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19 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Las inquinas que dejó la batalla de Tucumán

Domingo, 02 de diciembre de 2012 12:42

Después del triunfo de Tucumán, el general Manuel Belgrano no tuvo ni un momento de descanso. Entre septiembre del año 12 y enero del 13, debió dedicarse a atender innumerables problemas, tanto militares como políticos. Debió esperar los refuerzos solicitados a Buenos Aires para recién poder ir por Pío Tristán que marchaba a Salta, donde se fortificó; también ordenar, instruir y disciplinar el Ejército. Y, además, llevar adelante las negociaciones con el general realista, José Manuel de Goyeneche, tratativas que no prosperaron.

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Después del triunfo de Tucumán, el general Manuel Belgrano no tuvo ni un momento de descanso. Entre septiembre del año 12 y enero del 13, debió dedicarse a atender innumerables problemas, tanto militares como políticos. Debió esperar los refuerzos solicitados a Buenos Aires para recién poder ir por Pío Tristán que marchaba a Salta, donde se fortificó; también ordenar, instruir y disciplinar el Ejército. Y, además, llevar adelante las negociaciones con el general realista, José Manuel de Goyeneche, tratativas que no prosperaron.

Estaba Belgrano atosigado por estos problemas cuando, a casi a un mes del triunfo, se anotició de que en Buenos Aires había novedades políticas. El Triunvirato había caído y el segundo estaba integrado por Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Alvarez Jonte, los dos últimos, de la Logia Lautaro.

Pero había más. El flamante Triunvirato debía convocar a la brevedad a todas las provincias a participar de una Asamblea General Constituyente que a su vez debía declarar la independencia y dictar una constitución. Sin duda, estas buenas noticias colmaron de satisfacción a Belgrano. Su gesto de enarbolar, meses antes, una bandera distinta a la española, significaba justamente la independencia de España. De ahí, la monserga recibida de Bernardino Rivadavia.

Días después, otra buena noticia alegró su estadía en Tucumán. El nuevo Triunvirato había decidido, el 20 de octubre, homenajear a los vencedores; a todos, desde Belgrano hasta el más humilde de los soldados.

Un foco de conflicto fue el nombramiento del coronel José Moldes como inspector de infantería y caballería.

Se les otorgaría distintivos a la tropa y escudos a los oficiales. Además, el general pasaría a ser capitán general, rango que Belgrano declinó de inmediato argumentando: “Aumentará gastos que no es posible soportar”. Sin embargo, aceptó ejercer las facultades del nuevo título otorgado.

Intrigas y conflictos

Y mientras las buenas nuevas llegaban desde Buenos Aires, en el seno del Ejército del Perú, estacionado en el Campo de las Carreras, se desataba entre la oficialidad infinidades de intrigas. La victoria les había hecho mal y, lejos de apaciguar viejas desavenencias, las había acrecentado. Discutían por el papel que cada uno había tenido en el campo de batalla, adjudicándose por doquier, méritos, culpas y errores.

Algunos historiadores achacan estos males al manejo del anterior jefe del ejército, Juan José Castelli. Sostienen que siempre privilegiaba los contactos políticos a los méritos militares. Manuel Dorrego, por ejemplo, “tan bravo, como audaz y jactancioso”, criticaba el desempeño de Balcarce en la batalla cuando estaba al frente a la caballería. Apoyado por Forest, no dejaba de atribuir el triunfo al accionar de la infantería. No contento con ello, Dorrego atacaba al consejero de Belgrano, Barón de Holmberg, acusándolo de cobarde y de haberse autolesionado para retirarse del campo de batalla. José María Paz lo desmintió y dijo que el barón había peleado con valor y, además, que arrimaba oportunos consejo a Belgrano en medio del combate.

Pese a todo, el general debió desprenderse de Holmberg.

Otro foco de conflicto fue el nombramiento del coronel salteño José Moldes como inspector general de infantería y caballería. Encabezados por Juan Ramón Balcarce, cuatro oficiales lo acusaron de arbitrario, despótico, no haber peleado con valor y de haber saqueado equipajes del enemigo. Al enterarse Moldes del cuestionamiento, presentó su renuncia y una vez más Belgrano perdió un valioso militar y amigo. José María Paz, que estuvo en la batalla de Tucumán junto al Barón de Holmberg, desmintió a Balcarce y sostuvo que todos sabían quien había sido el del saqueo, el capitán José María Palomeque. Y dijo más: que Balcarce se salvó de que Belgrano lo separara del ejército porque sus influyentes amigos tucumanos lo habían sacado del medio designándolo representante de esa provincia ante la Asamblea General Constituyente.

Finalmente, una de las últimas pillerías las hizo Dorrego. En una oportunidad, sin autorización ni atribución, se presentó con una partida de soldados en una de las tantas casas de juego de Tucumán. Cayó justo cuando los parroquianos estaban jugando con el hueso (taba) y apostando a los gallos de riña. A la fuerza, se los llevó para incorporarlos como reclutas en su cuerpo. Pero cuando Belgrano se enteró del atropello, de inmediato dispuso la libertad de los mal entretenidos exclamando: “­Es posible que después de haber privado al ejército de los servicios del barón (Holmberg) y de Moldes, quieran también indisponerme con el vecindario!”

Pese a todas estas peripecias, en diciembre de 1812, el Ejército del Norte estaba listo para marchar a Salta, partida que recién se concreta el 12 de enero de 1813.

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