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El lado oscuro de la Luna

Domingo, 19 de marzo de 2023 02:45

Mucho se dice sobre los daños que provoca la sequía en el sector agropecuario. Según una estimación del equipo técnico de CREA, Argentina se encamina a perder este año más de 21.000 millones de dólares. La Bolsa de Comercio de Rosario estima una cosecha de soja para la campaña 2022/2023 cercana a los 27 millones de toneladas -contra 42 millones la campaña anterior- de 35 millones de toneladas de maíz -contra 51 millones el año pasado- y cerca de 12 millones de toneladas de trigo -contra los 23 millones de toneladas producidas en la campaña 2021/2022-. "Las cifras podrían ser revisadas a la baja en las próximas semanas", advierte CREA. Se verifican tanto menores superficies sembradas tanto como menores rendimientos por hectárea en todos los cultivos. Así, la cosecha será menor. Aún sin dramatizar, la situación es dramática. Y, me parece, no se miden las pérdidas asociadas a todos los otros rubros asociados al campo.

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Mucho se dice sobre los daños que provoca la sequía en el sector agropecuario. Según una estimación del equipo técnico de CREA, Argentina se encamina a perder este año más de 21.000 millones de dólares. La Bolsa de Comercio de Rosario estima una cosecha de soja para la campaña 2022/2023 cercana a los 27 millones de toneladas -contra 42 millones la campaña anterior- de 35 millones de toneladas de maíz -contra 51 millones el año pasado- y cerca de 12 millones de toneladas de trigo -contra los 23 millones de toneladas producidas en la campaña 2021/2022-. "Las cifras podrían ser revisadas a la baja en las próximas semanas", advierte CREA. Se verifican tanto menores superficies sembradas tanto como menores rendimientos por hectárea en todos los cultivos. Así, la cosecha será menor. Aún sin dramatizar, la situación es dramática. Y, me parece, no se miden las pérdidas asociadas a todos los otros rubros asociados al campo.

Como si la sequía no fuera suficiente, los técnicos del área de Seguimiento Forrajero Satelital de CREA identificaron una superficie de 1,9 millones de hectáreas afectadas por una helada inédita ocurrida en febrero, lo que reduce aún más las perspectivas de cosecha de granos gruesos.

En lo que respecta a la ganadería, los técnicos de CREA identificaron al 2023 como el peor año en términos de productividad forrajera desde el 2000. La merma es tan profunda que se espera que, en 2024, la cantidad de terneros por nacer a nivel nacional caiga en un rango entre 400.000 y 800.000 ejemplares. Así, no se hace difícil predecir que el precio de la carne va a seguir subiendo; no "por la especulación de los sectores concentrados" ni por "la codicia de los productores agropecuarios" sino por la simple e ineludible ley de la oferta y la demanda. Si el recurso es escaso, este sube su precio. Tan predecible e ineludible como la ley de la gravedad, esa que tanto nos gusta desafiar con persistencia y tozudez.

Anclados en el siglo XIX

No me canso de repetir que, para que haya verdadero desarrollo social, debe haber más trabajo mejor remunerado. Empleos formales en industrias nuevas de alto valor agregado. No es lo mismo encarar actividades extractivas y exportar una tonelada de oro o de litio, que exportar una tonelada de satélites. No es comparable la tecnología aplicada pasible de ser adquirida; no es igual el nivel educativo requerido; tampoco la industria derivada necesaria. Tampoco los salarios que se pagan.

El último reporte del Indec, "Complejos exportadores - Año 2022", expone los datos oficiales sobre las exportaciones argentinas. Treinta páginas que buscan ocultar lo obvio: nuestro sistema de producción sigue anclado al siglo XIX.

La suma de lo exportado por los sectores cerealeros (18,2%), bovino y equino (carne, cuero y lácteo: 6,5%), minero metalífero y litio (6,4%), de extracción de petróleo y gas (10,5%), frutícola (2,3%), pesquero (2,1%), frutícola y hortícola (3,3%), forestal (0,9%), avícola (0,5%) junto con las exportaciones de miel, tabaco, azúcar, té y yerba mate (1,1%) aportan el 51,8% de las exportaciones totales. La mitad.

El complejo oleaginoso de soja (aceites, harinas, pellets de soja y biodéesel), maní, girasol y olivícola agregan otro 31,6%. Actividades de bajo valor agregado que, sumadas a las anteriores, dan un 83,4% del total. El resto de las exportaciones se completa con un 9,8% del complejo automotriz, un 1,2% del rubro farmacéutico, 0,5% del textil y, finalmente, un 5,1% de "otras exportaciones" no desagregadas que, espero, pertenezcan a la industria del conocimiento, aunque, con seguridad, pertenecen -en su mayoría- al sector de servicios financieros y logísticos.

En resumen, el 83,4% de nuestras exportaciones -83 de cada 100 dólares que exportamos- corresponden a producción primaria o de bajo valor agregado. Y si no se toman en cuenta las exportaciones de petróleo y gas; minería como litio y plomo, y la producción ictícola; entonces el 72,1% -siete de cada diez dólares exportados- corresponden a productos obtenidos del campo argentino. Tenemos una matriz productiva del siglo XIX en pleno siglo XXI.

Como es de esperar, la sequía y las heladas nos encuentran sin fondos anticíclicos y sin ahorros; con deudas exorbitantes, tanto en pesos como en dólares - as primeras con órdenes de magnitud de cientos de miles de millones de dólares; las segundas en órdenes de las decenas de billones de pesos-.

El dicho popular "con la próxima cosecha, nos salvamos" no es válido -nunca lo fue- y sí, como muchos advierten, este es el inicio de un ciclo de desertificación de las áreas de mayor potencial productivo debido al cambio climático por el calentamiento global, las consecuencias podrían ser catastróficas para nuestra economía y para nuestra sociedad.

En el año 2007, cuando Apple comenzó a ensamblar sus primeras versiones de los teléfonos iPhone en China, el país era solo conocido por su mano de obra barata. En ese momento, China importaba todos los componentes requeridos para este ensamblaje desde Alemania, Japón y Estados Unidos. Las fábricas chinas -ubicadas en Shenzhen- se limitaban a juntar las partes, apropiándose de menos del 4% de los costos

agregados. En 2018, se habían establecido miles de fábricas alrededor de esas ensambladoras, las cuales producían componentes sofisticados como partes acústicas, módulos de carga e, incluso, baterías. No solo habían desarrollado tecnología propia específica, sino que competían, en calidad y precio, en productos intermedios, con sus contrapartes asiáticas y europeas. Hoy las empresas chinas se quedan con más del 25% del costo agregado de cada equipo y crearon industrias derivadas importantes.

Si bien el iPhone es solo un ejemplo, es significativo ya que se trata de un equipo en el que intervienen una variedad excepcional de componentes con un muy amplio rango de tecnologías de punta y que es, hoy, la pieza de hardware de consumo masivo más intrincada que existe.

Este patrón se repite en muchas otras industrias. El ejemplo paradigmático suele ser el de la energía verde, donde dominan casi por completo la cadena de valor global. Los paneles solares chinos no solo son los más baratos del mercado, sino que, además, suelen ser los más eficientes.

En otro caso similar, el de la producción de baterías eléctricas, CATL se ha convertido en la empresa más grande del mundo y ha cerrado acuerdos comerciales para la provisión de baterías eléctricas para automotrices como BMW, Tesla y Volkswagen. CATL está, de hecho, dando una vuelta de tuerca a la tecnología de las baterías eléctricas produciendo baterías de ion de sodio -que prescinden del litio y del cobalto-, minerales escasos y caros. Nuestra ventana para la explotación del litio se acorta a pasos agigantados.

No hubo magia en el proceso; solo políticas de estado orientadas a la adquisición y a la mejora de tecnología de punta. Pero, adquirir este saber, lleva inversiones, tiempo y esfuerzo sostenido. Lo que ha ayudado a China en esta carrera que no se detiene es haber creado las condiciones para crear un proceso que adquiere conocimientos y los aplica en otros campos.

Invirtieron en crear una fuerza laboral con un nivel de conocimientos y un entrenamiento tal que les permite verterlo en la industria local a escalas masivas. El resultado es que, así como ahora dominan la cadena global de valor de los paneles solares como comentaba antes, también se comienza a ver empresas chinas productoras de drones, de cámaras y de lentes ópticos de altísima precisión; de visores de realidad virtual; de auriculares de alta fidelidad o de computadoras, pantallas y televisores; por mencionar algunos ejemplos. Al final del camino, llegan a la mejora y la innovación. Hoy Shenzhen se ha convertido en un lugar vibrante donde confluyen investigadores universitarios, emprendedores, inversores y trabajadores altamente calificados y, todos juntos, moldean una realidad diferente a la del resto del país.

No se puede dejar de mencionar que China ya desarrolló un programa espacial que alunizó en el lado oscuro de la Luna. Puso en órbita satélites para la experimentación en comunicaciones cuánticas; y disputa el liderazgo contra Estados Unidos en campos como la biotecnología; la ingeniería molecular; la biogenética; la inteligencia artificial o la computación cuántica. Podría suceder que la próxima revolución tecnológica sea liderada por China y no por Estados Unidos.

El lado oscuro de la Luna

Así como China tenía mano de obra barata, nosotros tenemos recursos naturales. El desafío es convertir esa extracción -necesaria en la primera etapa- en un ecosistema que desarrolle capacidades, conocimientos e industria "aguas abajo" y "aguas arriba".

"Aguas abajo» se refiere a una industria que complemente al campo: maquinaria agrícola; semillas; fertilizantes; tecnologías e industria de canalización y riego; infraestructura básica como energía, ferrocarriles y rutas. "Aguas arriba" implica ir creciendo en la cadena de valor; exportar menos semillas y más productos semielaborados primero y elaborados después. Luego "saltar" a industrias nuevas como podrían ser el desarrollo de camiones, trenes y vagones, o barcos. O el desarrollo de la industria ictícola. Es inadmisible que teniendo una de las riquezas ictícolas más grandes del mundo, esta industria sólo contribuya con el 2,1% a las exportaciones.

Mientras tanto, colegios y universidades deben jerarquizar la educación y priorizar la investigación. Sin ciencia no hay tecnología; sin tecnología no hay desarrollo. Sin educación no podemos aspirar a nada. No vamos a alunizar en el lado oscuro de la Luna solo declamando la voluntad o el deseo de hacerlo. Lo más probable es que así, solo sigamos encontrando el camino hacia el lado más oscuro de nuestra propia sociedad.

 

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