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El país federal, un proyecto desvirtuado

Viernes, 26 de agosto de 2022 00:00

El significado del federalismo ha mutado a través del tiempo. Lo que en sus orígenes era una doctrina en busca de la libertad y la autonomía fue trocando por autodeterminación y desarrollo equitativo. Lo que al principio fue la lucha por la organización del Estado, luego fue convirtiéndose en la pugna por la distribución equitativa de los recursos.

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El significado del federalismo ha mutado a través del tiempo. Lo que en sus orígenes era una doctrina en busca de la libertad y la autonomía fue trocando por autodeterminación y desarrollo equitativo. Lo que al principio fue la lucha por la organización del Estado, luego fue convirtiéndose en la pugna por la distribución equitativa de los recursos.

¿Cuál es el verdadero sentido del federalismo en la actualidad? Si analizamos el concierto de las naciones, las que eligieron la forma federativa de organización son una franca minoría. Sin embargo, la razón del número no alcanza para convencer. Como aquella frase profética de don Miguel de Unamuno al general Millán Astray: venceréis pero no convenceréis. Tampoco las formas de organización de los estados son dogmas de fe a los cuales ceñirse de manera gregaria; sino en todo caso, la historia, la conformación inicial y la impronta de los pueblos, son los que en definitiva van marcando el rumbo que a la postre redundará en cómo se dieron sus instituciones y sus formas de gobierno. Nuestra Constitución, bajo inspiración de las Bases de Juan Bautista Alberdi determinó que nuestra organización política es representativa, republicana y federal. Y cuando se refiere al gobierno, nuestra Ley Fundamental siempre lo adjetiva como federal. Es decir que la Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa, republicana y federal. ¿Funciona de ese modo nuestro país?

Desde 1810 en adelante la Argentina tuvo dos escenarios, que durante sus primeros setenta años fueron particularmente traumáticos. Y fue cuando primero se produjo el enfrentamiento entre el poder de Buenos Aires o su pretendida supremacía contra el resto de las provincias, al punto que al principio los gobernadores se los elegía desde allí. Más adelante se generaron los enfrentamientos entre unitarios y federales; hasta que en 1880, en la última guerra civil argentina, se libraron batallas por establecer cuál sería la capital de los argentinos. Circunstancia que deparó la fundación y erección de la ciudad de La Plata y la capitalización de la ciudad de Buenos Aires, que por entonces nadie pensó en llamarla autónoma. Incluso, una fuerte corriente del pensamiento político de aquel entonces, propugnaba que la capital federal fuese Rosario de Santa Fe. Lo que no cabe duda es que sobrevolaba en un vasto sector del horizonte político el espíritu federal y la autonomía de las provincias, como un arraigado y profundo sentimiento. Hasta en familias prominentes que dieron dirigentes notables, la escisión generó divisiones. En Salta, por dar un ejemplo, fue el caso de los Gorriti. El canónigo Juan Ignacio, único sacerdote que fue gobernador de la provincia, y su hermano José Ignacio, quien fue elegido dos veces para ocupar ese cargo, fueron unitarios. En cambio, el célebre guerrero gaucho Francisco "Pachi" Gorriti, fue un conspicuo miembro de la corriente federal y amigo dilecto del caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra. Pachi Gorriti murió antes de las guerras fratricidas, pero sus dos hermanos debieron exilarse y morir fuera de su patria.

Y de aquellas desgarradoras historias de antaño hasta la fecha, poco a poco, la palabra federal se tornó declamativa y ese sentimiento que despertaba enconos y pasiones en pos de un Estado que se organizase en forma autonómica fue languideciendo hasta que nos dimos cuenta que nuestra organización quedó circunscripta a una enorme megalópolis, y el grito de libertad que inspiró a los fundadores quedó sofocado en una súplica de auxilio de la mayoría de las provincias. E incluso, en el decurso del tiempo, algunos de sus representantes ante el Congreso de la Nación se subordinaron a esos intereses centrales sin ruborizarse, no ya por una cuestión de principios solamente, sino por defender al pueblo de las provincias que los votó para que las representasen y defendieran sus intereses legítimos.

Las consecuencias están a la vista, pues como hace poco me señalaba un prestigioso jurista salteño, como lo es el Dr. Osvaldo Camisar, la Argentina ha perdido su sentido de Nación o, lo que es igual, hemos dejado de tener un proyecto nacional, lo cual no es una afirmación impregnada de altruismo y nostalgia, sino la dramática aserción de que los objetivos de "constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad" parecen haber quedado escritos en el preámbulo de la Constitución como una expresión de deseos y no como el propósito de conformar "un proyecto sugestivo de vida en común", como vislumbró José Ortega y Gasset al fundamento histórico de una nación que se precie de tal.

La actual crisis que preocupa a la ciudadanía argentina vuelve a ser política; como si el país de los zombis perdiese su norte o sus dirigentes se hubiesen adormecido en un prolongado letargo. No es económica la crisis, es estratégica y política. Y sería la hora de los grandes cambios. Tal vez de ir hacia un régimen de atenuación del poder presidencial y forjar un parlamentarismo mucho más protagónico; regionalizar el país para lograr un desarrollo económico más armónico y menos inequitativo y excluyente; mejorar la calidad de la participación popular que, evidentemente, era mucho más genuina con un sistema de colegio electoral que el del voto directo, porque en definitiva tres partidos del conurbano deciden una elección presidencial en desmedro absoluto de las provincias argentinas y sin posibilidad alguna de revertir la denominada "razón del número".

Los grandes movimientos populares argentinos se auparon al poder con el sistema de los colegios electorales, no con el voto directo. Yrigoyen tuvo como vicepresidente a un catamarqueño como Pelagio Luna, y Juan Domingo Perón a un correntino como Jazmín Hortensio Quijano, de manera que los colegios electorales provinciales sí incidían en la constitución de las fórmulas presidenciales.

Incluso en la recuperación del Estado de Derecho, en 1983, Raúl Alfonsín fue acompañado por el cordobés Víctor Hipólito Martínez y su adversario Italo Argentino Luder por el chaqueño Deolindo Felipe Bittel. Hubo estadistas de la talla del correntino Arturo Frondizi o demócratas como don Arturo Humberto Illia, nacido en Pergamino, en Córdoba.

Es decir que el país federal necesita de manera urgente un proceso de reversión, donde la ley de coparticipación federal, que debió ser sancionada en 1994 y aún es una asignatura pendiente, no quede postrada al olvido. Si es cierto que las crisis son oportunidades, éste es el momento de empezar a cambiar el destino del país.

 

 

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