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Dos historias de horror que conmueven al país

Domingo, 05 de febrero de 2023 02:40

Dos crímenes conmueven como pocas veces a la sociedad argentina. El asesinato del joven Fernando Báez Sosa, ocurrido hace tres años, víctima de una patota que lo atacó por la espalda, a mansalva y con evidente saña en Villa Gesell. Mañana se conocerá el fallo del Tribunal Oral de Dolores y no hay dudas de la culpabilidad de los ocho deportistas que participaron del homicidio. El otro caso es el de Lucio Dupuy, asesinado a golpes en noviembre de 2021, en La Pampa, por su progenitora, Magdalena Espósito Valenti, y la pareja de esta, Abigail Páez. La vida de ese niño de cinco años fue una pesadilla propia de una historia de terror. Nunca tuvo un hogar, salvo un par de años que pasó a cargo de unos tíos, que finalmente decidieron devolverlo a Espósito por los problemas que esta mujer les causaba. Ni los docentes del preescolar ni los médicos de las salas a las que lo habían llevado cinco veces por graves lesiones, pero tampoco la jueza de Familia ni los equipos de asistentes sociales de la Provincia, nadie reparó en que esa criatura, cautiva en un verdadero infierno de locura, estaba condenada a muerte.

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Dos crímenes conmueven como pocas veces a la sociedad argentina. El asesinato del joven Fernando Báez Sosa, ocurrido hace tres años, víctima de una patota que lo atacó por la espalda, a mansalva y con evidente saña en Villa Gesell. Mañana se conocerá el fallo del Tribunal Oral de Dolores y no hay dudas de la culpabilidad de los ocho deportistas que participaron del homicidio. El otro caso es el de Lucio Dupuy, asesinado a golpes en noviembre de 2021, en La Pampa, por su progenitora, Magdalena Espósito Valenti, y la pareja de esta, Abigail Páez. La vida de ese niño de cinco años fue una pesadilla propia de una historia de terror. Nunca tuvo un hogar, salvo un par de años que pasó a cargo de unos tíos, que finalmente decidieron devolverlo a Espósito por los problemas que esta mujer les causaba. Ni los docentes del preescolar ni los médicos de las salas a las que lo habían llevado cinco veces por graves lesiones, pero tampoco la jueza de Familia ni los equipos de asistentes sociales de la Provincia, nadie reparó en que esa criatura, cautiva en un verdadero infierno de locura, estaba condenada a muerte.

La autopsia es la muestra de la tragedia de Lucio.

Las asesinas ya fueron declaradas culpables y todo indica que las penas serán de prisión perpetua. De todos modos, Lucio fue víctima también de un Estado que volvió a fallar en su obligación de detectar y prevenir la violencia familiar.

Los dos episodios multiplican su impacto por la irracionalidad y la deshumanización de los asesinos.

La filósofa Hanna Arendt escribió una vez sobre "la banailidad del mal". Lo hizo con motivo del juicio y condena a muerte del funcionario nazi Adolf Eichman; lejos de minimizar la culpa del genocida, la frase muestra el desapego por la condición humana de un burócrata de la muerte, el administrador de la deportación masiva de judíos a los centros de exterminio, que en el juicio destacó como un mérito que "los trenes llegaron siempre puntualmente".

Una banalidad semejante mostraron los asesinos de Báez Sosa.

Estos jóvenes, que se conocieron en el Club Náutico Arsenal Zárate, viajaron juntos a la ciudad balnearia y cometieron un crimen en banda, golpeando alevosamente a un joven indefenso, caído, que les pedía piedad. Y celebraron el episodio yendo a comer hamburguesas. Los audios demuestran que sabían que Fernando había muerto y usaron para decirlo la palabra "caducó". Ante la policía, mientras los detenían en el departamento, se burlaron, acusando del crimen a un remero del mismo club al que hostilizaban habitualmente y que se encontraba con su familia en Zárate. Esa banalización de la muerte causada por ellos mismos quedó a la vista en las burlas también registradas durante la emboscada pero, especialmente, en la defensa que hizo de ellos el fundador y entrenador del club, Bernardo Ditges, quien dijo que la muerte se había producido "por accidente". Más grave aún, los peritos forenses contratados por sus familias negaron las evidencias e intentaron responsabilizar por la muerte a la joven que le hizo maniobras de reanimación; una pericia duramente repudiada por la Asociación Cardiológica Argentina.

Hablamos de conductas que horrorizan, indignan y movilizan sentimientos de venganza. Existen expectativas de que los ocho deportistas reciban la pena de prisión perpetua, pero la ley exige pruebas de la culpabilidad de cada uno de ellos. Aquí no hay inocentes; las penas serán muy severas, pero podrían ser inferiores a las esperadas.

Justicia no es venganza. De todas maneras, la ciudadanía tiene derecho a esperar que caiga sobre los homicidas todo el peso de la ley y, sobre todo, que el Estado garantice que un joven pueda salir de noche sin correr peligro de muerte y que un niño carente de una familia normal encuentre un espacio educativo y humanizante que lo contenga.

 

 

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