El 23 de agosto de 1973 el criminal Erik Olsson asaltó el Banco de Crédito de la ciudad sueca de Estocolmo. Tras verse acorralado, capturó seis rehenes y se recluyó durante casi una semana en la bóveda antes de entregarse a las autoridades. Este incidente despertó la atención por la colaboración y simpatía que durante su cautiverio desarrollaron los rehenes hacia el delincuente, al extremo de que una de ellas -llamada Kristin Ehnmark- se comprometió con él en matrimonio. La curiosa reacción emocional que originó este suceso, fue bautizada por el psiquiatra Nils Bejerot, como “Síndrome de Estocolmo”. Se lo define como un mecanismo de defensa psíquica por el cual el rehén, ante la situación crítica del cautiverio, genera inconscientemente sentimientos de identificación, empatía y cooperación con su secuestrador.
Este fenómeno coloreó historias en el cine y la literatura, y ayuda a entender por qué las provincias productoras de hidrocarburos -aprisionadas como están en la bóveda del centralismo político y fiscal- renuncian a la defensa de lo local y practican insólitas actitudes conformistas, mansas y de colaboración, sometiéndose a reiterados abusos e inequidades, de que son objeto por parte del Estado Nacional y su errática política energética.
Luego de décadas de interminables controversias, la reforma constitucional de 1994 consagró el dominio originario de las provincias sobre los recursos naturales existentes en su territorio, entre ellos los yacimientos de petróleo y gas. Pero luego de esa conquista histórica, se fueron encorsetando los derechos y atribuciones inherentes al derecho de propiedad de las provincias sobre esos recursos.
Por un lado, resignaron participar activamente en el diseño de políticas y normas sobre la explotación y aprovechamiento de los de los hidrocarburos y se acomodaron en un desdibujado rol de administrador de consorcio de los yacimientos. Por el otro, transfirieron, sin recibir contraprestación alguna, una porción sustancial de la renta que éstos producen. De una parte de esa renta se apropió la Nación quien, bajo la excusa de una situación de emergencia económica, fue autorizada a cobrar retenciones a las exportaciones de crudo que no se coparticipan a las provincias. Otra parte relevante de la renta se transfirió a los consumidores (entre ellos los del próspero Puerto Madero), quienes gozaron en los últimos años, a costo de las provincias productoras, del modelo de energía barata y precios desinflados.
Basta señalar datos escalofriantes publicados recientemente por Félix Piacentini de la consultora NOAnomics, según los cuales desde el año 2002 solo en materia de regalías de petróleo y gas, y sin contabilizar lo que se dejó de producir por la brecha de precios, las provincias hidrocarburíferas relegaron recursos del orden de los 18.500 millones de dólares, de los cuales a Salta le hubiesen correspondido 1.780 millones, importe que en definitiva fue cedido desde una provincia periférica en beneficio principalmente de la zona central que cuenta con mayor desarrollo industrial y mejores ingresos. Para tomar dimensión de la cifra que se dejó de percibir, resulta suficiente señalar que con la mitad de ese monto Salta podría haber constituido cuatro fondos como el de “Reparación Histórica del Norte” (uno para cada punto cardinal) y, con la otra mitad, construido hospitales como el “Papa Francisco” en cada uno de sus 59 municipios.
Existe consenso de que la Ley 17.319 de hidrocarburos necesita una urgente actualización, porque fue sancionada hace casi 50 años y debe contemplar nuevas técnicas y figuras de contratación como, por ejemplo, las necesarias para la explotación de recursos no convencionales como los de Vaca Muerta. Amparándose en esa necesidad, y pregonando recuperación de soberanía y autoabastecimiento, la Nación envió al Congreso un proyecto de ley que en ciertas cuestiones esenciales va nuevamente a contramano de los intereses provinciales. Entre otros aspectos particularmente negativos para las provincias cabe mencionar que: (a) se convalida que las provincias sigan percibiendo regalías calculadas sobre un precio interno desinflado que fija unilateralmente la Nación y sin que se contemple ningún mecanismo de compensación; (b) se establecen exenciones y alícuotas máximas para los tributos provinciales mientras que los que corresponden a la Nación solo tienen el límite de lo que la Justicia considere confiscatorio; (c) no podrán reservarse nuevas áreas en el futuro para ser explotadas directamente a través de entidades o empresas públicas provinciales; (d) las licitaciones que convoquen las provincias se harán en base a un pliego modelo previamente visado por la Nación; (e) se fija un marco techo para lo que pueden pedir las provincias cuando negocien con las empresas las prorrogas de las concesiones; y (f) se posterga nuevamente el dotar de beneficios especiales a las localidades y pobladores que tienen los recursos bajo sus pies y viven en el subdesarrollo.
Los gobiernos provinciales dominados por un patológico vínculo de subordinación, que va destruyendo el federalismo, firmaron el mes pasado un acta con la Nación avalando este proyecto que las deja sin casi nada más que renunciar, salvo a su condición de complementarias. Era el momento de negociar compensaciones, como por ejemplo coparticipar las retenciones por exportación de petróleo y derivados.
Erik Olsson está cercado, su tiempo se agota y sus tropelías inevitablemente tendrán fin. Las provincias petroleras, presas en la bóveda del banco, se enfrentan a la nueva encrucijada de resistir mientras llega el rescate; acordar mejores condiciones de trato; o bien, aturdidas por el pánico, jurarle amor eterno a quien las somete, como lo hizo la rehén Kristin Ehnmark. Los gobernadores, firmando el acuerdo que respalda la reforma, trazaron ya su final, aceptando nuevas restricciones al dominio provincial sin compensaciones adecuadas. La pluma y el epílogo de esta historia, está ahora en manos de los legisladores nacionales.
En Estocolmo, Erik Olsson, luego de capturado y puesto a rendir cuentas, en el afán por diluir su responsabilidad declaró severamente: “la culpa fue también de los rehenes, ellos hicieron todo lo que les pedí”.

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