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La inflación es el mal de todos los males

Domingo, 17 de abril de 2022 02:01

La inflación del 6,7% que se registró en marzo fue la más alta en 20 años, y el 16,1% acumulado en el primer trimestre del año marcó el alza de precios más elevada desde 1991.

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La inflación del 6,7% que se registró en marzo fue la más alta en 20 años, y el 16,1% acumulado en el primer trimestre del año marcó el alza de precios más elevada desde 1991.

El gabinete económico, con la fórmula presidencial sumida en un grieta interna, vinculó rápidamente al índice con la guerra que desató Rusia en Ucrania, omitiendo las causas de fondo que tienen un impacto demoledor en el poder adquisitivo de los salarios, la canasta básica, el empleo, el financiamiento productivo y la actividad económica.

La inflación afecta a todos los argentinos, aunque son los sectores más vulnerables de la sociedad los que más sienten el golpe en los alimentos de primera necesidad.

En Argentina la canasta esencial subió tres veces más que en países vecinos como Brasil y Uruguay.

La guerra declamada contra las remarcaciones de precios, a través de la Secretaría de Comercio de la Nación, fracasó con recetas que tienen en este país probada ineficacia, porque la inflación es, ante todo, la consecuencia de un exorbitante déficit fiscal.

Es, además, un reflejo de la desconfianza de los argentinos por su moneda y gestiones de gobierno que no cesan en los derroches y las cajas negras que desvirtúan al gasto público. Este, desde 2011, creció del 24 a más del 40% del producto bruto interno (PBI).

En Argentina ese nivel de gasto tiene un 7,2% en ineficiencia. Al menos cuatro puntos se pierden por transferencias de dinero que no llegan a destino y otros dos se desvanecen por contratos de obras públicas y servicios inflados.

Todo se financia con una extraordinaria emisión monetaria.

Son estas algunas de las causas que esperan ser abordadas con un plan económico integral y una gestión enfocada en los problemas esenciales de la gente.

A diferencia de anteriores aceleraciones inflacionarias, la de marzo no respondió a un salto del tipo de cambio oficial ni a un ajuste de tarifas energéticas, lo que abre serios interrogantes a futuro, especialmente en el norte, donde los yacimientos hidrocarburíferos agonizan tras 15 años de creciente dependencia importadora y el Gasoducto del NEA, la obra de interconexión energética más costosa de los últimos 50 años, quedó inconcluso, ocioso y saqueado.

Por la imprevisión, en Salta, Chaco, Formosa, Corrientes y Misiones, a cerca a cuatro millones de argentinos las garrafas de 10 kilos les salen más caras que el servicio que pagan áreas residenciales de Buenos Aires, que reciben subsidios obscenos.

En el norte argentino la pérdida del autoabastecimiento energético amplifica el impacto inflacionario. Industrias de Salta, Jujuy y Tucumán no solo pagan ya más caro el gas que se importa desde Bolivia, sino que se enfrentan a la posibilidad concreta de volver a caer en este invierno en restricciones como las que, en años anteriores, obligaron a parar máquinas y reducir turnos de trabajo, con el consecuente desabastecimiento de insumos y manufacturas.

Para el agro, la desbocada inflación implica una preocupación adicional, porque en el oficialismo arrecian las presiones para acrecentar la presión fiscal sobre el sector.

No todos reparan, dentro del tenso gabinete nacional, que los precios internacionales de las commodities agrícolas son ilusorios para los productores de granos a causa del desdoblamiento cambiario que aplica el Gobierno.

Además, con las retenciones e impuestos nacionales, provinciales y municipales, el Estado se queda con más del 70% del valor de la producción de soja y maíz para cubrir parte de las brechas del déficit fiscal.

El país no resiste más cargas impositivas, cepos ni imprevisiones. Necesita un plan inflacionario con reformas profundas para corregir los crónicos desequilibrios económicos, monetarios y financieros.

De otro modo, difícilmente se aplacarán las expectativas que recalientan las remarcaciones de precio y se generará certidumbre sobre el mediano y largo plazo.

El alto nivel de inflación que disparó las alarmas no responde tanto a factores externos, como sí a una economía interna que tiene distorsiones y ajustes sin resolverse.

 

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