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El valor de saber quiénes somos

Jueves, 19 de mayo de 2022 02:29

Sabemos que el agua potable para beber es un factor clave para evitar la mortalidad en las primeras etapas de la vida. Se sabe también que la protección de una vivienda segura, construida con los materiales adecuados, protege del frío y del calor, y da el cobijo que permite vivir con dignidad. Otras cosas también son conocidas: que la educación es clave para conseguir y mantener un empleo; para participar en la vida pública y elegir a nuestros representantes.

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Sabemos que el agua potable para beber es un factor clave para evitar la mortalidad en las primeras etapas de la vida. Se sabe también que la protección de una vivienda segura, construida con los materiales adecuados, protege del frío y del calor, y da el cobijo que permite vivir con dignidad. Otras cosas también son conocidas: que la educación es clave para conseguir y mantener un empleo; para participar en la vida pública y elegir a nuestros representantes.

Estos son aspectos en los que todas las personas están de acuerdo, al menos en sus lineamientos más gruesos. Pero ¿cuántas personas residen en viviendas sin agua, sin baño y construidas con materiales deficientes? ¿Cuántas de esas personas son niños y cuántas mujeres, muchas de ellas solas, que tienen a su cargo el cuidado de niñas, niños y personas mayores? ¿Cuántas personas carecen aún del nivel educativo mínimo requerido para no caer en la pobreza? El censo permite contestar estos y muchos interrogantes más. También permite documentar cuántos somos, dónde vivimos y hasta cuántos seremos hasta que se haga otro censo. Sí, los resultados del censo se usan también para calibrar las proyecciones y pensar en las necesidades y desafíos que nos depara el porvenir.

Cuando conocemos a una persona solemos interesarnos por sus características: su edad, su domicilio, en qué trabaja, su origen étnico, su identificación sexual, el lugar en el que nació, su educación, su estado civil, si tiene hijas o hijos. Un censo de población pretende caracterizar la población de un país en esos aspectos. Permite saber quiénes somos.

Se trata de una tradición milenaria. El capítulo 2 del Evangelio de San Lucas afirma que Jesús nació en Belén porque José y María debieron trasladarse allí para ser censados. Se trató del llamado censo de Quirinio, en ese momento gobernador de Siria. Por supuesto que los intereses del Imperio Romano eran más específicos que los actuales. En esa época interesaba saber con la mayor precisión posible el número de contribuyentes. Los censos tenían un fin principalmente fiscal y un poco de contabilidad militar también: importaba relevar la fuerza humana disponible para los ejércitos imperiales. Resulta curioso que hoy algunas personas piensan que el objetivo sigue siendo puramente fiscal. Quizá sea algo arraigada en nuestra memoria atávica.

Por supuesto que los datos de los censos pueden usarse para cuestiones similares. Por ejemplo, con ellos se puede calcular las formas de reparto de los impuestos coparticipables y se puede conocer el total de población que vota. Pero sus objetivos trascienden estos fines ancestrales. Son útiles para conocer las necesidades de la sociedad. Nos permite saber qué tenemos como sociedad, qué nos está faltando y qué consecuencias tienen esos déficits sociales. Por eso lo hacen la casi totalidad de los países del mundo.

En ese sentido es curioso que suela argumentarse en contra de los censos poniendo el foco en su costo. Es cierto que se necesitan recursos para ejecutarlos. Pero también se necesitan recursos para hacer una radiografía, un electrocardiograma, o para conocer la presión arterial, y no conozco a nadie que critique con argumentos económicos los requerimientos médicos para llegar a un diagnóstico adecuado de nuestro estado de salud.

Por último, pero no menos importante, es no pedir a un censo más de lo que él puede dar. No es una encuesta de empleo, no es un relevamiento de salud, ni de educación ni de infraestructura ni ambiental. Para conocer detalles de esas dimensiones existen otros datos que tienen una precisión mayor que la de un censo, con un número más elevado y específico de preguntas. Pero el censo es el único operativo que llega (o intenta hacerlo) a toda la población. Ahí radica uno de sus múltiples valores y virtudes.

 

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