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­Poderoso caballero es Don Dinero!...

La inflación es un problema central y decisivo, pero no requiere milagros sino un riguroso programa que debe apoyarse; eliminación de gastos innecesarios y transferir recursos al desarrollo.
Miércoles, 15 de junio de 2022 01:43

"Madre, yo al oro me humillo/

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"Madre, yo al oro me humillo/

él es mi amante y mi amado/

pues de puro enamorado/

anda continuo amarillo".

Esta es la estrofa inicial de una "letrilla", forma poética humorística empleada en el Siglo de Oro español, y fue escrita por Francisco Quevedo, uno de los más conspicuos y representativos poetas de esa etapa tan importante de la España imperial, haciendo referencia a la especial predilección de los humanos, en general, por el dinero, del cual, como expresa un refrán, unos somos amos (cuando lo disponemos), pero otros esclavos, y en sintonía también de aquel otro refrán que expresa que "un tonto y su dinero no duran mucho tiempo juntos".

Puesto en lenguaje moderno, los humanos tenemos una especial "preferencia por la liquidez", empleando una expresión, esta vez de John Maynard Keynes.

¿Quién controla el dinero?

Hasta los tiempos modernos, el dinero era considerado "exógeno", vale decir que provenía de afuera del sistema económico, por cuanto estaba constituido, en una primera etapa, por metales preciosos (en nuestra Salta, hasta ya entrado el siglo XX, se empleaba la plata boliviana como moneda).

Posteriormente, al crearse el "patrón oro", se empleaban billetes de banco ("bank notes") que guardaban una relación exacta con una determinada cantidad de oro, u oro y plata, en un esquema muy similar al de la "convertibilidad", que rigió en la economía argentina entre 1991 y 2001.

Este sistema rígido ("reliquia bárbara" le llamó Keynes), que también adoptó la Argentina entre fines del Siglo XIX y comienzos del Siglo XX (con altibajos), se mantuvo durante largos períodos en la mayoría de las economías hasta la Primera Guerra Mundial, o "Gran Guerra", de 1914 a 1918, cuando ante la imposibilidad de los gobiernos de conectar los enormes gastos bélicos con las existencias de metales preciosos se vieron obligados a su abandono, completado en 1971, cuando Estados Unidos, la última economía en sostenerlo, debió a su vez desprenderse de este sistema.

Tanto cuando las economías utilizaban directamente los metales preciosos como cuando se los reemplazó por el patrón oro, la cantidad de dinero se controlaba por sí misma, y al emplear todas las economías el mismo mecanismo, el oro y la plata servían tanto internamente como en las transacciones internacionales, siendo la "variable de ajuste" ante desequilibrios en las cuentas externas, los precios de los productos que se transaban, toda vez que estos eran similares en todas las economías, y ante un déficit en la balanza de pagos los metales preciosos que salían de la economía doméstica para saldar ese resultado, al dejar menos metálico internamente y existir también competencia interna e internacional, obligaban a los precios a disminuir, lo que posibilitaba exportar entonces hacia las otras economías, presentándose el fenómeno inverso cuando se generaba superávit externo.

¿Y ahora quién podrá ayudarnos?...

El abandono del patrón oro llevó a que las propias economías conformaran su oferta monetaria, de la mano de sus gobiernos primero, y de los bancos centrales luego, o cuando estos ya estaban presentes en las economías, con lo cual el dinero dejó de ser "externo" y pasó a ser "interno".

Con el cambio de dinero externo a interno se solucionó el problema que se creaba ante la existencia de desequilibrios en la balanza de pagos (particularmente los déficits), dándose origen a los "tipos de cambio", que expresaban cuánto cotizaba una moneda respecto a las demás, y al mismo tiempo flexibilizó la capacidad de los gobiernos parta incrementar sus gastos. Desafortunadamente la capacidad de gastar es infinitamente mayor que la de generar ingresos, y esta "facilidad" de los gobiernos dio lugar, en las economías más irresponsables (¿conoce alguna el amable lector?) a gastar desenfrenadamente de la mano de "la maquinita", lo que provocó la conocida "inflación de demanda", de la que se hablara ya en notas anteriores, inflación que se potenciaba cuando las economías se aislaban de la competencia externa, permitiendo a muchas empresas elevar sus precios, al igual que a los sindicatos incrementar sus salarios por encima de la productividad de los trabajadores (se deja también al lector adivinar qué economía conocida se alínea con este escenario).

­Llegan los cruzados!...

Esta situación de desenfreno e irresponsabilidad en el manejo de la oferta monetaria llevó a una reacción de algunos economistas (que en esta columna se han bautizado como "ortodoxos"), reacción que se reparte entre la propuesta extrema de "incendiar el Banco Central", hasta las sugerencias más razonables de poner al frente de los bancos centrales a economistas profesionales e independientes de posiciones políticas; algo así como ponerle cascabeles al gato, con el consecuente problema de establecer quién se los coloca.

¿Hay soluciones intermedias?

En nuestra Argentina se intentó una solución, ¿intermedia tal vez?, consistente en el famoso "1 a 1", la que, con un meritorio período de 11 años de permanencia, voló también por los aires en 2002, como todos los programas antiinflacionarios que se intentaron previamente.

Esta vez fue de la mano de un economista muy respetado, pese a haber sido el responsable de la devaluación de la moneda, establecido la “pesificación asimétrica” y confiscado los depósitos de los particulares en dólares, con el resultado de una desocupación superior al 15% y una caída del PBI del 10%, entre otros “logros”.

Pese a todo, tal vez no sea necesario incendiar el Banco Central, planteando en cambio un riguroso programa antiinflacionario, del cual se propusieron algunas ideas también en artículos anteriores, programa que debe apoyarse, entre otras medidas, en un congelamiento del gasto en términos reales, eliminando los innecesarios y transfiriendo esos recursos a gastos de desarrollo, o bien a reducciones de impuestos. Al mismo tiempo, se debe quitar al Ejecutivo la potestad de modificaciones unilaterales del presupuesto, exigiendo que toda alteración pase por el Congreso. 

Se debe también intervenir provisoriamente el Banco Central, reforma de su Carta Orgánica mediante, estableciendo un directorio técnicamente inobjetable. Por supuesto, debe también abrirse la economía a la competencia internacional.

Inversión, producción y emisión 

La idea de que la expansión de la oferta monetaria es inflacionaria se justifica cuando “más” dinero se aplica a comprar “los mismos” bienes. Sin embargo, si la oferta monetaria acompaña la inversión que expande la producción, esa mayor oferta no tiene por qué ser inflacionaria, ya que el dinero se necesita para adquirir bienes, y si estos aumentan la oferta monetaria debe acompañar esta expansión. 

En definitiva, el dinero siempre se necesita, y en ausencia de un patrón oro o un banco central que lo controle, sin duda ese lugar lo tomaría el sistema bancario, con la enorme complicación de que una corporación controle nada menos que el “lubricante” principal de la economía, privándola por lo tanto del más importante instrumento de manejo interno. 
¡Poderoso caballero es Don Dinero! 

Pero ese poder debe quedar en manos de la propia sociedad bajo un manejo responsable de las autoridades monetarias, evitando que pase a manos del sistema bancario.

 

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