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Un “baño de realidad” para la dirigencia política

Domingo, 07 de agosto de 2022 02:50

Debió recurrir a su mejor cara de póquer el flamante ministro de Economía, Sergio Massa, cuando durante una recorrida por Santa Fe fue increpado por vecinos, en ocasión de la reactivación del servicio ferroviario de cercanía entre Rosario y Cañada de Gómez.
Massa se topó con ese momento desagradable en apenas su segunda jornada plena de gestión al frente del Palacio de Hacienda, tras haber asumido el cargo el miércoles pasado, en medio de un inusitado clima festivo en el Museo del Bicentenario junto a la Casa Rosada, días después de que el Gobierno resolviera finalmente aplicar cirugía mayor en el área económica como respuesta a la crisis.
El incidente de Cañada de Gómez, donde Massa optó acertadamente por guardar violín en bolsa y alejarse del grupo de personas que lo agraviaban, se sumó en el corolario de la semana a los disturbios que se registraron en cercanías de la Casa de Gobierno cuando el propio líder del Frente Renovador ingresaba para asistir a la ceremonia de jura como ministro: fue abucheado por un grupo de manifestantes que también golpeó su vehículo.
E incluso el martes pasado, cuando el exintendente de Tigre y ex jefe de Gabinete durante el primer gobierno de Cristina Kirchner renunció a su banca en la Cámara Baja, donde fue reemplazado por Cecilia Moreau en la Presidencia del cuerpo, otros referentes políticos también fueron airadamente vilipendiados fuera del Congreso, entre ellos, el dirigente social y presunto amigo del papa Francisco Juan Grabois: “¡Andate a Cuba!”, le gritaron, además de groseros epítetos.
Si bien existe un límite para todo, y ciertamente se debe repudiar la actitud de quienes entienden, de manera errónea, que tienen derecho a ejercer su libertad de expresión agraviando en términos descomedidos o con insultos a terceras personas solo porque desean manifestar enojo, parece claro que lo que está sucediendo desde hace algunos días es que funcionarios y demás personalidades de la política cuando salen a la calle se están dando un intempestivo “baño de realidad”, o al menos corren el riesgo de que eso les suceda, incluido el propio Massa.
La falta de respuestas concretas de parte del Gobierno a los problemas más acuciantes de la gente frente a una situación de crisis que no da tregua, en especial en lo que se refiere a los desaforados niveles de inflación que se registran aquí, da la sensación de que caldeó definitivamente el “humor social” en el país, que se ubica hoy en niveles críticos, según un reciente trabajo de medición de la consultora Poliarquía.
El hartazgo cada vez más extendido en la población hacia la administración que encabeza Alberto Fernández en particular, pero también hacia la clase dirigente en general se ha venido incrementando en semanas recientes, lo que por cierto debería encender luces de alarma en filas de la política: a este ritmo, la Argentina se acerca a pasos redoblados a un peligro escenario en el que se pueda reeditar el “¡Qué se vayan todos!” de hace 20 años. Es decir, oficialistas y opositores; de derecha, de centro y de izquierda: todos, “¡Qué no quede ni uno solo!”.
Ocurre que esa explosiva combinación entre decepción y bronca que se registra por estos días en amplios sectores de la sociedad ya no conoce de grietas o, mejor dicho, las trasciende: así como se increpa a un nuevo ministro de Economía, cuya designación debería suponer una luz de esperanza para un gobierno que no parece tener rumbo, el expresidente Mauricio Macri fue recibido como una estrella de rock en la recoleta Exposición Rural de Palermo días atrás, pero no la pasó bien cuando se sumergió en la zona oeste del Conurbano bonaerense y terminó regañado por vecinos de Ituzaingó. Una de cal y una de arena.
Da la sensación, en este contexto, de que no será sencillo para algunos dirigentes políticos encabezar recorridas de campaña cuando se largue definitivamente la carrera electoral con vistas a los comicios generales de 2023, en especial en barrios populares e incluso de sectores medios, allí donde la crisis suele golpear con mayor crudeza y el costo de los largos desaciertos en materia de gestión pública nacional, en un país que no crece en términos reales desde hace más de una década, los paga la gente de a pie, los vecinos, el “laburante”.
Para colmo, el panorama de cara al corto plazo lejos está de mostrarse alentador: en el propio Ministerio de Economía esperan que los próximos dos datos relacionados con la inflación en el país, es decir, el aumento del costo de vida en julio y en el corriente mes de agosto, sean “los más duros” de la gestión de Alberto Fernández como presidente e incluso advierten que representarán un “shock” para el Gobierno.

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Debió recurrir a su mejor cara de póquer el flamante ministro de Economía, Sergio Massa, cuando durante una recorrida por Santa Fe fue increpado por vecinos, en ocasión de la reactivación del servicio ferroviario de cercanía entre Rosario y Cañada de Gómez.
Massa se topó con ese momento desagradable en apenas su segunda jornada plena de gestión al frente del Palacio de Hacienda, tras haber asumido el cargo el miércoles pasado, en medio de un inusitado clima festivo en el Museo del Bicentenario junto a la Casa Rosada, días después de que el Gobierno resolviera finalmente aplicar cirugía mayor en el área económica como respuesta a la crisis.
El incidente de Cañada de Gómez, donde Massa optó acertadamente por guardar violín en bolsa y alejarse del grupo de personas que lo agraviaban, se sumó en el corolario de la semana a los disturbios que se registraron en cercanías de la Casa de Gobierno cuando el propio líder del Frente Renovador ingresaba para asistir a la ceremonia de jura como ministro: fue abucheado por un grupo de manifestantes que también golpeó su vehículo.
E incluso el martes pasado, cuando el exintendente de Tigre y ex jefe de Gabinete durante el primer gobierno de Cristina Kirchner renunció a su banca en la Cámara Baja, donde fue reemplazado por Cecilia Moreau en la Presidencia del cuerpo, otros referentes políticos también fueron airadamente vilipendiados fuera del Congreso, entre ellos, el dirigente social y presunto amigo del papa Francisco Juan Grabois: “¡Andate a Cuba!”, le gritaron, además de groseros epítetos.
Si bien existe un límite para todo, y ciertamente se debe repudiar la actitud de quienes entienden, de manera errónea, que tienen derecho a ejercer su libertad de expresión agraviando en términos descomedidos o con insultos a terceras personas solo porque desean manifestar enojo, parece claro que lo que está sucediendo desde hace algunos días es que funcionarios y demás personalidades de la política cuando salen a la calle se están dando un intempestivo “baño de realidad”, o al menos corren el riesgo de que eso les suceda, incluido el propio Massa.
La falta de respuestas concretas de parte del Gobierno a los problemas más acuciantes de la gente frente a una situación de crisis que no da tregua, en especial en lo que se refiere a los desaforados niveles de inflación que se registran aquí, da la sensación de que caldeó definitivamente el “humor social” en el país, que se ubica hoy en niveles críticos, según un reciente trabajo de medición de la consultora Poliarquía.
El hartazgo cada vez más extendido en la población hacia la administración que encabeza Alberto Fernández en particular, pero también hacia la clase dirigente en general se ha venido incrementando en semanas recientes, lo que por cierto debería encender luces de alarma en filas de la política: a este ritmo, la Argentina se acerca a pasos redoblados a un peligro escenario en el que se pueda reeditar el “¡Qué se vayan todos!” de hace 20 años. Es decir, oficialistas y opositores; de derecha, de centro y de izquierda: todos, “¡Qué no quede ni uno solo!”.
Ocurre que esa explosiva combinación entre decepción y bronca que se registra por estos días en amplios sectores de la sociedad ya no conoce de grietas o, mejor dicho, las trasciende: así como se increpa a un nuevo ministro de Economía, cuya designación debería suponer una luz de esperanza para un gobierno que no parece tener rumbo, el expresidente Mauricio Macri fue recibido como una estrella de rock en la recoleta Exposición Rural de Palermo días atrás, pero no la pasó bien cuando se sumergió en la zona oeste del Conurbano bonaerense y terminó regañado por vecinos de Ituzaingó. Una de cal y una de arena.
Da la sensación, en este contexto, de que no será sencillo para algunos dirigentes políticos encabezar recorridas de campaña cuando se largue definitivamente la carrera electoral con vistas a los comicios generales de 2023, en especial en barrios populares e incluso de sectores medios, allí donde la crisis suele golpear con mayor crudeza y el costo de los largos desaciertos en materia de gestión pública nacional, en un país que no crece en términos reales desde hace más de una década, los paga la gente de a pie, los vecinos, el “laburante”.
Para colmo, el panorama de cara al corto plazo lejos está de mostrarse alentador: en el propio Ministerio de Economía esperan que los próximos dos datos relacionados con la inflación en el país, es decir, el aumento del costo de vida en julio y en el corriente mes de agosto, sean “los más duros” de la gestión de Alberto Fernández como presidente e incluso advierten que representarán un “shock” para el Gobierno.

</SUBTITULO>Un golpe de timón 

En términos político, en tanto, con la llegada al Palacio de Hacienda de Massa -vitoreado más como un “mini-presidente” que como un “superministro” por militantes de su espacio durante su reciente asunción-, la administración Fernández echa mano, de urgencia, a su última alternativa de perfil moderado probablemente disponible para intentar tranquilizar a los mercados -blandiendo planes de ajuste- y evitar de ese modo un colapso anticipado de la gestión del Frente de Todos (FdT) en el poder.
Luego de la efervescencia cambiaria que le costó el puesto a Batakis, sumada a una disparada del Riesgo País y a una caída de los bonos de la deuda pública argentina, ahora será Massa el encargado conducir la nave en medio de aguas inestables en procura de evitar que ese Titanic le pegue de lleno al iceberg en términos financieros.
 En lo inmediato, la Argentina se muestra dispuesta a cumplir con el acuerdo rubricado con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que tantos chispazos generó dentro del FdT entre kirchneristas y albertistas, aunque no se descarta por estas horas que el flamante ministro de Economía plantee ante ese organismo la posibilidad de flexibilizar algunas metas, más allá de que está sumamente claro, por ejemplo, que existe hoy la imperiosa necesidad de robustecer las alicaídas arcas del Banco Central.
 De momento, e incluso a pesar del programa de ajuste fiscal que planea llevar adelante, según él mismo aseguró, Massa parece contar con el respaldo pleno de los sectores más duros del Gobierno, después de la foto que publicó Cristina junto al líder del Frente Renovador antes de que tome posesión de su nueva oficina en el Palacio de Hacienda y del abrazo que recibió -para las cámaras- el ex jefe comunal tigrense de parte de Máximo Kirchner en la Cámara de Diputados el martes pasado.
En el Ministerio de Economía afirman que Massa se siente con “absoluta libertad para trabajar” y que llegado el caso de que surjan opiniones encontradas en la coalición gobernante “buscará consensuar, como siempre lo ha hecho”.
Tanto es así que Massa logró incluso -y en apenas su primer día de gestión- lo que jamás pudo Guzmán, aplicar el bisturí en el área energética del Gabinete y prescindir de los servicios del kirchnerista Darío Martínez, que rodó escaleras abajo tras una reunión con el flamante “superministro”.
Ahora el líder renovador buscará ubicar a un hombre de su confianza al frente de la estratégica Secretaría de Energía, en tanto regresó a una instancia de análisis el proceso de designación de un viceministro de Economía, después de que se enfriara la posibilidad de que Gabriel Rubinstein asumiera ese rol: quizá su postura a todas luces crítica hacia Fernández y Cristina en redes sociales generaron ruido en el seno del oficialismo.
Está por verse qué perfil asumirá Fernández en el marco de una agenda como presidente de la Nación que aún debe llevar adelante.
Lo que sí parece haber sucedido, en cambio, es un golpe de timón de emergencia, tan necesario como irremediable, e incluso con la anuencia del kirchnerismo, al comprobar que en efecto el agua les estaba llegando al cuello a todos y que, de no intentar torcer el rumbo ahora, era muy probable que el futuro político de los actuales referentes de la coalición oficialista en serio comenzara a estar en riesgo, independientemente de lo que pudiera suceder con ellos, juntos o separados, en 2023.
 

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