En uno de los extremos del barrio Antártida Argentina, en Cerrillos, se levanta una pequeña construcción que guarda un sinfín de historias. No es una iglesia ni una capilla, pero su fuerza espiritual trasciende cualquier estructura. Es la gruta de la Virgen de la Medalla Milagrosa, o como todos la llaman con cariño, la “gruta de los milagros”. Está cobijada por un enorme tarco (Jacaranda mimosifolia)., ese árbol típico que cada primavera viste el lugar de violeta y deja caer sus flores como una alfombra natural para honrar a la Virgen.
Hace unos 22 años, un grupo de vecinos decidió levantar ese pequeño espacio sagrado para tener un rincón donde rendirle culto a María. En sus comienzos era apenas un altar improvisado, con unas flores y una imagen sencilla. Pero con el tiempo, y gracias al trabajo constante de los devotos, se transformó en un punto de encuentro y esperanza. Hoy, la gruta es mucho más que un lugar físico, es un símbolo de unidad, gratitud y fe compartida.
Cada noviembre, especialmente el día 27, fecha dedicada a la Medalla Milagrosa, las familias del barrio se reúnen para rezar, cantar y agradecer. Algunos llegan con velas, otros con promesas cumplidas, y muchos simplemente para compartir un momento de silencio. “Es conmovedor ver cómo la gente deja aflorar sus sentimientos más puros para ofrecérselos a nuestra mamá María. Esto nos une como comunidad y nos recuerda lo que somos”, contó emocionado un vecino que acompaña esta tradición desde sus primeros años.
Historia de la advocación
La historia de esta devoción tiene su origen en 1830, en París, cuando Santa Catalina Labouré, una joven religiosa de las Hijas de la Caridad, aseguró haber visto a la Virgen María vestida de blanco, de pie sobre un globo luminoso. De sus manos salían rayos de luz que caían sobre la Tierra. “Estos rayos son las gracias que derramo sobre quienes me piden”, le habría dicho la Virgen. Luego, alrededor de su cabeza apareció la inscripción: “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”. La Virgen le pidió a Catalina que hiciera una medalla con esa imagen y prometió su protección a quienes la llevaran. Así nació la Medalla Milagrosa, símbolo de fe que millones de personas usan en todo el mundo.
Cerrillos, a esa historia se hizo propia. La gruta, humilde pero llena de significado, fue creciendo junto al barrio. A su alrededor se mezclan las risas de los chicos, las lágrimas de los que buscan consuelo y las oraciones de quienes confían en la intercesión de María. No pasa un solo día sin que alguien se acerque.
Con los años, la “gruta de los milagros” se convirtió en un patrimonio espiritual de Cerrillos, un refugio donde la fe se hace comunidad y donde cada plegaria, por pequeña que sea, se suma a un coro de esperanza. En tiempos en los que todo parece correr demasiado, ese rincón sencillo recuerda algo esencial: que la fe, cuando nace del corazón y se comparte, y puede seguir iluminando la vida de un barrio entero.