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Otro error más, pero también una lección

Jueves, 22 de septiembre de 2022 02:40

Consejo de Redacción, Revista Criterio. Editorial

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Consejo de Redacción, Revista Criterio. Editorial

 

En el contexto del llamado de la Conferencia Episcopal Argentina a todos los fieles a sumarse el pasado fin de semana a una oración por la paz y la fraternidad en todo el país, para acompañar la colecta Más por Menos (y que no tenía prevista una celebración central), a iniciativa del intendente de Luján, Eduardo Boto, su espacio político (Frente de Todos) convocó a una misa en la Basílica de Luján. Allí se rezó por la vicepresidenta Cristina Kirchner, a pocos días del atentado que sufrió frente a su domicilio.

El arzobispo de Mercedes-Luján, monseñor Jorge Eduardo Scheinig, autorizó una iniciativa que, como era de prever, fue pretexto para un verdadero acto partidario, encabezado por el presidente Alberto Fernández, con la asistencia de las principales figuras del oficialismo, entre ellos, el gobernador bonaerense Axel Kicillof y el ministro del Interior Eduardo "Wado" De Pedro. Por parte de los obispos concelebró el obispo auxiliar de Buenos Aires y vicario episcopal para la Pastoral en Villas de Emergencia, monseñor Gustavo Carrara. Además, participaron numerosos sacerdotes que se desempeñan en barrios humildes de la Ciudad y de la provincia de Buenos Aires.

Sobre el final de la celebración Sheinig admitió: "Cuando el intendente de Luján me propuso hacer esta misa le dije que sí. Pero la envergadura de la misa creció y yo quiero pedir disculpas". Seguramente entonces pensó que la convocatoria de tono político tendría repercusión en muchos sectores de la feligresía, así como entre sus pares, cuyo silencio fue significativo. Descontando la buena voluntad del arzobispo, es necesario plantear algunas preguntas. Ante todo, cómo es posible que una decisión con evidente alcance nacional haya sido decidida sin una consulta con las autoridades de la Conferencia Episcopal. En segundo lugar, parece ingenuo pensar que la oposición aceptaría participar en una iniciativa organizada sin ninguna consulta previa; hubiera significado someterse a ciegas a las condiciones impuestas por los convocantes, que además habían responsabilizado a la oposición de los hechos que en esta celebración se proponían condenar. De hecho, después del acto religioso, se difundieron críticas a quienes rechazaron la invitación, lo cual suma buenas razones para sospechar de la sinceridad de la invitación.

Ciertamente, en su prédica, monseñor Sheinig buscó afanosamente resaltar el llamado a la unidad nacional y disipar los equívocos que podían suscitarse. Pero tales esfuerzos estaban de antemano condenados al fracaso frente a una asistencia que, especialmente a partir del atentado, demostró muy poca vocación por buscar la pacificación social, y más bien ha hecho un gran esfuerzo por explotarlo políticamente.

Con todo, el silencio y malestar de los obispos, y la incomodidad del mismo monseñor Sheinig, constituyen un signo positivo de una progresiva toma de conciencia respecto de lo peligroso de mezclar religión y política partidaria. Es cierto que no se logró evitar que, una vez más, una expresión de fe fuera apropiada con fines proselitistas. Pero es posible que, en el futuro, sobre todo a través de un mayor diálogo entre los obispos, se llegue a un consenso sobre criterios para afrontar este tipo de situaciones.

 

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