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Lecciones de Sri Lanka y de Grecia

Domingo, 31 de julio de 2022 02:30

En Sri Lanka, el hoy expresidente Gotabaya Rajapaksa prohibió, en abril de 2021, la importación y el uso de fertilizantes no orgánicos y de agroquímicos, esgrimiendo que el gobierno debía "garantizar el derecho del pueblo a una dieta no tóxica". La singular medida, una de las piedras angulares del también singular programa de gobierno "Visión de la prosperidad", ayudó a arrastrar a la pequeña isla al sureste de la India a la quiebra. Declamando hacerlo por el bienestar de su pueblo y por la necesidad de establecer un esquema de agricultura sustentable, Rajapaksa anunció el objetivo de convertir a Sri Lanka en el primer país del mundo libre de fertilizantes sintéticos y de pesticidas.

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En Sri Lanka, el hoy expresidente Gotabaya Rajapaksa prohibió, en abril de 2021, la importación y el uso de fertilizantes no orgánicos y de agroquímicos, esgrimiendo que el gobierno debía "garantizar el derecho del pueblo a una dieta no tóxica". La singular medida, una de las piedras angulares del también singular programa de gobierno "Visión de la prosperidad", ayudó a arrastrar a la pequeña isla al sureste de la India a la quiebra. Declamando hacerlo por el bienestar de su pueblo y por la necesidad de establecer un esquema de agricultura sustentable, Rajapaksa anunció el objetivo de convertir a Sri Lanka en el primer país del mundo libre de fertilizantes sintéticos y de pesticidas.

Siete meses después de haber implementado la medida, el gobierno se vio obligado a revertirla, pero las consecuencias ya eran irreversibles. Por ejemplo, la campaña de arroz había caído de casi 5 toneladas al año a menos de cuatro, y los productores rurales chicos -en general de menos de una hectárea cada uno-, registraron caídas en sus rendimientos de hasta un 60%. Sri Lanka tiene un clima tropical y eso hace que el país esté plagado de insectos. Al no poder acceder a los fertilizantes crecen menos plantas, y las que crecen lo hacen raleadas. Si además no se cuenta con insecticidas para controlar a la población de insectos, dado que el arroz es almidón puro y atrae a los insectos, lo que sigue es una catástrofe sin igual. La abrupta inmersión del país en esta nueva agricultura ecológica -sin ningún plan ni red de contención-, trajo resultados estrepitosos.

El desabastecimiento asoló al país y la falta de alimentos básicos enardeció a la población, desembocando en los eventos que fueron transmitidos por todos los medios televisivos del mundo, cuando la multitud irrumpió en la sede gubernamental e incendió las viviendas de los veinticinco más altos funcionarios y dirigentes del gobierno.

Es fácil ver los desastres que se pueden ocasionar a un país cuando las decisiones se basan en el voluntarismo y no en el conocimiento científico ni en el sentido común. También cuando las cosas se deciden y se implementan sin un plan. Al igual que en Sri Lanka con la agricultura, me pregunto cuánto de voluntarismo se viene aplicando, de manera sistemática en las medidas económicas que Argentina implementa desde hace décadas y que parecen orientadas a seguir desafiando a la ley de la gravedad.

El espejo de Grecia

Otro ejemplo paradigmático de lo perjudicial que puede ser para un país no tener un plan es el caso Grecia doce años atrás. La crisis griega comienza con el shock externo provocado en Europa a raíz de la crisis de las hipotecas subprime de los Estados Unidos del año 2008. En el año 2009, con la entrada en el gobierno de George Papandreu, se descubre que Grecia había falseado su contabilidad y que la situación económica era mucho más grave de lo que se conocía e imaginaba.

Extraño paralelismo, hoy se está diciendo que Martín Guzmán también habría falseado nuestra contabilidad nacional frente al FMI. En otro inquietante paralelismo, Bernardo Grinspun había hecho lo mismo durante el primer tramo del gobierno de Ricardo Alfonsín; todos recordamos el sufrimiento que acarreó el fin de esa historia un par de años después.

El efecto de las cuentas estatales falseadas fue inmediato para Grecia: cayó su calificación soberana y el tipo de interés de su deuda pública subió a niveles impagables; además de colocarlo en una situación de no poder financiarse en los mercados internacionales. Luego de varios programas de austeridad, ajustes y enormes rescates sucesivos, Grecia dejó de pagar su deuda tanto con el banco central de la Unión Europea, con el Banco Mundial y una importante cantidad de bancos privados.

Por supuesto, se le impuso la condición de un mayor ajuste fiscal buscando reducir su déficit; receta clásica ante situaciones de este tipo. En ese momento el Banco Central de la Unión Europea se exponía -en caso de mostrarse flexible con Grecia-, a que el resto de los países pertenecientes a los PIIGS (Portugal, Irlanda, Islandia, Grecia y España) demandara el mismo grado de ductilidad. Con la crisis de la zona euro ya mencionada se comenzaba a hablar del Grexit -salida de Grecia de la Unión Europea-, del Spexit (la salida de España de la misma Unión); y, por supuesto, del Brexit (la salida de Gran Bretaña).

Es preciso recordar que estos países -excepto Gran Bretaña-, habían resignado su soberanía monetaria y habían adherido a una moneda común: el euro. Lo mismo que los evangelizadores de la dolarización proponen hacer hoy en Argentina para solucionar el problema de la inflación. Ya expuse mi opinión al respecto en "Desafiando la ley de gravedad"; no quiero ser redundante, pero, así como dolarizar no resolvería ninguno de los graves problemas estructurales de Argentina; nos expondría, además, a una nueva serie de problemas producto de este renunciamiento voluntario a la soberanía monetaria. Sirvan como ejemplo todos estos países de la zona euro, que arrastraban problemas estructurales graves y que, ante un shock externo, enfrentaron la imposibilidad de seguir endeudándose y de emitir su propia moneda. Cuando duele la cabeza se suele tomar una aspirina; no es aconsejable cortarse la cabeza.

 

En un contexto social y político casi de estallido; en enero de ese año ganó las elecciones Syriza, un partido político que abogaba por romper con el programa de austeridad, obviar la supervisión de los organismos europeos -La Troika- y arrancar desde cero, bien dentro o fuera del euro. Carente de todo acuerdo político y de todo plan económico; desconoce el resultado del referéndum popular al que ellos mismos convocan y profundiza el ajuste para evitar verse eyectados de la zona euro. Parecen haberse guiado por las mordaces palabras de Bertolt Brecht: “¿No sería más simple, para el gobierno, disolver el pueblo, y elegir otro?”. El estallido social fue noticia por meses.

 
 Contexto mundial turbulento

 Todos leemos las noticias sobre el aumento de la inflación en los países desarrollados del mundo -por supuesto ni de cerca los guarismos argentinos-, así como la amenaza creciente de una recesión mundial.
En todo el mundo suenan campanas de alarma, desde Laos hasta Pakistán, y del Líbano a la Argentina. El Banco Mundial revisó las previsiones anuales y calcula que el ingreso per cápita en las naciones en desarrollo será un 5% inferior al de antes de la pandemia. Una caída demasiado importante como para soslayarla.
“Una ola de crisis económicas, protestas sociales, problemas de gobernabilidad y fragilidad política se expande por todo el mundo: de Sri Lanka a Panamá, de China a Sudáfrica, de Ecuador al Reino Unido y de Italia a Haití, prácticamente no queda país que logre desacoplarse del terrible efecto combinado que producen las múltiples consecuencias de la pandemia de COVID-19 y la disrupción en los precios y el abastecimiento de energía y alimentos disparada por la invasión de Rusia a Ucrania. Naturalmente, aquellos que venían arrastrando problemas estructurales internos y cuentan con un liderazgo aún peor que la modesta media global atraviesan circunstancias aún más dramáticas. En esa lamentable lista se destaca la Argentina”; describió Sergio Berensztein en La Nación.
Un reporte de la Reserva Federal de Dallas advierte que el presente ciclo alcista de las tasas de interés podría tener un impacto mayor al iniciado en 1994 que desencadenó el “efecto Tequila” y provocó un terremoto financiero en México, el que rápidamente se trasladó a Argentina y a gran parte de los mercados emergentes. El mismo reporte advierte que los bancos centrales de Turquía y Argentina no tienen recursos necesarios para afrontar los vencimientos de corto plazo.
Ante las inminentes perspectivas de un nuevo shock externo global, una enorme cantidad de países endeudados, con debilidades estructurales profundas, se enfrentan a algo así como una “tormenta perfecta”. Argentina, entre ellos. Es correcto lo dicho por el señor presidente de la Nación cuando afirmó que “cuando alguien estornuda en Moscú, un argentino se resfría”; pero esto es debido a nuestros profundos desequilibrios estructurales y no por ninguna otra razón ajena a nosotros, como se nos quiere hacer creer. Y nada es cierto cuando dice “estamos innovando en nuevas herramientas para poder salir del brete en el que el mundo nos ha metido”. No innovamos hace por lo menos ochenta años; mucho menos en materia económica; no tenemos ninguna nueva herramienta, y el mundo no nos ha metido en ningún brete. Lo hemos hecho nosotros solos, con mucha dosis de ceguera y otra gran parte de necedad.

“Argentina, un país”

 Estamos viviendo días donde el único plan es emitir dinero sin ningún respaldo y seguir vendiendo reservas que no tenemos para sostener el precio de un bien que, según los propios funcionarios, es marginal, ilegal e irrelevante. En apenas los primeros quince días de gestión de la flamante nueva ministra se emitieron 200.000 millones de pesos y la brecha cambiaria entre el dólar oficial y el financiero se amplió a más del 150%. El riesgo país llegó a los 3.000 puntos básicos y los bonos argentinos valen como bonos basura; peor que en épocas de default; lo que parece confirmar las predicciones de la Reserva Federal de Dallas.
Estamos viviendo días donde se necesitan más de 104.500 pesos por mes para no caer por debajo de la línea de pobreza; pero donde el salario individual del decil más rico de la población arranca en 130.000 pesos. O sea que, con un ingreso individual de 130.000 pesos se es parte del 10% más rico de la población. Es inexplicable, pero con el salario que paga un trabajo digno no alcanza para vivir, pero una familia que logra juntar varios planes sociales puede hacer que sea más conveniente no trabajar.
Me pregunto si no nos estamos pareciendo de manera peligrosa a Sri Lanka, pretendiendo imponer un imposible en el plano económico; o a Grecia doce años atrás; a punto de agotar sus alternativas por no tener un plan ni recurso alguno para hacer frente a la crisis que ellos mismos habían creado. Como dice el eslogan oficial: “Argentina, un país”. 

 

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