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La ceguera que nace de los intereses y las conjeturas

Domingo, 25 de septiembre de 2022 01:27

El dramaturgo y escritor franco-rumano EugÞne Ionesco dijo: "Las ideologías nos separan. Solo los sueños y la angustia nos unen". La ideología es la relación imaginaria que tenemos con el mundo real. Un marco de referencia -ficticio e ideal-, con el cual pretendemos reconciliar nuestra forma de ver las cosas con lo que sucede en el mundo tangible.

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El dramaturgo y escritor franco-rumano EugÞne Ionesco dijo: "Las ideologías nos separan. Solo los sueños y la angustia nos unen". La ideología es la relación imaginaria que tenemos con el mundo real. Un marco de referencia -ficticio e ideal-, con el cual pretendemos reconciliar nuestra forma de ver las cosas con lo que sucede en el mundo tangible.

Pero, al contrario de lo que pensaba el médico y escritor bielorruso Aleksándr Bogdánov (1873/1928) y lo que piensan los nuevos "bogdanovianos" desde Antonio Gramsci en adelante, la ideología no cambia la realidad por mucho que lo intentemos. La realidad, en cambio, puede poner a prueba a la más tozuda de las ideologías. Y esto aplica a todo. A la política y a los sistemas políticos; a la sociología y a las dinámicas humanas; a todo aquello donde intervengan las ideologías. El cambio climático debido al calentamiento global no escapa a esta regla, por más que, en este caso, haya ciencias duras -y no tan duras- involucradas.

Pero, así como Pierre-Simon Laplace -matemático genial- dijo no haber "necesitado a Dios en su hipótesis"; así la ciencia debería prescindir de toda ideología para elaborar sus teorías y evitar caer en convertirse en una pseudociencia; error de consecuencias catastróficas.

Ensayo sobre la población

El postulado básico de Malthus en su "Ensayo sobre el principio de la población", escrito en 1798, es que la población crece de manera geométrica (se multiplica por un factor fijo cada determinado lapso), mientras que los alimentos crecen en forma lineal (se suma una cantidad fija en ese mismo período de tiempo).

Esta teoría dio origen a un movimiento, los maltusianos, quienes veían "el fin del mundo" en este crecimiento de la población al creer que no sería posible alimentar y proveer de agua a toda la población. Según Malthus, de no existir obstáculos represivos (guerras, pestes, etc.), el crecimiento de la población se mantendría en el límite permitido por los medios de subsistencia y se sostendría en el límite impuesto por el hambre y la pobreza.

Se espera que este año alcancemos la cifra de ocho mil millones de habitantes y un informe reciente de OXFAM publicado con motivo de las reuniones del Banco Mundial y del FMI en Washington denuncia que, para finales de este año, un total de 860 millones de personas -casi el 11% de la población mundial- podría vivir en situación de pobreza extrema (con menos de 1,90 dólares al día) y otro tanto similar en condiciones de desnutrición.

Me parece que la pregunta más actual es: ¿y si en lugar de considerar como recursos escasos solamente a los alimentos y al agua se piensa a la biósfera como un recurso vital, escaso e irreemplazable? Hoy, el hombre consume una vez y media más de lo que el planeta puede producir de manera sustentable. ¿Qué pasa cuando el hábitat es expoliado más rápido que su tasa natural de reposición? Me parece que, desde esta perspectiva, el planteo de Malthus podría no ha haber perdido ni un ápice de vigencia.

Las nuevas generaciones -sin conocer a Malthus- son neomaltusianas en su forma de entender a la biósfera. Les angustia ver cómo seguimos produciendo bienes de manera no sustentable; cómo seguimos extrayendo recursos naturales de la Tierra a una velocidad muy por encima de su tasa de reposición natural; o cómo seguimos lanzando a la atmósfera 46.000 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2), metano, óxido nitroso y gases fluorados (HFC, PFC, SF6). Y la tasa de liberación de gases de efecto invernadero no decrece a pesar del Acuerdo de París y de todos los compromisos internacionales firmados a la fecha. Desde el primer acuerdo sobre emisiones a la fecha se han incrementado las emisiones en más de un 60%.

Se estima que si se emitieran 500 gigatoneladas más (diez años al nivel de emisión mencionado antes), la temperatura promedio de la Tierra subiría por encima de los 2ºC con respecto a la que había al comienzo de la primer revolución industrial, allá por 1750. Hay modelos que muestran que, a fin de siglo, la temperatura promedio podría aumentar 3,2ºC como mínimo, mientras que la probabilidad de mantenerla por debajo de los 2ºC es de un 5%, y la de sostenerla por debajo del límite fijado de 1,5ºC es apenas un 1%.

Mientras tanto, la industria de los combustibles fósiles -y los países dueños de esos recursos-, tienen reservas por el equivalente a 3.000 gigatoneladas de emisiones. Estas existencias son activos para estas compañías; y para los países donde se encuentran, son recursos nacionales. Dado que esta riqueza que yace en los subsuelos se estima en el orden de los 1.500 billones de dólares (1,5 cuatrillones de dólares americanos), ¿serán capaces estas empresas -y países-, de no utilizarlas y pasarlas a pérdida? Aun sabiendo que el petróleo podría achicharrar al planeta; ¿dejarán de financiar cada paso que se dé en dirección al desastre?

Un "terrible dilema"

Es cierto que aún no se ha logrado consenso mundial sobre los alcances del cambio climático o sobre sus consecuencias. Tampoco se ha probado que el cambio climático sea consecuencia directa de la actividad del hombre sobre el planeta (actividad antropogénica) y que no se trata, en cambio, de un ciclo natural.

Así, nos enfrentamos, hoy, a un dilema similar al que se enfrentó Occidente, en 1963, ante la perspectiva de un conflicto nuclear desatado por la crisis de los misiles en Cuba.

En ese momento Kissinger planteó su "problema de la conjetura", ensayo donde refleja las asimetrías que entraña la toma de decisiones en contextos de incertidumbre, sobre todo, en una democracia. "Cualquier líder político tiene la opción de realizar la evaluación que menos esfuerzo le requiera o de llevar a cabo una evaluación que le conlleve un mayor esfuerzo. Si opta por la primera, cabe la posibilidad de que, en el transcurso del tiempo, se vaya demostrando que estaba equivocado y tenga que pagar por ello un alto precio (costo político). Si actúa sobre la base de una suposición no va a poder probar jamás que su gestión era necesaria, aun cuando pueda ahorrarse más adelante una gran cantidad de penalidades […]. Si actúa con prontitud, no será posible saber si su acción era necesaria. Si espera, puede tener buena o mala suerte. Es un dilema terrible". La semilla de la procrastinación quedó plantada y arraigó profundo. Con ella, nuestra exigua gestión del riesgo; la cultura del riesgo líquido.

El "terrible dilema" se traduce en que es muy raro que un líder político sea recompensado por actuar con prontitud para evitar un posible desastre y, en cambio, podría ser reprochado por lo doloroso que resulten las medidas preventivas que haya decidido aplicar. Por ejemplo, si decidiéramos no utilizar las reservas fósiles equivalentes a cuatrillones de dólares en beneficios aún cuando estas "riquezas" equivalgan a 3.000 gigatoneladas en emisiones.

La tecnología al auxilio

Se dice que el pesimista se queja por el viento, el optimista espera que el viento cambie, y el realista ajusta las velas. Ajustar las velas mañana, podría ser hacer uso de lo que hoy es una mala palabra que se pronuncia en voz baja: la geoingeniería. Cambiar los mecanismos que regulan el clima en el planeta alterando el planeta. Por ejemplo, desplegar grandes espejos en órbitas geoestacionarias que reflejen los rayos solares de vuelta al espacio oficiando de enormes parasoles. O esparcir dióxido de azufre en la atmósfera en una mezcla diseñada para permanecer en ella en suspensión que refleje los rayos solares y reduzca la temperatura en las zonas de dispersión.

Claro; no se sabe a ciencia cierta ni cuán efectiva puedan ser estas medidas ni sus efectos adversos o daños colaterales a largo plazo como, por ejemplo, el de sumergirnos en un invierno nuclear según los más radicales.

En el "Defensor de las generaciones futuras", la doctora María Cristina Garros planteó con brillantez en estas páginas la necesidad de crear una institución que proteja los intereses ambientales de las generaciones por venir; "un guardián que vele por la humanidad del futuro". Comenzar a pensar, no solo en términos de hoy, sino también en defensa de esas generaciones posteriores cuyos derechos futuros son tan válidos como los nuestros hoy. Que esas personas no existan hoy no les quita el derecho que tienen a poder vivir, el día de mañana, en un ambiente que no les sea hostil o que no esté arruinado por completo. ¿Por qué no crear las condiciones hoy para que esas generaciones tengan una capacidad jurídica en el presente y que existan abogados que puedan plantear causas y entablar juicios y demandas hoy en nombre de ellos; y que sean tenidas en cuenta en los tribunales?

Imagino la respuesta. Si somos por completo incapaces de resolver nuestros problemas hoy; ¿cómo podríamos ser capaces de abordar los problemas desconocidos de mañana? No menos importante, nos resistimos a aceptar que sufrimos de una forma particular de ceguera; la ceguera del horizonte temporal.

Puesto que no podemos imaginar el sufrimiento futuro ni las consecuencias de nuestros actos hoy proyectados hacia ese futuro; y como -con gran dosis de desaprensión e inconsciencia- descansamos en la esperanza de que las generaciones venideras poseerán mejores tecnologías y, entonces, serán "más fuertes"; descansamos en la esperanza de que sabrán encontrar la solución a los problemas que encuentren. O sea, creemos que no hay nada que podamos hacer hoy por ellos. Y no lo hacemos. Esa es la tragedia del horizonte temporal: no miramos mucho más allá de nuestras narices.

En la India se trabaja tanto para las siete generaciones anteriores como para las próximas siete generaciones. ¿No es esto, acaso, algo más cercano a pensar y a actuar con una mayor sabiduría? ¿Con una menor ceguera temporal? ¿No es hora de considerar a la biósfera como el bien común más importante en la historia de la humanidad? Ojalá la angustia y los sueños de Ionesco nos unan en este propósito antes de seguir derivando hacia el desastre como producto de una confianza exasperante en ideologías necias y ciegas que no quieren preocuparse hoy por el bienestar de mañana.

 

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