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La herida abierta

Martes, 07 de junio de 2022 00:00

Aún hoy, después de 201 años de su muerte, la figura de Martín Miguel de Gemes recibe el agravio de algunos personeros del nihilismo, cuya noción de patria aparece difusa. Y utilizan la calumnia ancestral, como método para socavar su legado histórico.

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Aún hoy, después de 201 años de su muerte, la figura de Martín Miguel de Gemes recibe el agravio de algunos personeros del nihilismo, cuya noción de patria aparece difusa. Y utilizan la calumnia ancestral, como método para socavar su legado histórico.

Pero Güemes vive en la memoria de su pueblo.

Su asesinato fue el resultado de una oscura trama urdida con premeditación. Antes, fracasaron otros dos intentos. Uno de Vicente Panana y otro de Bonifacio Huergo. Ambos contratados por el sector de la Patria Nueva, cuyo odio al caudillo no conocía de pausa ni medida.

El 7 de junio de 1821 no fue solo el día en que Güemes fue herido, sino el punto culminante de una nefasta conspiración entre el entonces presidente de la denominada República del Tucumán, Bernabé Aráoz, la Patria Nueva desde Salta y el brigadier Pedro Antonio Olañeta, jefe de las avanzadas realistas sobe la Quebrada de Humahuaca.

Olañeta es quien envió al "Barbarucho" José María Valdez, un oficial español tosco y pérfido a ejecutar lo más abyecto de la traición. Es que días antes, a instancias de su madre, Güemes le había perdonado la vida y había liberado a Mariano Benítez, quien raudamente partió al encuentro de Olañeta para señalar el camino del Despoblado, la ruta infame por donde debían entrar los españoles a Salta sin ser vistos por las partidas gauchas.

La muerte de Gemes se había decidido al menos dos años antes. Desde la denominada "Revolución del Comercio" hasta su destitución como gobernador mientras se encontraba en la llamada Guerra del Tucumán, se fueron jalonando varios episodios que condujeron al holocausto personal del héroe gaucho. Hubo fluida correspondencia entre Aráoz, personajes de la Patria Nueva y Olañeta, a los que se le sumó Manuel Eduardo Arias, antaño leal a Gemes, pero ahora devenido en uno de sus principales enemigos. Todos cegados por un odio visceral.

Muchas veces la historiografía se preguntó por qué el final de Gemes se asemejaba a una tragedia griega, como en cierta forma lo fue. Lo cierto es que su proyección personal había alcanzado el ábside y, paralelamente, el resentimiento y aborrecimiento de sus enemigos había llegado a niveles incomprensibles de irracionalidad. La muerte de Gemes era vista como la única opción para terminar con su liderazgo político y militar. Se arguyó que las requisiciones que le hizo al sector del comercio, la circulación de una moneda en auxilio de proveer circulante ante su escasez, llevó a sus enemigos a tildarlo como falsario. Sumado a esto, la firmeza de sus convicciones y su posición inclaudicable ante la prosecución de la lucha, hizo que estos sectores se coaligaran para eliminarlo, pese al amor devocional de su pueblo en armas, que lo consideraba el "Padre de los Pobres". Era como si la Patria Nueva y sus epígonos, literalmente, se hubiesen cansado de la Guerra Gaucha y su jefe.

A partir de 1819, en forma impiadosa, todos aquellos que lo apuntaban como hostil urdieron una conjura siniestra que se fue desarrollando en diferentes facetas.

Esto explica por qué tantos años después de muerto su imagen fue objeto de vilipendio y escarnio. Ello explica también que los falsarios y simplificadores de la historia hayan trastornado a Güemes en una suerte de ícono, olvidando en realidad quién fue y qué hizo. Integrantes de la Patria Nueva, como Dámaso Uriburu, quien escribió unas “Memorias” donde repudia a Güemes; Facundo de Zuviría, que años más tarde se arrepentiría sinceramente; Marcos Salomé Zorrilla, quien colaboró en forma sibilina con los españoles que invadieron Salta; Saturnino Saravia, el mismo que aceptó sustituir a Güemes como gobernador en ausencia, entre otros, eran las mentes conspirativas que en presencia del héroe gaucho no se animaban a alzar la voz, pero a sus espaldas no escatimaron recursos ni esfuerzos para urdir cuanta maniobra se les ocurriese con tal de tumbarlo y terminar con su vida. Increíblemente, el gobernador intendente de Salta mutó de conductor de voluntades a ser un objetivo a destruir tanto por sus opositores locales como por la vanguardia española, más su adversario tucumano. Una suerte de tormenta perfecta, que le depararía a Salta muchos años de sangrientos enfrentamientos, pérdida de territorios y una preocupante inestabilidad; esta fue aprovechada por jefes políticos de provincias vecinas, como Alejandro Heredia desde Tucumán o José María Fascio desde Jujuy.

Fue tal el rechazo de sus enemigos hacia Martín Güemes que hasta echaron a rodar el rumor de que su propia hermana, aludiendo a Macacha, lo había entregado. Cuando en realidad, aún con la ciudad sitiada por quinta vez consecutiva, el líder gaucho temía que Magdalena Güemes fuese capturada por los realistas con el fin de hacerlo claudicar y deponer armas. Igual suerte podían correr Carmen Puch y sus pequeños hijos Martín del Milagro y Luis, pues Ignacio, que era el menor, murió antes de cumplir un año. Intemperies y soledades fueron los compañeros de Carmen, custodiada por su tío Francisco Velarde, los que venciendo inclemencias y soportando persecuciones debieron guarecerse en medio del monte en más de una oportunidad para no caer prisioneros de los españoles sitiadores.

 Dos siglos después de aquel fatídico disparo que le deparó diez días de agonía, más la congoja insuperable de todo un pueblo que lo veneraba, aún hay quienes ofenden la memoria del general Martín Miguel de Güemes en su paso a la inmortalidad, aduciendo causas abominables que nada tienen que ver con la verdad histórica ni con esa gesta incomparable que permitió sostener la Revolución de Mayo y la Independencia argentina. Solamente la educación y la formación desde los primeros grados de la escuela serán los instrumentos útiles para que la epopeya de todo un pueblo, liderado por un formidable director de voluntades, ocupe dentro del escenario nacional el respeto y el valor que merecen. Solo ellas podrán revertir definitivamente el escarnio. La educación y la instrucción, a las cuales se ocupó de diferenciar Juan Bautista Alberdi en sus Bases, son vehículos indispensables tanto para la formación ciudadana como para la construcción de nuestra verdadera historia. Hasta tanto ello no ocurra habrá una herida abierta que, como hierro incandescente, lastimará la memoria histórica de un patriota ejemplar a quienes argentinas y argentinos le debemos nuestra identidad nacional.
 

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