moneda de baja denominación comenzó a circular de manera profusa, nunca fue acuñada por orden del líder salteño, dado que tanto por su apego al orden como también para no romper relaciones con las autoridades centrales, Güemes era sumamente cauteloso de tomar ese tipo de decisiones. 
La pérdida de la Casa de la Moneda o Ceca de Potosí, y la lucha que sostenían los ejércitos patriotas y realistas por el dominio de lo que luego fue el norte argentino, centralizada en la provincia de Salta, produjo un estado de espantosa miseria y escasez en la zona. Fue entonces, que a partir de 1816 en adelante, especialmente en 1817, una ingente cantidad de monedas “macuquinas” de difícil clasificación se propagó por la región y fue rápidamente aceptada. Cabe aclarar que como “macuquina” se conoce a la moneda de oro o plata, cortada y acuñada en Potosí, que circuló en distintas áreas del continente americano durante el siglo XVIII. 

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Hacia finales del año 1817, a Martín Miguel de Güemes se le planteó una situación paradójica. Por un lado, fue el momento en el que alcanzó el cenit de su gloria militar, fue ascendido, reconocido expresamente por el Directorio como gobernador intendente, después de dos años y aclamado por su imponente victoria ante el ejército real conducido por el mariscal José de la Serna. Pero, por otra parte, la provincia tenía sus arcas exhaustas. Güemes había recurrido a los empréstitos forzosos lo cual empezó a depararle feroces enemigos que se coaligaron en una facción opositora llamada la Patria Nueva. Se había prohibido el comercio con el Alto Perú y por consiguiente floreció el contrabando, fomentado desde el bando español por el brigadier Pedro Antonio Olañeta, quien a propósito de ello amasó una ingente fortuna.
Esta situación, ciertamente, generó estragos económicos en el sector del comercio de Salta, Jujuy, Orán y Tarija, y el ministro de Hacienda del caudillo salteño, Pedro Antonio Ceballos lo impuso de la crítica situación, implorándole una salida pronta y concreta. Debe recordarse que la porción territorial llamada Provincias Unidas del Río de la Plata no había tenido reconocimiento internacional como país soberano, de tal suerte que resultaba imposible solicitar crédito alguno. Tanto las potencias europeas como los Estados Unidos, aún nos consideraban territorio español. Fue así que a instancias del ministro Ceballos, a fines de 1817, Güemes ordenó una nueva contribución y comenzó a circular una moneda de plata de baja denominación, porque uno de los mayores problemas de las Provincias Unidas era que no podían emitir dinero ni acuñar metálico. 
La legendaria Ceca de Potosí era la encargada de suministrarle dinero al Virreinato del Río de la Plata. Lo siguió haciendo después de la Revolución de Mayo, hasta que quedó entre medio del fuego entre patriotas y realistas. A tal punto, que cuando el general Manuel Belgrano estuvo en el Alto Perú pretendió dinamitarla, decisión de la que finalmente fue persuadido a retirarla, por el desastre que hubiera aparejado. Lo cierto es que, si bien esa moneda de baja denominación comenzó a circular de manera profusa, nunca fue acuñada por orden del líder salteño, dado que tanto por su apego al orden como también para no romper relaciones con las autoridades centrales, Güemes era sumamente cauteloso de tomar ese tipo de decisiones. 
La pérdida de la Casa de la Moneda o Ceca de Potosí, y la lucha que sostenían los ejércitos patriotas y realistas por el dominio de lo que luego fue el norte argentino, centralizada en la provincia de Salta, produjo un estado de espantosa miseria y escasez en la zona. Fue entonces, que a partir de 1816 en adelante, especialmente en 1817, una ingente cantidad de monedas “macuquinas” de difícil clasificación se propagó por la región y fue rápidamente aceptada. Cabe aclarar que como “macuquina” se conoce a la moneda de oro o plata, cortada y acuñada en Potosí, que circuló en distintas áreas del continente americano durante el siglo XVIII. 

Las principales monedas macuquinas que se usaron en ese tiempo fueron de un valor de dos y cuatro reales.
Para evitar la continuación de ese abuso que perjudicaba principalmente a la gente de bajos recursos, el entonces coronel Martín Güemes emitió un bando condenatorio el 26 de octubre de 1817, con la obligación de aplicarle una contramarca con la letra P, de patria, a cada moneda circulante. El resello se componía de un monograma formado por la palabra Patria encerrado entre dos laureles. Ese bando decía lo siguiente: por lo tanto, ordeno y mando que desde esta fecha se reciba cualquier clase de moneda cortada o de cordón del falso sello, con cargo y calidad precisa, de que todo individuo que tenga en su poder algunas cantidades de mucha o poca suma, deberá presentarla en estas “caxas nacionales” (tal como se escribía antaño) en el perentorio término de diez días para que se les reimprima el sello que a este efecto se ha hecho fabricar. 
Como puede observarse, ante una situación desesperante como la que le tocó gobernar durante seis años, el líder gaucho tomó los recaudos necesarios, para que la moneda de baja denominación tuviese un control directo de parte de su gobierno; de haberse proseguido en ese afán es probable que la situación financiera y de falta de circulante de la provincia de Salta, por aquel entonces depositaria de un vastísimo territorio, se hubiese alivianado en gran medida. Los intereses mezquinos, tan ajenos al incipiente federalismo argentino se encargaron de abortar este intento autonómico que contribuyó a sostener la causa nacional. Mucho más aún, cuando esa moneda fue introducida desde el Alto Perú con el objeto de que el comercio local saliese del estado de inanición y postración en que se encontraba. La prudencia y la enorme carencia de dinero, hicieron que Güemes tomase una medida excepcional al aceptarla, estableciendo un control absolutamente plausible. Pero como dijo Joaquín Castellanos, los hijos de la vida mínima prevalecen sobre los hijos de la vida máxima. Lamentablemente.
La medida fue amonestada por el poder central, a tal punto que Güemes debió emitir otro bando derogatorio, el 24 de mayo de 1818. Ciertamente, al poder central no se le ocurrió que ese recurso al que debió someterse el líder gaucho solo podía ser zanjado con la provisión de algún otro circulante, o lo que hubiese sido lo óptimo autorizar y mejorar el resello. Era tal la envidia y la ira que provocaba en ciertas elites la figura de Güemes, que pronto sus enemigos utilizaron esta acuciante situación para denostarlo y presentar a un gobernante abnegado, probo y pobre como un falsario. 
Más aún cuando la moneda había tenido una veloz asimilación en Jujuy, Orán, Tarija, Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero. Todas ciudades exangües por la duración de la guerra de la independencia, sin auxilio de las autoridades centrales. Este hecho histórico, de los tantos que protagonizó Martín Miguel de Güemes, demuestra desde cuándo las provincias debieron verse avasalladas por una suerte de megalópolis incomprensiva e inmisericorde, y también como lo enseña Roberto Cortés Conde, el desinterés inicial desde los albores de la argentinidad impidió un desarrollo acorde para la construcción de un país posible.
 
 

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