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Exestudiante del colegio Salesiano de Salta dedica su vida a ayudar a refugiados en Africa

Máximo Herrera trabaja desde hace 26 años en ese continente y desde hace dos en Palabek, Uganda, donde miles de sudaneses buscan protegerse de las masacres.
Domingo, 31 de julio de 2022 08:34

La inestabilidad de muchos países africanos y las nefastas consecuencias sobre las poblaciones civiles es conocida a grosso modo por todos, pero poco se sabe del día a día de su gente. Entre otras cosas, porque la mirada de Occidente solo suele hacer paneos esporádicos.

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La inestabilidad de muchos países africanos y las nefastas consecuencias sobre las poblaciones civiles es conocida a grosso modo por todos, pero poco se sabe del día a día de su gente. Entre otras cosas, porque la mirada de Occidente solo suele hacer paneos esporádicos.

Para tener una idea aproximada de lo que allí sucede, solo basta señalar que los 28 campos de refugiados que existen actualmente en Uganda albergan a cerca de 1.600.000 personas procedentes de Etiopía, Somalía, El Congo, Ruanda, Burundi, Sudán del Sur, entre otros países de la región. 

Precisamente, en uno de estos campamentos trabaja desde hace dos años el hermano Máximo Herrera (55), un religioso exalumno del colegio Salesiano de Salta, quien dedica su vida a capacitar a miles de jóvenes africanos para que aprendan un oficio que les permita subsistir. 

Máximo se encuentra en Africa desde 1994 y desde hace un par de años trabaja en Palabek, un campo ubicado al noroeste de Uganda en el que viven más de 65.000 personas que huyeron o fueron expulsadas de Sudán del Sur. Su país, el más joven del mundo, sufrió una sangrienta guerra civil a la que le sobrevinieron interminables enfrentamientos tribales por la tierra.

Sudán del Norte es ganadero y la joven Sudán del Sur, que tiene solo 11 años de vida, cuenta con territorio para dar de comer a las vacas. Entonces la gente molesta y es cruelmente expulsada. Sí, así de insólito. Son tribus dominantes, guerreras”, explicó el religioso, en diálogo con El Tribuno.

 

  Máximo Herrera, durante su visita a Salta

 

“Palabek significa ‘tierra de esperanza’. Pese a las duras condiciones en las que se vive en el campo, muchos consideran que es mucho mejor que permanecer en sus propios países. Hacemos lo que podemos. La ONU entrega a cada refugiado 6 kg de maíz, 4 kg de poroto, medio litro de aceite y una latita de sal. Con eso deben darse vuelta todo el mes”, relató Máximo. 

 


En la zona existen serios problemas de acceso al agua, escasea la tierra fértil y si no llueve no crece el maíz y por ende no comen, tan sencillo y tan duro como eso. 
La mayoría de los refugiados, casi un 80% son mujeres y niños que escaparon de las masacres y de las violaciones, y cruzaron solos la frontera con Uganda. Son miles los testimonios de chicos de tan solo 7 o más años que contaron que se vieron obligados a correr sin parar por días, por semanas para salvar sus vidas y que vieron morir a sus familias a manos de los soldados.

En Uganda buscan encontrar un poco de paz, de abrigo y de comida, pero sobre todas las cosas: la esperanza de una vida mejor.

“Existen muchas organizaciones que brindan su apoyo, pero esto no alcanza. Solo los salesianos de Don Bosco estamos autorizados a permanecer y vivir dentro de Palabek. Nosotros nos ocupamos de la formación en oficios, del tiempo libre, las expresiones artísticas y lúdicas, porque otra de las aflicciones en el campo es no saber qué hacer con el tiempo, ya que la permanecen en calidad de refugiados y el pueblo más cercano está a unos 200 km”, contó el religioso.

Cada ONG tiene su labor particular, algunas se encargan del agua, otras de los niños, salud, entre otras tareas.


 

Ganas de aprender y salir adelante

En un contexto tan complejo y luego de experiencias profundamente traumáticas, sobreviven en cada niño o joven de Palabek las ganas de aprender.

 

“Todos quieren estudiar. El primer día que abrimos las inscripciones para un curso vinieron más de 1.000 jóvenes y sólo teníamos cupo para 300. Les brindamos talleres de mecánica de motos, costura, energía solar, peluquería, agricultura,  para que el día que puedan ir a la ciudad o que regresen a sus tierras tengan con qué ganarse el pan”, destalló Máximo. Luego agregó: “Mi trabajo especifico es la herrería, la carpintería y la electricidad. De hecho vuelvo a Angola para abrir un centro de enseñanza”.

 

El salesiano contó sobre las difíciles condiciones dentro del campo de refugiados, donde indicó que la alimentación es muy básica. “Solo comen maíz y porotos, no hay variedad. Tampoco hay pescado, el río más cercano es el Nilo y está a más de 100 km. Los chicos almuerzan en la escuela y se llevan parte de su ración para comer a la noche. La vida es muy dura”, puntualizó. 

 


En cuanto al aprendizaje, señaló que los jóvenes son muy prácticos y tanto chicas como chicos toman cursos de albañilería y ellas, la mayoría de las veces, tienen un mejor desempeño. No hay diferencia entre mujeres y hombres a la hora de capacitarse ni de trabajar. Las chicas manejan los tractores y se encargan de muchas tareas que hacen a la supervivencia en Palabek.

 

“Es asombrosa la capacidad de adaptación de los niños y jóvenes. Con muy pocas cosas lograron y logran sobrevivir. Se abrazan al vida de una manera esperanzadora. Es impresionante el deseo de salir adelante”, manifestó el religioso, quien no visitaba la Argentina desde hace nueve años y que ahora, de regreso al Africa no sabe si algún día volverá.

 

En Palabek, donde el ex estudiante del Angel Zerda realiza su tarea con una profunda vocación de servicio, la gente busca una salida y sabe íntimamente que la vida debe continuar...

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