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Ni aun extinguiéndonos dejamos de ser superfluos

Jueves, 07 de julio de 2022 02:46

En 1856, Iván Serguéievich Turguéniev publicó de manera completa y libre de toda censura su novela "Diario de un hombre superfluo". En realidad la había publicado antes, en 1850, pero solo en forma parcial debido a la implacable censura zarista. Turguéniev fue un referente literario ruso notable al punto que, junto con Tolstói y Dostoievski son considerados parte del llamado Siglo de Oro de la literatura rusa.

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En 1856, Iván Serguéievich Turguéniev publicó de manera completa y libre de toda censura su novela "Diario de un hombre superfluo". En realidad la había publicado antes, en 1850, pero solo en forma parcial debido a la implacable censura zarista. Turguéniev fue un referente literario ruso notable al punto que, junto con Tolstói y Dostoievski son considerados parte del llamado Siglo de Oro de la literatura rusa.

Turguéniev, por ejemplo, fue quien acuñó la palabra "nihilismo", la misma que luego sería usada y explotada por Friedrich Nietzsche. Para Turguéniev un nihilista es aquel que no reconoce ni superiores ni dogmas; que no reconoce ningún tipo de autoridad ni de poder, y que no está dispuesto a creer en nada que no le venga inspirado por su propia razón. En parte parecida a la acepción que usaría años más tarde el filósofo alemán, aunque no igual.

Y, si bien no acuñó la palabra "superfluo" -lo hizo Pushkin, su prócer literario; dos décadas antes-, sería Turguéniev, con su "Diario de un hombre superfluo", quien le daría a esta palabra un sentido cabal y profundo. Con esta obra iniciaría, además, un movimiento literario ruso poblado de "personajes superfluos"; desde el Pechorin de Lérmontov hasta el famoso Oblómov de Goncharov. Todos personajes cultos, ilustrados, progresistas y amantes de todo "lo bello y lo sublime". Gente amante de la estética en todas sus formas.

Antihéroes que son la perfecta personificación de la indolencia y de la inactividad; voyeurs de los acontecimientos y para los que la pasividad es su único motor.

A la vez, y esto es lo más importante, todos seres incapaces de hacer algo por encima de la contemplación; incapaces por completo de llevar adelante el más mínimo cambio personal o social -ni hablar de una revolución- e incapaces, por eso mismo, de realizarse y de afirmarse como personas. Lejos de los personajes heroicos del romanticismo europeo, estos "personajes superfluos" rusos navegan -indolentes- por un mar de intrascendencia.

El movimiento destila personajes calmos, "tibios", carentes de búsquedas últimas, de preguntas extremas o de actitudes desesperadas. Claro. Hay que adecuarlos al contexto: la inactividad, hacer nada, era la única manera de no acabar deportados en Siberia o de terminar siendo víctimas de la enfurecida maquinaria estatal.

Sin embargo, aún en esa aparente "nada", en sus obras y en su sociedad había profundos contenidos políticos que esquivaban a los sensores. Es que la máquina de censurar siempre acaba siendo burlada por su ignorancia y por la forma tan torpe que tiene de pensar. A veces es más importante y fuerte lo que se omite pero que de todas maneras queda expresado, que aquello que se dice con efervescencia. Pero es por todos sabido que los sensores solo son capaces de detectar la efusividad. No el grito callado; mucho menos el silencioso; menos todavía el inteligente.

Me pregunto qué nos pasa a nosotros que nos hemos convertido en una sociedad tan superflua; aun cuando no corremos el riesgo ni de ser deportados a Siberia ni de ser aplastados por la maquinaria estatal. Nos hemos vuelto superfluos, pero sin abrazar tampoco la cultura o el amor por la estética como los superfluos de Turguéniev.

Solo superfluos por la inactividad; por la pasividad; por el voyeurismo y la intrascendencia. Al contrario de estos antihéroes rusos superfluos y de aquellos héroes románticos europeos; a nosotros nos caracterizan los personajes inexplicables e innecesarios. Peor; ignorantes, demandantes, autoritarios y ontológicamente idiotas.

Nos hemos convertido en una sociedad superflua -aunque ignorante y antiesteta- que además abraza la amoralidad. Que la naturaliza y que la fomenta. Una sociedad llena de personajes que solo ocupan espacio y que consumen -ellos solos- todo el bien común que pueden.

"Extinguiéndome, dejo de ser superfluo....", se plantea Chulkaturin, el hombre superfluo de Turguéniev. Nosotros nos estamos extinguiendo como sociedad, pero ni aun así podemos dejar de ser superfluos como individuos. A diferencia de Chulkaturin, que al extinguirse se libera de ser superfluo, nuestros individuos superfluos perduran. Triunfan. Se imponen sin piedad.

Ni aun extinguiéndonos dejamos de ser superfluos. Necesitamos un Turguéniev que nos retrate sin piedad y sin candor, y que acuñe una nueva palabra que nos plasme. Que nos describa. "Ni aun extinguiéndonos, dejamos de ser superfluos..."

 

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