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Envejecer con dignidad

Miércoles, 25 de mayo de 2022 02:32

Vivimos una época donde todos los sectores reclaman derechos y pocos piensan en los deberes. Sucede que cada derecho deriva del cumplimiento de los deberes, y tanto los derechos como los deberes no son un simple regalo, son tareas que debemos realizar con mucha responsabilidad. Se hacen congresos, seminarios, encuentros por los ancianos, desde sectores oficiales y desde movimientos sociales o instituciones privadas, y surgen de ellos simpáticos slogans sobre nuestros adultos mayores y sus derechos, pero no logran impactar en la sociedad para generar respeto por ellos en los ámbitos burocráticos del estado ni para mejorar su situación en recursos y lograr que su jubilación sea un “jubileo” (tiempo de fiesta y descanso, según la tradición bíblica) por tantos años trabajados y tantos aportes a las saqueadas cajas correspondientes.
La ancianidad es una etapa de la vida que ha sufrido la devaluación de la ignorancia social. Para nuestra generación, los que nacimos en la década del 60 del siglo pasado, los ancianos eran nuestro orgullo, tener a los abuelos un verdadero lujo, y si vivían con nosotros, mejor aún. Pero fue precisamente esa década que marcó el inicio de un torbellino de cambios de paradigmas que introdujeron, en la raíz misma de la cultura, la devaluación de la ancianidad. En la ilusión de la construcción de un mundo mejor, del mundo de la postguerra, los ancianos ya no representaban la fuente de sabiduría, y en no pocos lugares, comenzaron a pesar como una carga. La extensión de las expectativas de vida, gracias a Dios y a la ciencia médica, nos llevó a hablar de una cuarta edad y de la preocupación por la seguridad social y la capacidad estructural de los sistemas de salud. Seguridad social que ya no sería un tributo para los hombres y mujeres por los años trabajados, sino más bien, preocupación por el peso negativo que éstos producen a una alocada economía del consumo. El concepto de una economía de producción sin valores, propia del capitalismo, que solo ve las ganancias a cualquier precio, va dejando una estela de muerte en el camino; muerte social para quienes no producen, los desempleados y los ancianos; estos últimos se aíslan solos en un rincón de la vida o se suman a planes del Estado para utilizar el tiempo libre a mejor estilo de los clowns, otros vegetan y aún respiran en geriátricos públicos o privados. 
Una militante de tantos grupos que dicen trabajar por el bien del país, sugería “eliminar los sueldos de los jubilados, ya que no producen nada” (sic). Expresión máxima de la suprema ignorancia social y de la malicia de sus dirigentes que construyen relatos para fomentar la pobreza como ideología, y la miseria y la mendicidad en una sociedad casi naturalmente solidaria, procurando generar una exclusiva dependencia del Estado como patrón o señor de la vida y de la muerte. 

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Vivimos una época donde todos los sectores reclaman derechos y pocos piensan en los deberes. Sucede que cada derecho deriva del cumplimiento de los deberes, y tanto los derechos como los deberes no son un simple regalo, son tareas que debemos realizar con mucha responsabilidad. Se hacen congresos, seminarios, encuentros por los ancianos, desde sectores oficiales y desde movimientos sociales o instituciones privadas, y surgen de ellos simpáticos slogans sobre nuestros adultos mayores y sus derechos, pero no logran impactar en la sociedad para generar respeto por ellos en los ámbitos burocráticos del estado ni para mejorar su situación en recursos y lograr que su jubilación sea un “jubileo” (tiempo de fiesta y descanso, según la tradición bíblica) por tantos años trabajados y tantos aportes a las saqueadas cajas correspondientes.
La ancianidad es una etapa de la vida que ha sufrido la devaluación de la ignorancia social. Para nuestra generación, los que nacimos en la década del 60 del siglo pasado, los ancianos eran nuestro orgullo, tener a los abuelos un verdadero lujo, y si vivían con nosotros, mejor aún. Pero fue precisamente esa década que marcó el inicio de un torbellino de cambios de paradigmas que introdujeron, en la raíz misma de la cultura, la devaluación de la ancianidad. En la ilusión de la construcción de un mundo mejor, del mundo de la postguerra, los ancianos ya no representaban la fuente de sabiduría, y en no pocos lugares, comenzaron a pesar como una carga. La extensión de las expectativas de vida, gracias a Dios y a la ciencia médica, nos llevó a hablar de una cuarta edad y de la preocupación por la seguridad social y la capacidad estructural de los sistemas de salud. Seguridad social que ya no sería un tributo para los hombres y mujeres por los años trabajados, sino más bien, preocupación por el peso negativo que éstos producen a una alocada economía del consumo. El concepto de una economía de producción sin valores, propia del capitalismo, que solo ve las ganancias a cualquier precio, va dejando una estela de muerte en el camino; muerte social para quienes no producen, los desempleados y los ancianos; estos últimos se aíslan solos en un rincón de la vida o se suman a planes del Estado para utilizar el tiempo libre a mejor estilo de los clowns, otros vegetan y aún respiran en geriátricos públicos o privados. 
Una militante de tantos grupos que dicen trabajar por el bien del país, sugería “eliminar los sueldos de los jubilados, ya que no producen nada” (sic). Expresión máxima de la suprema ignorancia social y de la malicia de sus dirigentes que construyen relatos para fomentar la pobreza como ideología, y la miseria y la mendicidad en una sociedad casi naturalmente solidaria, procurando generar una exclusiva dependencia del Estado como patrón o señor de la vida y de la muerte. 

A pesar de este panorama, hay sociedades, sobre todo en los pueblos del interior o ciudades pequeñas, donde se valora a los ancianos, no se los deja solos, son integrados al núcleo de la familia sin mayores dramas, se los escucha y respeta. 
Es una tarea titánica mantener en alto la experiencia de nuestros mayores y el valor social y espiritual para nuestro tiempo, ya que muchos fueron minados cuidadosamente en su autoestima. Los que comenzamos a transitar en la tercera o cuarta edad debemos cultivar el amor propio, mirar el camino recorrido y sopesar la carga de valores y también los errores, angustias y sufrimientos que vivimos, es un deber valorarse en su justa medida. Envejecer con dignidad, con garbo, con altura. Envejecer bien es un arte. La palabra “arte”, en alemán, significa poder, poder creativo, capaz de conocer, de saber y de entender. Conocer nuestra propia historia, la de nuestro entorno afectivo y emocional, el valor de nuestro cuerpo y la importancia de cuidarlo, apostando a la salud, que también es responsabilidad del Estado. Conocer que la riqueza interior del alma y mantener la actitud positiva en el corazón y en la mente, y que ser positivo frente a la vida, representa el 80% de la salud del cuerpo. Y debemos entender que, a pesar del descrédito social de la vejez, los niños y jóvenes de nuestro entorno observan nuestras actitudes, palabras, gestos y ven atentamente nuestro rostro, que más que tristeza por los años que nos quedan, deberían reflejar la alegría por el tiempo vivido. Envejecer es un arte y quienes somos jóvenes ancianos, debemos comenzar a disfrutar el presente y el futuro con esperanza y creatividad. Vivir el presente, evitando la angustia del pasado que ya fue, y controlar la ansiedad por el futuro que aún no llegó. Debemos construir con dignidad nuestra vida cotidiana, sin quejas ni enojos. Con espíritu de gratitud permanente, y con esa incansable búsqueda de lo placentero en el tiempo presente. El Estado debe velar por el bienestar integral del hombre y la mujer en proceso de jubileo, y cada uno debe custodiar el derecho del otro. Los jóvenes y los niños, los adultos y los jóvenes ancianos debemos trabajar y practicar la ternura como fuerza motivadora para lograr una ancianidad digna, a la que todos nos encaminamos. Así la ancianidad podrá ser vivida y disfrutada como un verdadero derecho que incluya un reconocimiento financiero digno para quien construyó un tramo de la historia de la patria.
 

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