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La Independencia: una construcción inconclusa

Sabado, 09 de julio de 2022 01:54

El 9 de julio de 1816, hace doscientos seis años, el Congreso reunido en la ciudad de Tucumán proclamaba la Independencia de las Provincias Unidas de la América del Sur.

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El 9 de julio de 1816, hace doscientos seis años, el Congreso reunido en la ciudad de Tucumán proclamaba la Independencia de las Provincias Unidas de la América del Sur.

El 25 de mayo de 1810 y el 9 de julio de 1816 fueron los cimientos de un proceso en que se aglutinan los elementos constitutivos que forman la República Argentina.

Las postrimerías del siglo XVIII alumbran una dinámica transformación que tiene por escenario un mundo transatlántico.

Signan este período la revolución en América del Norte y la Revolución Francesa, arropadas en la potente eclosión de ideas de cambio, dispuestas a arremeter contra la estructura de estamentos y privilegios del Antiguo Régimen.

Los albores del siglo XIX trajeron aparejados la hegemónica presencia bonapartista en el Viejo Continente, reconfigurando sus espacios y las fuerzas de mando.

España no fue ajena a esta vertiginosa mutación. Los acontecimientos europeos precipitaron una catarata de revoluciones en Hispanoamérica y su correlato de un impredecible escenario bélico.

Así, los vientos huracanados que tuvieron por epicentro los campos europeos continúan su derrotero en suelo americano e hicieron sentir su fuerte impacto.

El panorama que se inauguró en 1810 abrió un estado deliberativo del que participaron militares, clérigos, juristas y personajes de la civilidad defensores de la Patria.

Un sentimiento común

Natalio Botana expresa que la "Independencia no fue un acto aislado, estaba en la atmósfera, en la bandera, escudo y marcha patriótica".

También en los primeros institutos jurídicos: los proyectos de la Asamblea de 1813 y el Estatuto Provisional de 1815.

Las diversas jurisdicciones que integraban el otrora Virreinato del Río de la Plata fueron manifestando su adhesión bajo algunos liderazgos: José Gervasio de Artigas, cuya influencia abarcaba la Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ríos y las Misiones, y se prolongaba hasta Córdoba. La región de Cuyo se hizo eco de la pasión independentista de San Martín. En el norte, sucesivamente Manuel Belgrano y Martín Miguel de Gemes sostuvieron con la espada una férrea defensa de los ideales emancipadores. Todo un continente ávido de cambios.

Las amenazas

Los tiempos que preceden a la convocatoria del Congreso informan un panorama complejo, que trae aparejado la demora en la concreción de la declaración de la Independencia.

El panorama europeo hacía desalentar cualquier intento de emancipación: la reunión del Congreso de Viena significaba la restauración del absolutismo, y la aplicación del principio del legitimismo dinástico que confluyó en el envío de escuadras y ejércitos con ánimo de abortar la intentona americana de independencia. En consonancia con esta política, España amenazaba con una expedición militar, en tanto en la corte de Río de Janeiro se planteaba invadir la Banda Oriental.

En el continente americano la revolución era sojuzgada en Méjico y América Central. Venezuela combatía contra las fuerzas del general Morillo, Chile había caído ante Osorio y Quito ante Aymerich, en tanto Nueva Granada se sometía a la acción del Virrey Sámano. En el Perú, el Virrey Abascal se aprestaba a invadir las Provincias Unidas del Río de la Plata.

En Buenos Aires la controversia partidaria ocasiona el cese de Alvear y el remplazo por Álvarez Thomas y luego Antonio González Balcarce. Artigas oponía resistencia en el Litoral.

En Salta la asunción de Gemes a la gobernación intendencia trajo como correlato un extenso conflicto político con el Cabildo de Jujuy.

Acordada la paz entre las dos jurisdicciones, siguió otro litigio con José Rondeau, el que concluyó con la firma del Pacto de los Cerrillos. Los pueblos altoperuanos quedaron librados a su suerte luego de la derrota del Ejército del Alto Perú en Sipe Sipe.

En ese contexto de conflictos internos y externos, en un panorama sombrío y poco alentador para las aspiraciones independistas, es que Álvarez Thomas alienta la idea de instar a las provincias a elegir sus representantes para la conformación del Congreso a reunirse en la ciudad de Tucumán, requerimiento al que inmediatamente adhirieron Buenos Aires, Tucumán y Cuyo. Posteriormente respondería Salta. Las provincias del Litoral, bajo el protectorado de Artigas, rechazaron la invitación.

Una jornada de gloria

A pesar de las amenazas internacionales y las internas, finalmente el Congreso se instaló en el mes de marzo de 1816 y comenzaron sus deliberaciones. Un 9 de julio de 1816, en el histórico solar perteneciente a doña Francisca Bazán de Laguna, se resolvió tratar y deliberar sobre la libertad e independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Las páginas de "El Redactor" reseñan el acto: "Los señores Representantes contraídos en este acto a su examen, y conferidos entre todos de los irrefragables títulos que acreditan los derechos de los pueblos del Sud, y determinados a no privarles un momento más del goce de ellos, presente un numeroso pueblo convocado por la novedad e importancia del asunto, ordenaron al secretario presentase la proposición para el voto; y al acabar de pronunciarla, puestos de pie, los señores diputados en sala plena aclamaron la independencia de las Provincias Unidas de la América del Sud de la dominación de los Reyes de España y de su metrópoli, resonando en la barra la voz del aplauso universal con repetidos vivas y felicitaciones al Soberano Congreso".

Electo

Efectuada la votación para dar legalidad al acto se recogieron los sufragios de los señores diputados, resultando unanimidad de criterio. Francisco Narciso de Laprida, abogado diputado por San Juan, presidió la magna asamblea entre el 1 de julio y el 1 de agosto de 1816 y su participación fue clave para incluir en el orden del día 9 la cuestión de la independencia. Laprida ordenó se extendiese acta por separado en la que se insertan las memorables palabras: "... protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados e investirse del alto carácter de nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli".

De esta manera, con la declaración de la Independencia quedaba consolidada la obra de la Revolución de Mayo. Restaba encarar el problema constitucional: adoptar una forma definitiva de gobierno y dar una ley fundamental a la Nación.

¿Monarquía o república?

El tema central en el debate posterior a la declaración de la Independencia fue la forma de gobierno a regir en la novel nación. La propuesta giró en torno a dos sistemas: monarquía o república, que suponen reglas contrapuestas en cuanto al origen y ejercicio de la autoridad: la primera descansa en la herencia y en los privilegios de estamentos, la segunda se basaba en la elección de un pueblo.

De estas propuestas, los congresales optaron por la república, sistema que hundía sus raíces en la antigedad romana. Un régimen basado en la deliberación y la representación ascendente de un pueblo constituido por ciudadanos en ejercicio de la libertad política. La república representaba una oportunidad de liberación que determinaría el fin de los privilegios de la clase dirigente e instituía la libertad del ciudadano.

La república anunciaba el pasaje de un súbdito dependiente de una jerarquía a la condición de ciudadano independiente, garantizada por la ley. En el sistema republicano el gobernante asume en su conciencia el bien común de sus conciudadanos.

En la visión de los congresales que debatieron largamente el tema y haciendo gala de erudición mediante citas de autores y con la retórica propia de aquellos remotos días, tanto la república como la monarquía afrontaban la posibilidad de frustraciones y declives.

Las repúblicas y las monarquías eran dos formas de gobierno posibles, las únicas conocidas. En estos dilemas se advertía una modificación profunda en la orientación de las creencias. Fue el sistema republicano el elegido en el Congreso.

Deuda y desafíos

En el tiempo transcurrido desde aquel memorable 9 de julio, la Independencia sobrevivió como "hecho fundador" de la república en escenarios cambiantes en un país signado por períodos de progresos y retrocesos.

A doscientos seis años de la declaración de la Independencia, el sistema republicano por el cual se expresó el Congreso de Tucumán no ha logrado consolidarse.

Si bien los argentinos somos libres de España de larga data, sin embargo, hay cadenas que aún cercenan nuestra libertad. Ahora somos cautivos de otras dependencias, a las que la república no logra darles solución.

Hay una deuda de independencia en los poderes del Estado. Las leyes responden a las necesidades de la clase política de turno, otro tanto sucede en las esferas judiciales.

Tampoco son independientes una enorme cantidad de ciudadanos, prisioneros de una política populista que los conmina a sobrevivir con el auxilio de planes sociales. Con esta rémora, el individuo no logra apropiarse del libre albedrío del que deben gozar todos los sujetos, estos no logran construir su futuro material ni mucho menos el espiritual. El trabajo dignifica, y la falta de este, sume al Hombre en la indignidad.

La realidad

Muchos jóvenes y niños son prisioneros de las redes de narcotráfico. Es menester emprender una nueva campaña emancipadora que los libere de esas redes. Hay gente prisionera de la violencia que se ha enseñoreado en nuestra sociedad.

La canasta familiar es prisionera de una nefasta política económica que origina un nivel inflacionario que pone en riesgo la subsistencia de amplios sectores de la ciudadanía. La dificultad de llevar el pan a la mesa cercena la libertad del individuo y pone en riesgo la propia existencia.

La Independencia como hecho histórico no puede quedar relegada en las páginas de una vasta cantidad de libros escritos por historiadores de diferentes ideologías durante dos siglos. No debe ser letra muerta. La República no puede ser una teoría, debe ser un ideal y una praxis en la vida institucional de la Nación.

No basta con la redacción de un acta bicentenaria declarando la independencia. Este es un concepto del que deben apropiarse todos los habitantes del amado suelo argentino, y que debe sostenerse, actualizarse y resignificarse en base a estudio, trabajo y producción. Para ello es menester asumir responsablemente las obligaciones cotidianas y reconstruir la república con una firme base ética.

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