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Un curandero resucitó a Maguya, un gallo de riña salteño fallecido durante una pelea

El insólito hecho ocurrió hace casi 30 años, pero aún perdura en la memoria. El ave, oriunda de Salta, había perecido en Santiago del Estero donde fue asistida por un chamán.
Domingo, 12 de febrero de 2023 10:52

A pesar de hallarse prohibidas por ley desde la década del 50, las riñas de gallos clandestinas fueron muy frecuentes en el norte del país a lo largo del siglo XX. Algunos sostienen que aún hoy lo son. Estos lamentables eventos tienen como finalidad medir la ferocidad de las aves y, a su vez, realizar jugosas apuestas

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A pesar de hallarse prohibidas por ley desde la década del 50, las riñas de gallos clandestinas fueron muy frecuentes en el norte del país a lo largo del siglo XX. Algunos sostienen que aún hoy lo son. Estos lamentables eventos tienen como finalidad medir la ferocidad de las aves y, a su vez, realizar jugosas apuestas

El Negro Arnaldo era un gallero que había logrado cierta fama en la región y ostentaba importantes triunfos en Salta, Tucumán y hasta en Misiones, circuito que solía recorrer anualmente con sus animales fibrosos, ágiles y entrenados en el arte de los chuzazos y espolonazos.

En el verano del 98, mientras Cris Morena ponía en la pantalla de Telefé la famosa serie protagonizada por Fernán Mirás, Nancy Duplaa y Marcela Kloosterboer, el Negro Arnaldo preparaba las valijas y las jaulas con sus gallos campeones para participar del Rooster Championship (campeonato de gallos), que tenía como sede a una finca ubicada entre La Esperanza y El Mojón, en Santiago del Estero.

El reñidero montado en medio del campo había reunido a galleros de todo el NOA y el NEA que, entre tragos de vino y tiras de asado, apostaban por sus favoritos y arengaban a los pobres animales que se revolcaban en la arena. 

A su turno y protagonizando una de las peleas estelares, Maguya, uno de los gallos finos del Negro Arnaldo se paró firme frente a un imponente y mañoso ejemplar tucumano, que no dejó de observarlo con una mirada penetrante que buscaba a todas luces intimidarlo. 

La gente se agolpó alrededor del brete para presenciar el duelo. Cuando el juez dio la orden de iniciar el combate, ambos animales saltaron como almas que se las lleva el diablo y se trenzaron en lucha. Según se recuerda, fue una de las peleas más duras y encarnizadas que hayan tenido lugar en esas latitudes de Santiago. Ninguno se sacó ventaja, por lo que la pelea terminó en empate

 

La desgracia

Tras retirarse de la arena, producto del esfuerzo, el agotamiento y las heridas, Maguya logró caminar erguido unos pocos pasos en dirección a su jaula, pero antes de llegar su cuerpo maltrecho se desplomó en el reseco y cálido suelo santiagueño. El gallo del Negro Arnaldo lo dio todo, hasta su propia vida. No había nada que hacer, el ave no reaccionaba y había dejado escapar su último aliento. 

El gallero salteño, levantando con sus brazos al cielo el cuerpo emplumado lanzó un alarido: “Nooooo. Por qué Maguya, por qué”. Por un instante, el lugar se sumió en un profundo silencio. Viendo la situación, un lugareño se acercó al Negro Arnaldo que a esas alturas no encontraba consuelo. “Oiga -le dijo-. Venga, yo lo voy a llevar a un curandero que hay por aquí cerca”. 

El salteño aún sin volver del todo en sí, asintió con la cabeza y siguió por detrás al paisano. Caminaron unos 20 minutos por un camino polvoriento hasta llegar a un rancho de madera, donde tocaron las manos. “Don Bulacio -gritaba el paisano- Don Bulacio ¿nos puede atender?”. Al rato un anciano abrió la puerta y acercándose les preguntó qué andaban necesitando. 

“Aquí le traigo a un salteño con un gallo que quedó maltrecho después de una pelea, cerca de La Esperanza. ¿Usted puede hacer algo?”. En esos momentos, el Negro Arnaldo interrumpió, retomando conciencia sobre lo que había sucedido: “Mire, no hay nada por hacer. El gallo está bien muerto. Crié gallos toda la vida y sé cuando uno de estos animales se fue para no volver”.    

El anciano, quien oficiaba de chamán, le hizo un ademán pidiéndoles el cuerpo del difunto y se dirigió a la sombra de un mistol. Allí se sacó un viejo sombrero de ala ancha que llevaba puesto y cubriendo a Maguya de la cabeza a los pies pronunció una serie de oraciones. Solo un murmullo se escuchaba a lo lejos. Pasaron unos 15 minutos hasta que el buen hombre les pidió que se acercaran. Reunidos los tres debajo del frondoso árbol, el curandero levantó lentamente el sombrero y los ojos del gallo comenzaron a parpadear.

Unos instantes después giró la cabeza y comenzó de a poco a mover las patitas. Luego, don Bulacio lo puso en el suelo y “Maguya” comenzó a caminar y a dar saltitos a la vuelta del mistol. 

 

Una nueva vida

La alegría del “Negro” Arnaldo y la del mismísimo gallo fue mayúscula, pero fue interrumpida bruscamente por una sentencia del anciano: “Escúchenme -les dijo con autoridad-, escúchenme bien. Nunca más, por ninguna razón hagan pelear de nuevo a este gallo ni a ningún otro. Se los advierto. Ahora peguen la vuelta, que no los quiero volver a ver por estos lados”.

De regreso al Valle de Lerma, Maguya vivió a partir de entonces tiempos felices en un corral común y corriente junto a un grupo de gallinas ponedoras, lejos de las peleas y de las apuestas. Pasaron dos años de aquel episodio en Santiago del Estero, cuando el Negro Arnaldo sucumbió a la tentación de volver a los reñideros y no tuvo mejor idea que apelar a la experiencia de Maguya, que por aquellos tiempos estaba ya retirado. 

 

 

El triste desenlace 

Fue así que comenzó el duro entrenamiento al que someten a los ejemplares de riña y, luego de unos meses, el ave estaba lista y en forma para el combate. Esta vez, la cita era en una finca de Camino a La Isla. Se había generado una gran expectativa por el regreso de Maguya a los bretes (el "ring"). 

El día de la competencia, emulando al Negro Arnaldo el gallo llegó sacando pecho y seguro de sí mismo. Una vez en la arena miró de arriba a abajo a su rival a la espera de la orden del juez, para dar el primer salto y tratar de asestar una estocada letal. Fue en ese preciso momento cuando sin más, y antes de dar inicio la pelea, Maguya cayó fulminado producto de un infarto masivo. Nunca antes en la historia de las riñas norteñas había pasado algo similar. El público quedó estupefacto.

Las advertencias de don Bulacio, el chamán de  Santiago del Estero, no fueron escuchadas y las consecuencias se hicieron sentir. La vida les había dado una nueva oportunidad y no lo supieron aprovechar. El Negro Arnaldo se retiró para siempre de los reñideros y abrió una boutique en un pueblo cercano a la ciudad de Salta, y de “Maguya”, el gallo resucitado, solo queda un triste y lejano recuerdo.  

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