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La errónea sensación de inflación

Sabado, 11 de febrero de 2023 02:21

Es lógico que las ciencias sociales se vayan adaptando según cambien las sociedades. No pueden quedar inalterables cuando todo a nuestro alrededor cambia a ritmos tan vertiginosos.

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Es lógico que las ciencias sociales se vayan adaptando según cambien las sociedades. No pueden quedar inalterables cuando todo a nuestro alrededor cambia a ritmos tan vertiginosos.

En Argentina deberíamos comenzar por cambiar los libros de psicología. Cuando Freud y Lacan sentaron sus bases no pudieron prever las nuevas psicopatologías que vendrían de la mano de esta modernidad sorprendente. Supongo que nadie pudo prever ninguna de todas estas nuevas enfermedades por las cuales las cosas malas que nos pasan suceden porque la gente las autoconstruye en su cabeza.

Algo de este cambio de paradigmas se insinuaba cuando nos aseguraban que la inseguridad era una sensación. Algo que no estaba allí. No importaba que nos mataran por una zapatilla, una mochila, un auto o una bolsa de supermercado. En todo caso eran casos aislados que la sociedad magnificaba, extrapolaba e incorporaba al acervo experimental haciéndolo propio. Ahora, a este conjunto de construcciones se suma la inflación. "Gran parte de la inflación es autoconstruida, está en la cabeza de la gente", explicó el Presidente a periodistas brasileños que lo miraban azorados sin poder dar crédito a lo que escuchaban.

También deberíamos cambiar todos los libros de economía. La inflación ya no es más un fenómeno de erosión de la moneda por una alta emisión en el contexto de un déficit fiscal y de un nivel de endeudamiento crónico y en aumento; o de una producción estancada con varios cercenamientos a la libertad de producción y de consumo. Nada de todo esto; la inflación es una construcción social, "está en nuestras cabezas". La autoconstruimos nosotros. Si tenemos alta inflación es porque la sociedad así lo desea. La culpa, si cabe alguna, es nuestra. "La gente ve en un diario que va a subir el combustible y entonces empieza a aumentar por las dudas", aseveró el Presidente. Además, estableció la raíz y causa primera de esta autoconstrucción: "La fascinación de los argentinos por el dólar". Claro, esto viniendo de alguien que luego diría: "Ahora resulta que las quejas que yo escucho son que para ir a comer hay que esperar dos horas; bueno, bienvenido sea". También vamos a tener que cambiar los libros de respeto hacia la gente que, en el país relatado por el presidente, no come. O hacia los jubilados, que no llegan a fin de mes.

En línea con los cambios a los libros de texto de economía también deberíamos ajustarlos para incluir una nueva definición: «precio justo». Un precio no es más un equilibrio entre el precio al que un conjunto de productores ofertan un bien y el precio que la sociedad o parte de ella está dispuesta a pagar. Un precio no es más, tampoco la suma de todos los costos directos e indirectos que cuesta producir dicho bien más el margen de ganancia que el productor pretenda ganar con dicha producción y que la sociedad decida qué es razonable pagar. Ahora el precio se define como un «precio justo», y es el monto que un señor sentado en un escritorio en la capital misma de este universo argento surrealista decida que hay que pagar por ese producto en Neuquén, en la Puna, en Posadas o en Ushuaia, todo decidido desde el centro mismo del AMBA, el ombligo del país.

Puede ser, incluso, que estemos sentando las bases para toda una revolución en saberes económicos si seguimos persiguiendo la implementación del "Sur", esa "nube de Úbeda" que promete una moneda común entre Brasil y Argentina. No importan las diferencias relativas de PBI, de reservas netas reales, de eficiencia y de productividad, de costos logísticos, de elocuentes discrepancias en infraestructuras físicas y de servicios o de sus costos relativos, de calidad y costos de la mano de obra, de deuda interna y externa, o la diferencia abismal entre ambos mercados. A Europa le llevó más de medio siglo transitar el camino entre ser una unión aduanera con un acuerdo de tarifas al de convertirse en un mercado común con un banco central y una moneda común. El proceso fue traumático para países como Grecia, España, Irlanda, Islandia y muchos otros que menoscabaron las dificultades intrínsecas que implicaban estas diferencias. Pero nosotros lo vamos a hacer en meses. Como con los precios justos; dos señores en oficinas sin ventanas a la realidad firman las declaraciones de principios y a implementar.

Por último, habría que estudiar si no será necesario, también, cambiar los libros de sociología. El programa «precios justos» implementa, como complemento, una aplicación digital que es una herramienta de delación. Quizás yo esté sesgado, pero me cuesta aceptar que una herramienta de delación sea algo efectivo para mejorar a una sociedad. Me parece que es la puerta de entrada a la normalización de pequeñas tiranías e injusticias que nos hacen, luego, apoyar a dictaduras y tiranías mayores sin pestañear. Quizás allí resida parte de la devoción a regímenes como los de Maduro en Venezuela o de Díaz-Canel en Cuba. O tal vez ayude a explicar los malabarismos que hace una parte de la sociedad argentina para justificar esa devoción por regímenes que violan en forma sistemática toda noción elemental de libertad y de derechos humanos. Quizás esté sesgado. No lo sé. Ojalá.

Por lo pronto, la revolución argenta del saber que desafía conocimientos centenarios como la ley de gravedad, está en marcha y desde ahora nos deberíamos abocar a cambiar, también, todo libro de física donde aparezca esta teoría demodé. Comuníquese, publíquese y archívese.

 

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