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Las Malvinas son Argentinas

Miércoles, 06 de abril de 2022 02:06

Cuarenta años más tarde, luego de una ominosa conducción que le costó la vida a los soldados argentinos que ofrendaron la vida por la Patria; al heroico bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina y al sobresaliente desempeño de la aviación naval durante el conflicto bélico del Atlántico Sur, aparece en la bruma de la memoria una vieja y gloriosa afirmación que antes estaba inscripta en los muros de los principales edificios públicos: las Malvinas son Argentinas. Así quienes nos formamos en la educación pública, grabamos a fuego en nuestra memoria, una afirmación que en realidad es la reafirmación soberana de un derecho inalienable e irrenunciable, que no es otro que todas las Malvinas, Orcadas y Sandwich del Sur forman parte del territorio nacional. Tal vez algunos jóvenes no lo sepan, pero fue durante el gobierno democrático del presidente Arturo Humberto Illia, cuando el canciller Miguel Ángel Zavala Ortiz, en una posición histórica, estuvo más cerca que Naciones Unidas se pronuncie a favor de la posición argentina. Un episodio singular y único que debería ser recordado con mayor asiduidad.
A la par de ello, debe afirmarse con todo énfasis que el conflicto en el Atlántico Sur, en nada modificó la posición originaria de la Argentina, ni tampoco jurídicamente constituyó un avance para Gran Bretaña. Sino todo lo contrario, el tema se mantiene plenamente candente y vigente, con el detalle, de que si hubiese una política nacional continuada respecto a esta cuestión específica, en todos los foros internacionales la “Cuestión Malvinas” debería ser el punto de partida de la política exterior de nuestro país. No son sólo nuestros héroes y nuestros muertos, es nuestro territorio, de gran riqueza petrolera, pero fundamentalmente ictícola, que podría ser una fuente de ingresos de vital significación para la alicaída economía argentina. La zona de exclusión británica, persigue ese fin, privarnos de la explotación de nuestra riqueza marítima. 

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Cuarenta años más tarde, luego de una ominosa conducción que le costó la vida a los soldados argentinos que ofrendaron la vida por la Patria; al heroico bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina y al sobresaliente desempeño de la aviación naval durante el conflicto bélico del Atlántico Sur, aparece en la bruma de la memoria una vieja y gloriosa afirmación que antes estaba inscripta en los muros de los principales edificios públicos: las Malvinas son Argentinas. Así quienes nos formamos en la educación pública, grabamos a fuego en nuestra memoria, una afirmación que en realidad es la reafirmación soberana de un derecho inalienable e irrenunciable, que no es otro que todas las Malvinas, Orcadas y Sandwich del Sur forman parte del territorio nacional. Tal vez algunos jóvenes no lo sepan, pero fue durante el gobierno democrático del presidente Arturo Humberto Illia, cuando el canciller Miguel Ángel Zavala Ortiz, en una posición histórica, estuvo más cerca que Naciones Unidas se pronuncie a favor de la posición argentina. Un episodio singular y único que debería ser recordado con mayor asiduidad.
A la par de ello, debe afirmarse con todo énfasis que el conflicto en el Atlántico Sur, en nada modificó la posición originaria de la Argentina, ni tampoco jurídicamente constituyó un avance para Gran Bretaña. Sino todo lo contrario, el tema se mantiene plenamente candente y vigente, con el detalle, de que si hubiese una política nacional continuada respecto a esta cuestión específica, en todos los foros internacionales la “Cuestión Malvinas” debería ser el punto de partida de la política exterior de nuestro país. No son sólo nuestros héroes y nuestros muertos, es nuestro territorio, de gran riqueza petrolera, pero fundamentalmente ictícola, que podría ser una fuente de ingresos de vital significación para la alicaída economía argentina. La zona de exclusión británica, persigue ese fin, privarnos de la explotación de nuestra riqueza marítima. 


Resulta muy interesante visitar la página del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, en cuanto afirma que: “En el marco del proceso de descolonización de las Naciones Unidas y luego de la adopción por la Asamblea General de la Resolución 2065 (XX) se inició un proceso de negociaciones bilaterales que se extendió hasta 1982. Durante ese período, ambos países analizaron varias hipótesis de solución de la disputa, no pudiendo arribar a un acuerdo. Tras la acción argentina iniciada en 1964 en el marco de las Naciones Unidas, el Gobierno nacional invitó formalmente al del Reino Unido a iniciar las negociaciones recomendadas por la comunidad internacional para la solución de la disputa de soberanía. El Gobierno británico modificó su posición y por primera vez se avino a llevar a cabo negociaciones bilaterales. Éstas recibieron su primer impulso a través de los respectivos cancilleres, reunidos en Buenos Aires a principios de 1966. En efecto, la visita de Michael Stewart en enero de 1966, la primera de un secretario de Asuntos Extranjeros británico a la Argentina, permitió que se mantuvieran los contactos iniciales a nivel ministerial sobre la Cuestión de las Islas Malvinas, tema que formó parte de la agenda de reuniones con el canciller Zavala Ortiz, con el objetivo de entablar negociaciones”.
Durante los días de la guerra, nunca dejó de llamar la atención la omisión de un episodio histórico que resultaba clave para explicarle al pueblo argentino, el fundamento de sus derechos soberanos sobre las islas. Seguramente, porque el gobierno militar de aquel entonces, despavorido por sostenerse en el poder, ante la ingente crisis social que había hecho estallar un paro general y una multitudinaria manifestación de la CGT, con la muerte de un militante salteño en Plaza de Mayo incluida, lo urgía e impelía encontrar una causa nacional que le permitiese perpetuarse en el tiempo. Entonces, se sucedían los partes del Estado Mayor Conjunto de tinte triunfalista, anunciando que la Argentina prácticamente había derrotado a las fuerzas británicas, apoyadas en forma artera por el dictador Augusto Pinochet, circunstancia que también fue curiosamente silenciada. Gran Bretaña, ya había favorecido cuatro años antes al régimen chileno con un laudo arbitral que puso a los países al borde de la guerra, la cual pudo ser evitada por cuestión de horas merced a los buenos oficios del cardenal Antonio Samoré.
Pero lo esencial, es que ese no tan lejano 3 de enero de 1833, en que el gobernador de la entonces Confederación Argentina, don Luis Vernet fue expulsado por la invasión subrepticia de dos buques de guerra británicos, es un hito fundamental para tener igualmente presente, que entre la Confederación y el Imperio Británico por ese entonces reinaba la paz; aún cuando veintisiete años antes se había suscitado la primera Invasión Inglesa, heroicamente resistida y doce años después, durante el lapso de un lustro, se produjese el bloqueo Anglo francés sobre el Río de la Plata. Tal vez la dignidad del gaucho Rivero, quien batalló contra los ingleses durante 1833 por casi un año, fue el símbolo de la resistencia argentina ante el atropello de su soberanía. La resistencia de Rivero, fundada en la religión del coraje, es donde debemos mirarnos argentinas y argentinos para sostener nuestros derechos soberanos sobre Malvinas.
Sin embargo, de estos destellos históricos surge de manera diáfana que, siempre, la posición argentina fue la de defender su territorio ante la agresión imperialista y jamás salirse de esa posición, lo que le permitió mucho años más tarde alcanzar un merecido prestigio en la diplomacia con la doctrina Drago, ante la agresión inglesa, alemana e italiana contra Venezuela. O la neutralidad, como doctrina de paz ante el concierto de las naciones, acuñada por el canciller Honorio Pueyrredón durante esa gran conflagración que fue la Primera Guerra Mundial. Las Malvinas son Argentinas, no debe ser una simple expresión de deseos, ni impregnarse de nostalgia, sino ser el eje de la política internacional en cuanto foro pueda ser esgrimida, sabiendo que nuestro territorio y nuestra dignidad continuarán amputadas mientras no vuelva a flamear en ellas el pabellón nacional. Nuestra historia, nuestros héroes y la sangre derramada, la constituyen una premisa irrenunciable y una  causa nacional.
 

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